Derogarse a sí mismos
En cuestión de semanas hemos visto al líder del PP decir lo uno y lo contrario a la vez sin pestañear, sin inmutarse.
Estos días Alberto Núñez Feijóo afirmaba que ya no va a derogar la reforma laboral porque es “sustancialmente buena” tras haber votado en contra de la misma en el Congreso, ¿debemos creer ahora su palabra?
Evidentemente no. Votaron en contra de la reforma laboral sabiendo las consecuencias que ello tenía para España y para recibir fondos europeos al ser una de las reformas previstas en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Uniendo, por cierto, sus votos a los de EH Bildu, ERC o la CUP, que también votaron en contra. Y recurrieron al Tribunal Constitucional el voto por error de uno de sus diputados, que permitió aprobarla.
Pero no conformes con eso, han estado todo un año negando los enormes beneficios que la reforma ha tenido para el mercado laboral, con las mayores cifras de reducción del desempleo femenino o del desempleo para menores de 25 años de la serie histórica.
Nuestro país tiene hoy 20,9 millones de afiliados a la Seguridad Social, que es la mayor cifra de la historia, la cifra de personas en situación de desempleo más baja desde 2008, por debajo de los 2,7 millones de parados y con uno de cada dos empleos que se crea de carácter estable e indefinido.
Tras derogarse a sí mismo antes que al sanchismo, que es lo que ha hecho el Partido Popular en Extremadura, ¿qué valor tiene la palabra dada por Feijóo de que mantendrá la reforma laboral que más empleo ha creado en la historia de nuestro país recuperando derechos para los trabajadores?
No han podido incumplir la palabra dada en menos tiempo y con mayores consecuencias. Dijeron que no querían dejar entrar en un Gobierno a “aquellos que niegan la violencia machista, quienes usan el trazo gordo y deshumanizan a los inmigrantes” y no solo han entrado en él sino que le han dado un área de gestión estratégica de las políticas medioambientales y de un sector tan importante en Extremadura como es la ganadería.
Y el mismo día que hacen lo que dijeron a los extremeños que no iban a hacer, Feijóo es capaz de decir que reivindica la política de la palabra dada. Todo coherencia.
En cuestión de semanas hemos visto al líder del PP decir lo uno y lo contrario a la vez sin pestañear, sin inmutarse, sin reconocerse en la contradicción, porque la mentira para ellos no tiene ningún valor si no sirve para destruir al adversario político llenando el debate público de bulos, mentiras y fake news. Su compromiso de que gobierne la lista más votada fue uno de sus eslóganes electorales pero se esfumó la misma noche electoral del 28 de mayo aunque continúe repitiéndolo hasta la saciedad. Con una mano pactaba alcaldías con VOX como Valladolid, Toledo, Burgos, Alcalá de Henares, Guadalajara o Elche, o gobiernos autonómicos como el de Extremadura, donde ha ganado el PSOE, y con la otra sigue reivindicando que debe gobernar la lista más votada.
Y lo mismo ocurrirá con la reforma laboral. Pero hay una cosa cierta que es la única que Feijóo no dice en voz alta, que es su pacto con Abascal y la entrada de la extrema derecha en el Gobierno de España si suman mayoría. El líder del PP va a hacer vicepresidente del Gobierno de España a alguien que lo único que sabe hacer es generar ruido con mensajes como ¡qué te vote Txapote!, ¡que te vote Mohammed! o ¡que te voten los burócratas de Bruselas! No hay propuestas ni programa ni planteamiento económico y social para nuestro país más allá de las frases huecas.
Es preocupante comprobar como la derecha española ha sido capaz de abandonar las tradiciones políticas de la derecha europea, que siempre ha actuado como un cordón sanitario a la entrada de la extrema derecha en los gobiernos, y se ha abrazado con fuerza y convicción a VOX asumiendo como propios sus postulados ideológicos, más propios de otra época. Si el 23 de julio el Gobierno pasa a manos de Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal como presidente y vicepresidente, España dejará de parecerse a Alemania o a Francia para empezar a ser el hermano pequeño de Italia o Hungría, con los riesgos que ello conlleva.
Hace unos meses veíamos como Italia dejaba de percibir fondos europeos al negarse Giorgia Meloni a cumplir el programa de reformas e inversiones comprometido por el anterior gobierno italiano con la Comisión Europea. Pero son muchas más las cuestiones de interés que están en peligro.
Por eso es más urgente que nunca pararles el 23 de julio, con un voto mayoritario al PSOE que es el único que garantiza un gobierno de progreso. España hoy no debe bajarse de la senda de crecimiento, creación de empleo, avances y conquistas sociales y reducción de la inflación para ayudar y proteger a la ciudadanía. Son muchas las políticas que están mejorando la vida de la gente que están en riesgo como la revalorización de las pensiones conforme al coste de la vida real, la subida progresiva del Salario Mínimo Interprofesional hasta alcanzar el 60% del salario medio, el avance de la transición industrial, la digitalización y la transición ecológica para transformar nuestro modelo productivo y seguir apoyando la creación de empresas y pymes, las políticas medioambientales para luchar contra los efectos del cambio climático, el Ingreso Mínimo Vital que ha reducido la pobreza y la exclusión social, la lucha contra la violencia de género destinando recursos para proteger a las mujeres, las políticas de apoyo a la infancia para reducir la desigualdad, la ley de vivienda y el apoyo al alquiler público asequible para jóvenes y familias, la mayor partida de becas para estudiantes de la historia o las escuelas infantiles gratuitas de 0 a 3 años y los permisos de paternidad y maternidad para impulsar la conciliación. Es mucho lo que está en riesgo para España, que no merece retroceder en el túnel del tiempo y los recortes, que es lo único que ofrecen PP y VOX. No ha comenzado la campaña electoral y ya han empezado a derogarse a sí mismos.