‘Coriolano, después de Shakespeare’, la 'inteligentzia' se divierte
Acaba de estrenarse en el Teatro Bellas Artes.
Dice la compañía [in]constantes teatro que ellos quieren divertir. Pero ojo, divertir a lo brechtiano, que no quiere decir partirse de risa, sino provocar en el público un distanciamiento de lo que ve en escena con el objetivo de crearles un espíritu crítico y analítico que le permitiera analizar y entender el statu quo de lo que pasa. Puro Bertold Brecht
Desde luego los que busquen una comedia no son carne de cañón del Coriolano, después de Shakespeare que acaban de estrenar en el Teatro Bellas Artes. Pero todas aquellas personas que también quieran un poquito de food for thought cuando van al teatro, esta puede ser su obra.
¿Por qué? Porque su historia plantea una buena discusión sobre quienes son elegibles para gobernar en una democracia. ¿Los héroes de guerra o los políticos? Entiéndase como héroe toda aquella persona que gana batallas y guerras. Y como políticos los que hacen leyes en los parlamentos y gobiernan.
Evidentemente, ambos son estrategas en lo suyo. Los primeros para ganar la guerra. Los segundos para ganar votos y con ellos cuotas de poder que les permita arrimar las leyes que se aprueben en el parlamento tanto a lo que piensan como a lo que piensan los que los apoyan. Y si de paso caen unos denarios, pues bienvenidos sean.
En esta obra, los políticos saben que hay que elegir un nuevo cónsul para Roma. Ellos, debido a la crisis alimentaria del momento, no son muy populares que digamos. Unos porque hacen todo lo posible por mantener el sistema y no resolver los problemas de la gente. Otros por decir mucho sin tener la posibilidad de hacer algo.
Por eso intentan colocar a un héroe admirado por el pueblo al frente: Cayo Marcio. Conocido como Coriolano por ganar la guerra de Coriales. Formado desde pequeño en el arte de la guerra, pero del que se olvidaron formarle en todo lo demás. Sobre todo, en darle formación emocional. Él es un héroe. Ha dado grandes triunfos a Roma. ¿Hace falta algo más que su currículo y sus resultados para que le den el puesto?
Frente al héroe al que avalan los hechos, los políticos debatiendo y poniéndose verdes. Y desarrollan estrategias que permitan bloquear o generar desconfianza sobre el discurso de contrario. Hacerlo sospechoso. Por eso, el partido en el poder usa y abusa de la legislación ya aprobada para poner al contrario en evidencia. Y en este juego se entienden bastante bien.
De tal manera que los ciudadanos de Roma tienen que decidir entre un guerrero que se ha mostrado más que bueno en lo suyo. En la guerra. Y unos políticos que no saben resolver problemas diarios como el precio de los alimentos que no dejan de subir y que cada vez condena a más personas al hambre.
Un dilema, que, con sencillez, se traslada a nuestros días y a una democracia tan joven como la española. Los debates entre políticos, las discusiones y elecciones en el parlamento son televisadas, como las guerras. Todo es noticia y se proyecta en una gran pantalla que ocupa el fondo del escenario. Y tanto ellos como ellas visten como cualquier persona de la calle que tenga estas profesiones. Los políticos con traje y el militar popular con ropa de camuflaje o de calle. La otra no le sienta muy bien.
Un mundo en el que el guerrero no tiene reposo, porque no hay mujer ni hijo que aguante a un intenso como Cayo Marcio. Y en el que los políticos están todo el día dale que te pego para ver cómo consiguen sus objetivos de obtener y mantener el poder. Tratando, por un lado, de ganar apoyos de un pueblo al que conviene mantener cabreado y movilizado contra el contrario. Y, por otro, de personas poderosas que prefieren mantenerse en la sombra.
Juegos de poder en los que se pierde Roma. Mejor dicho, su democracia. Aunque la democracia parece importar poco ante el avance de los enemigos de Roma, que tomaron la decisión de ponerse a las ordenes de quién les venció, Cayo Marcio.
Por tanto, ¿es mejor una democracia imperfecta y corruptible o mejor una dictadura perfecta y también corruptible? Este es el dilema en el que la obra y las sociedades occidentales se debaten ante el avance económico y de poder de los países que decidieron asumir el capitalismo occidental pero no sus valores democráticos.
Todo lo anterior puede parecer demasiado alimento para el pensamiento. Pero no hay que asustarse. El montaje es directo, sencillo, entretenido a la manera de los juegos de poder de algunas series que tanto triunfan en streaming. Quizás con el ritmo algo acelerado que a veces tienen estas series. Pues la pretensión de esta compañía es hacer un teatro popular.
De hecho, resulta un montaje liviano de tan claro como plantean la situación. Tal vez demasiado, lo que hace que le sobren algunos tópicos y que le falten puntos de oscuridad y complejidad. Liviandad a la que contribuye la eficacia con las que los actores hacen su papel. Donde las florituras, cierto barroquismo, se queda para las arias que canta la actriz soprano Soledad Vidal que, como mujer de Coriolano, pone música a la salida de este de Roma.
O el violonchelo que toca la actriz todoterreno Luna Mayo, que cuando toca aquieta el ardor político de Bruta, su personaje, con el que atrapa en escena. Como si la música amansase su fiereza. La misma que cualquiera se puede imaginar que anima a Kamala Harris, la candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos.
Una música barroca, que, aunque pertenece a otro tiempo, parece ser la que está poniendo la banda sonora a los espectáculos que se hacen hoy en día. Pues cada vez se escucha más en este tipo de producciones. Convertida ya en casi un tópico del teatro actual. Al menos del que pretende divertir a la manera brechtiana como hace esta obra.