No fue el triunfo más brillante del número 3 del mundo, sino una de esas victorias trabajadas, sufridas, en las que a Federer le tocó ponerse el mono de trabajo y guardar el esmoquin en el armario. Fue un partido de contrastes, de giros e imprevistos constantes.
Murray, noqueado, solo pudo ver cómo el tenista español le pasaba por encima y no tenía antídoto para taponar las grietas de su juego. Asustado, tembloroso, quizás con la mente en otro sitio.