La cara de Ramón Tamames y los caminos de las políticas
Decimonónico, anacrónico, de otra época, supuraba indignación.
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Hubiera dado lo que fuera por ver el rostro de Ramón Tamames, su cuerpo, aunque fuera en un recuadro en una esquinita de la pantalla, durante todo el rato de la intervención de la vicepresidenta Yolanda Díaz en el Congreso en la última moción de censura presentada por Vox contra Pedro Sánchez el 21 y 22 del pasado mes. Por lo poco que vi, era todo un poema.
Hombre expresivo y transparente, atónito, traslucía una gran perplejidad ante una política (él debió de ver "sólo" a una mujer) que con calma y tranquilidad le ponía los puntos sobre las íes, y eso que apenas le aturrulló con el baño lapidario de realidad que suelen ser sus: "le daré un dato". Descolocado, manifestaba un gran asombro ante una política (él debió de ver "sólo" a una mujer) que, con la educación de la que suele hacer gala, ligaba frases y discurso con una coherencia sin demasiadas fisuras contra su doctrina. Decimonónico, anacrónico, de otra época, supuraba indignación.
Cómo se atreve una política (él debía ver "sólo" a una mujer) a hacerme eso a mí; cómo es que las políticas (las mujeres) no se conforman con ir al Congreso y obedecer sino que además nos tratan de usted a usted (o si lo prefieren, de tú a tú). No sé si el blanco sufragista con el que se envolvió Díaz —la forma es el contenido— le recordó que la cosa viene de lejos.
No está sola en ese camino. Hay muchas más. Mencionaré sólo dos. Jacinda Ardern, que el pasado enero dimitió y renunció al poder que otorga ser primera ministra de Nueva Zelanda porque, como ella misma dijo, es humana y no tenía ya energía suficiente para seguir en un trabajo tan exigente. Hace unos días, en su último discurso en el Parlamento, en el que reivindicó su forma de mandar, tan alejada de los habituales estándares masculinos, llevaba un korowai, un manto tradicional maorí —la forma es el contenido— que le regalaron durante su mandato; en muchas grandes ocasiones ha lucido prendas de vestir propias del país.
Nicola Sturgeon, primera ministra de Escocia, dimitió el pasado febrero y no es casualidad que, además del sentido del deber (y del amor, un duro amor), mencionara, como Ardern, que lo hacía porque es un ser humano.
Ambas tomaron una decisión que, a pesar de no ser la habitual, debería ser la normal después de muchos años en un trabajo que tanto desgasta y tan poco espacio deja a la vida. Con su encomiable y generoso gesto muestran el camino del éxito, puesto que el fracaso es aferrarse al cargo como una lapa sin saber irse cuando las fuerzas y la disposición fallan.
Ejemplo y modelo
En otro orden de cosas, es estimulante ver, por ejemplo, cómo el nieto de una amiga, un chaval de 7 años, pletórico y exultante, se consideró mucho más que afortunado cuando abrió el sobre de cromos y vio que había tenido la inmensa suerte de que le tocara el de la futbolista Alèxia Putellas. Más ilusión que si se le hubiera aparecido el mismísimo Messi. Ejemplo y modelo no sólo para las niñas, sino también para los niños. Como Ardern y Sturgeon.