No he entendido nunca cómo te pueden cobrar tanto en un aeropuerto por un triste bocadillo de queso y jamón, o por el dichoso wifi. No me extraña que muchos viajeros, amedrentados por los precios nórdicos de nuestros aeródromos, acaben llevándose de casa su bocata envuelto en papel Albal.
Los periodistas nos hemos dejado seducir por el ascenso imparable de Gowex, por sus colosales (y mentirosos) planes de negocio y, sobre todo, por la labia de su fundador y máximo accionista, encantador de serpientes en tantas ruedas de prensa, presentaciones y actos sociales.