Pedro siempre terminaba sus frases con un "mi niño". Y ahora creo que sé por qué lo hacía. No era una muletilla. Era una llamada. La llamada a reconocer que somos niños felices gracias al trabajo que otros han hecho antes que nosotros. El esfuerzo de miles de personas en nuestro país que se sacrificaron para que nosotros, los niños de la democracia, pudiéramos vivir en libertad, vivir sin armarios, sin discriminación, sin oprobio, sin cárcel, sin persecución.