Trabajar en el fútbol de élite es como vivir constantemente en una montaña rusa. Cuando ganas, experimentas un estado de euforia en el que te crees increíble, las emociones positivas se disparan, ríes, haces bromas con los compañeros del equipo. Y a la semana siguiente, zas, pierdes, en el momento en el que pensabas que todo estaba bajo control.