‘Iribarne’ o ¿por qué carallo hay que sacar a Fraga de su tumba?
Una nueva producción en el Teatro Valle Inclán.
El tam-tam teatral sobre la obra Iribarne no era muy bueno. Eso de no está mal, pero… Será porque la obra tenía que ser rodada, pero vista cuando lleva más de la mitad de representaciones programadas en el Teatro de Valle Inclán, perteneciente al Centro Dramático Nacional, la cosa funciona. Tiene ritmo. Te ríes. Hasta dan ganas de bailar. Y consigue que no te preguntes ¿por qué carallo hay que sacar a Fraga Iribarne de su tumba? Lo que irónicamente es una pena, pues la autora de la obra, Esther F Carrodeguas, se compromete a devolverte el dinero si te haces dicha pregunta cuando acabe la función.
Solo se me ocurre que los peros que le han puesto se deban a que es una obra que se entrega, siempre que puede, a los recursos de los más jóvenes. Desde la música, allí están el rap, el trap y el perreo para atestiguarlo. Hasta las formas e imaginerías de memes y tiktokers. Y, ya se sabe que eso tiene (muy) mala prensa cultural. Como se diría en esta obra, y si no me crees búscalo en Internet, coletilla que los más jóvenes del lugar usan cuando quieren dar carta de veracidad y credibilidad a lo que le cuentan a otros colegas.
¿Y qué cuenta este equipo artístico y piden al espectador que lo busque en Internet? Lo importante que es dar manos y manos de chapa y pintura para que nada o muy poco cambie. Y lo hacen con el más palmario ejemplo reciente español. El de un político, Fraga Iribarne, con no se sabe cuántas oposiciones aprobadas, aunque poco se sabe del tiempo que dedicó a estudiarlas, cátedras, etc. que diría Marhuenda, tertuliano televisivo y director de La Razón, para justificarlo como persona que puede hablar y decir lo que sea. Lo que se viene describiendo como opinión formada, como si no hubiera otras maneras de formarla.
Fraga fue alguien que comenzó su carrera política ocupando ministerios y puestos de responsabilidad durante el franquismo. Lo que le permitió añadir a su currículo político alguna que otra pena de muerte y represiones sangrientas por medio. Y que fue capaz de transitar desde esas posturas a otras más democráticas, sin que a nadie se le cayera los pelos del sombrajo. Creando partidos de derechas que se decían de centro, hasta dar a luz al Partido Popular como alternativa de gobierno creíble; y llegar a ser el Presidente de la Comunidad de Galicia. Donde pudo, por fin, reinar, algo que le hubiera gustado hacer en toda España pero que nunca consiguió.
Lo interesante de este montaje es que se evitan, en la medida de lo posible, las anécdotas. Como ya se sabe las anécdotas son de alguna manera mistificaciones. Y se va, también en la medida de lo posible, a las evidencias, a los hechos. Aunque para contar esta historia se recurre al teatro paródico y a la sátira. A la comedia. Lo que humaniza el personaje. Algo muy presente desde el inicio del montaje, cuando se habla de Iribarne como un abuelo con nietos, unos nietos que seguramente lo querían y apreciarían, como, en general, cualquiera suele apreciar a los suyos tengan el pasado que tengan.
Pues bien, este personaje histórico español, tan vertebrador de esta España mía, esta España nuestra, con una vida política a la que se entregó en cuerpo y alma, dejando a un lado todo lo demás, sirve para hablar de la España de la dictadura franquista, que después de esta obra puede que se llame paquista, la Transición y las falacias con las que se la parió, hasta llegar a la democracia, los mundiales de fútbol de Naranjito, el triunfo de los socialistas y el ejercicio del nuevo poder local en las autonomías, en concreto en Galicia.
Una revisión de la historia que quizás pudiera ser susceptible de que algún partido la censurase o promoviese un pin parental, si algún instituto osase llevar a la chavalería a verla. Ya que el relato épico de la Transición, acompañado del mito de la Movida que además de sexo y rock and roll trajo la trágica epidemia de la heroína y otras drogas, se derrumba con las risas, la música, y los comentarios que sobre los hechos se oyen en escena.
Nada que esta autora no haya usado ya en su muy famosa obra Supernormales sobre la discapacidad y el sexo. Obra que también se vio en este teatro y que la colocó en la palestra de dramaturgas españolas a seguir y conocer. Espectáculo que, quizás fuera más aceptable, porque, por ahora, la discapacidad no parece un terreno de batalla política y de polarización social.
No pasa lo mismo con la memoria democrática. Algo que parece inflamar los corazones y las voluntades hasta segmentar a la población por bandos. Y más si se critican aquellos barros de los setenta y su intocable Transición, que trajeron esos lodos. O si se señalan las insuficiencias de la Constitución actual, lleno de lenguaje políticamente correcto, es decir, de formas de decir aceptables para todas las sensibilidades que fue necesario que llegaran a acuerdos en su momento.
Insuficiencias que suponen límites para decir y hacer. Incluso silencios. Algo que se muestra muy bien en escena en forma de avisos de que lo que un personaje va a decir, un comentario que se va a hacer, hasta una acción, como en la escena de la bandera, puede ser delito por infringir el articulado de la Carta Magna. Avisos que se acompañan siempre de las posibles consecuencias de infringirla: la cárcel.
Retoman así esa tradición del bufón que, al comportarse en clave de tonta comedia, pueden denotar con lo que dicen más cosas de las que se pueden decir directamente. Construyendo un Ubú Rey de Jarry o un Ubú president de Els joglars. Es decir, una comedia del absurdo, pero en clave gallega, con su acento y todo. Aunque el acento gallego lo disimulen o se lo hayan quitado gallegos tan significados como Franco, que en esta obra se convierte en Paquita —para saber cómo y por qué hay que ir a ver la obra—, o Fraga, que en esta obra es una persona tan anónima, como muchas a derechas e izquierdas, que es mejor llamarle Iribarne y humanizarle, sin justificarle. Para entenderle y así entendernos a nosotros mismos de forma individual y colectiva.