Lo que hizo Pedro Sánchez fue trazar una línea en el suelo y situarse del lado de los que todavía apuestan por que la política pueda seguir siendo autónoma respecto a la oligarquía económica. Y si es cierto que va a iniciar una campaña activa para presentarse a la reelección a secretario general, muchos militantes del PSOE darán también el paso.
No se trata de animar a los legionarios a desfilar con la cabra portando el cristo crucificado, llevar una banderita en el reloj u otras horteradas que se han perpetrado en el pasado, pero no estaría mal mostrar un poco más de afecto por la España constitucional y sus símbolos.
Ha logrado algo grave y perverso: matar nuestra principal seña de identidad, ponernos delante de un espejo que nos muestra que en el país del Quijote y Sancho, de Quevedo, de Berlanga, una gran parte de nosotros no tenemos sentido del humor.