‘Ficciones’, o ¿cuántos papeles representas en la obra de tu vida?
Un nuevo estreno en la Sala Negra de los Teatros del Canal de Madrid.
“¿De qué va?” Posiblemente esta sea la pregunta que uno se haga al final de Ficciones . Obra que la Compañía Ex – límite acaba de estrenar en la Sala Negra de los Teatros del Canal, la consagrada a lo más nuevo en este teatro. Una pregunta que se acompaña de una sensación de fascinación por lo que se ha visto en escena potenciada por el inteligentísimo uso del humor y la extraña belleza de los relatos de miedo o terror que incluye.
Sin duda alguna, de haber sido estrenada en los noventa esta obra hubiera sido calificada de posmoderna. ¿En qué sentido? En el sentido de que se apropia de cualquier referencia cultural que le viene en gana para su propósito y las relaciona .
Decir esto último tiene su riesgo, porque es muy probable que cualquier interlocutor acabe preguntando “Y ¿cuál es el propósito?” Y habrá el mismo problema que para responder la pregunta con la comenzaba este artículo.
Por tanto, si no se sabe muy bien de qué va ni tampoco se conoce el propósito con el que se pone en escena ¿a qué se debe el entusiasmo que provoca en quien ya la ha visto?
Hay muchos motivos y buenos argumentos para entusiasmarse. Comenzando con la producción, que pone otra vez de manifiesto cómo brilla lo más nuevo y contemporáneo cuando se le dota de un dinero suficiente para ponerse en escena, como es el caso.
Una financiación que ha permitido entregarse a un largo proceso con varios laboratorios o talleres a lo largo de 2023. Que ha facilitado una escenografía con aliento de gran espectáculo. En la que se reproduce una de esas cafeterías vienesas o alemanas de principios del siglo XX que hubiese cambiado sus cortinones rojos y pesados por ligeros y plateados.
El dinero también les ha dotado de una buena pantalla en la que proyectar el título de la obra, como si fuera cine, cortos, nombres, reflexiones del autor, Fernando Herrero-Delgado, y nombrar a todo ese repertorio de referentes culturales que tiene esta obra. Una inteligente manera de hacer una cabalgata cultural que incluye a John Lennon, Rocío Jurado y Pablo Alborán.
Y un elenco grande, para los tiempos que corren: cuatro actrices y un actor. Capaces de interpretar todos y cada uno de los personajes que aparecen en escena. Y son muchísimos, incluidos ellos mismos.
Personajes que pertenecen a la ficción o a la realidad. En los que el elenco se transforma a una velocidad de vértigo. Y que permiten que por la escena pasen la cantante María Callas, el escritor Borges, la escritora Mariana Enriquez, la política Marie Le Pen, Dumbledore de Harry Potter y el cantante David Bisbal. Presentes en el cuerpo de las personas que los imitan y a los que se unen otros muchos que se nombran o cuyos nombres aparecen proyectados en la pantalla. Con todos ellos se monta una tradición.
Incluso el propio Juan Ceacero, el director de la obra, aparece en escena interpretado por las diferentes actrices dependiendo del momento. Algo que hacen con mucho oficio, mucho arte y mucha gracia.
Actor y actrices que se presentan muchas veces vestidos de camareros. En una buena manera de contar cual es el rol habitual de muchos intérpretes mientras esperan un papel con el que jugar. Un trabajo que les permite llegar a fin de mes y pagar facturas. El que la necesidad les ha obligado a aprender. Interpretes que, en un bar o en la escena, tienen que estar al servicio.
Y que en este caso dan un buen servicio hecho con mucho ritmo marcado por la dirección. Jugando con la velocidad y el tempo. Acelerando o bajando la marcha cuando corresponda para dejar respirar al público y, también, a la obra. Una obra que está viva, late, respira, descansa.
Una producción puesta al servicio de una historia extraña. La de una compañía que hace un retiro para preparar una obra. Como en esas películas norteamericanas de adolescentes que se reúnen a pasar unos días en un lugar aislado y todo empieza a estropeárseles hasta acabar como el rosario de la aurora.
En la que los protagonistas intuyen la presencia del mal o de algo maligno. Que en este caso aterra al autor, hasta el punto de que desaparece del encierro y de la propia obra. Convirtiéndose en obra de cuatro actrices, un actor y un director en busca de un autor que ordene todo aquel aparente caos.
Un elenco que servirá para interpretar todas las historias que se ven en escena. La de la profesora de alfarería que tiene una atracción por el dolor de los demás. La de una actriz que llega a Madrid del pueblo, potadora nata cada vez que se ve sometida a la ansiedad. La de una guionista que cuando la deja su novio siente como le crece una cabeza en la tripa.
Historias que se entremezclan, se cortan, vuelven a aparecer. Como si un croupier estuviese barajando cartas al azar. O como si se estuviera paseando por Instagram, TikTok, u otra cualquier red social. En las que no se mantiene la atención en nada y se salta de una historia a otra, en una especie de eterno retorno.
Sensación construida a partir de las técnicas y los recursos teatrales tradicionales, el director dixit. Sobre todo, del teatro más tradicional y popular. El de las revistas o teatro de variedades con sus acumulaciones de números cortos sin relación ni concierto. Y, también del vodevil, formas a las que recurre para dirigir con acierto las salidas y las entradas en escena como forma de hacer la ficción presente en el escenario.
De tal manera que todo es instante, pero eso no impide que se construya un relato, que cada persona construya el suyo. Un relato hecho de experiencias, noticia, libros, películas, historias fantásticas y asombrosas que tuvieron su tiempo. Lleno de misterio al menos para los otros. Por que para cada momento, cada persona usa o se presenta como una ficción distinta.
De eso va esta obra. De cómo las personas se construyen y presentan ante el mundo. De cómo esa ejemplarizante acumulación cultural condiciona el comportamiento y el rol que se adopta en cada situación. Una ficción que cambia en función del contexto y del rol que ese contexto otorgue a la persona. De ahí que los actores interpreten varios papeles y, a veces, cambien entre uno y otro sin que medie nada de tiempo, incluso se los intercambien y cada uno los dote de su especificidad, su diferencia.
Por eso, para ser las mejores ficciones de uno mismo es necesario ver, leer, disfrutar de las mejores ficciones posibles, de una cultura que estructure vida. Cargarse de referentes culturales a los que querer parecerse para que como esta compañía puedas hablar de cosas serias a la vez que se serás capaz de reír y de crear belleza. Quien vio esta producción recién estrenada ya ha disfrutado de lo lindo de esta personalidad múltiple ficticia. ¿Cómo no podrían recomendarla?