Circulan en coche negro de neumáticos anchos y lunas tintadas, amenazadores, grimosos como ratas nocturnas. Cabezas rapadas, chaquetas de cuero, caras mal puestas; son los miembros del KGB de Bielorrusia, única república exsoviética que preserva las siglas de su policía secreta, cuya sede principal domina el corazón de Minsk como si fuese la alcaldía o un museo de fama internacional.
El joven Alexander Hleb lo intentó como nadador y como gimnasta, pero no llegaba al nivel que exigía la maquinaria soviética. Con catorce años, ya con la URSS rota y siendo Bielorrusia un país independiente, probó suerte con el fútbol. El Barça pagó 15 millones por su fichaje en 2008. Chocó con Guardiola.