Escapar de la dictadura en Venezuela

Escapar de la dictadura en Venezuela

"Maduro y los suyos sabían perfectamente que su credibilidad era y es limitada, no solo por la dudosa legitimidad de su régimen sino también porque ha habido precedentes copiosos de mendacidad en el poder".

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, celebra con Cilia Flores tras conocer los resultados de las elecciones presidenciales este lunes, en Caracas.Ronald Peña R. / EFE

Los dictadores latinoamericanos de izquierdas, que han sido muchos y de variado pelaje, han utilizado siempre el argumento de que se levantaban en armas para abatir los abusos de la extrema derecha opulenta y explotadora, que, con la ayuda sistemáica de los Estados Unidos, convertía las naciones en fincas de propiedad particular y a sus ciudadanos en verdaderos esclavos. ¿Cómo negarle a Fidel Castro legitimidad para derrocar en 1953 la autocracia brutal de Fulgencio Batista en nombre del pensador cubano José Martí y con las armas dialécticas de la izquierda marxista de la época y del antiimperialismo? ¿Cómo no entender la irrupción del chavismo en una Venezuela afectada por la corrupción rampante de personajes como Carlos Andrés Pérez, que arrasaron los bienes públicos y arrastraron a su ciudadanía a un caos de miseria e insolvencia?

Sin embargo, la buena fe de un dictador de esta naturaleza solo se puede demostrar de una manera: renunciando al poder cuando se han impuesto las condiciones mínimas que permiten el pluralismo. Cabía la posibilidad de que Nicolás Maduro, epígono no muy solvente de Hugo Chávez, creyera llegado el momento de celebrar unas elecciones limpias y de marcharse si así lo decidía el electorado.

Pero esta posibilidad se ha disipado cuando se ha visto que no existía verdadero interés en dar visibilidad al desarrollo un proceso electoral bastante adelantado técnicamente que permite, si se quiere, exhibir las entrañas de la consulta. Cada voto electrónico deja un testigo impreso, por lo que las actas reflejan la realidad de lo ocurrido. ¿Por qué, si se actuaba de buena fe, no ordenó Maduro la exhibición de todos estos documentos? ¿A qué se debió el largo silencio de la noche electoral, en que solo se escuchó al portavoz oficial de la Junta Electoral anunciando un resultado cerrado y poco creíble, según han opinado los más moderados de los mandatarios latinoamericanos?

Es cierto, como dice la izquierda española, que en principio hay que creer en la democracia electoral de buena fe. Pero Maduro y los suyos sabían perfectamente que su credibilidad era y es limitada, no solo por la dudosa legitimidad de su régimen sino también porque ha habido precedentes copiosos de mendacidad en el poder. Por ello, si Maduro quería evitar cualquier conflicto y convencer a la comunidad internacional de su disposición a acatar el resultado estricto de las urnas debió haberlo dispuesto todo para que las actas circularan profusamente, dando testimonio de veracidad.

Maduro no ha dignado acceder a este requisito, por lo que permanece la duda y mantiene su verosimilitud la idea del pucherazo. Después de todo, es conocida la dificultad de cualquier dictador para marcharse. Quien ha dispuesto a su antojo de las llaves de la Hacienda y ha tenido que fiarse de la lealtad de un ejército prevaricador puede haberse corrompido muy fácilmente. ¿Con qué razón se sometería entonces voluntariamente el actual poder venezolano al escrutinio de un nuevo gobierno, dispuesto a pedir cuentas de todos los abusos?

Esta vez, al contrario de la elección anterior, no ha habido grandes expansiones chavistas en las calles sino un silencio más bien sepulcral, apenas roto por las protestas dela oposición. El caso es claro: como en Cuba, donde la apertura ya no es ni siquiera verosímil, en Venezuela la autocracia se mantendrá hasta que se pudra del todo. Las democracias, que han debido acoger a una tercera parte de los venezolanos, pueden seguir escondiendo la cabeza bajo el ala pero al menos tienen que tener la gallardía de no creerse el embuste si no se aportan pruebas muy convincentes de que no ha habido una brumosa manipulación.