Es posible que la repercusión política de la victoria de Trump sea más devastadora para Europa que para América. Sabemos muy bien el efecto que tuvieron la retórica del miedo, el vilipendio y el odio en las democracias de Europa. Los nazis no llegaron al poder con armas de fuego, sino con palabras.
Sólo por el contenido islamófobo que ofreció Breitbart bajo la batuta de Steve Bannon -nuevo jefe de estrategia de Trump-, este debería estar invalidado para ocupar cualquier puesto en la Casa Blanca. La islamofobia es tan moralmente injusta y repugnante como el antisemitismo, el racismo, la homofobia y el sexismo.
Mis vecinos, que colocaron carteles de apoyo a Trump durante las elecciones, son buenas personas cuyas familias están sufriendo y creen -con razón- que en Washington a nadie le importa en lo que se han convertido sus vidas.
El núcleo de la oposición será impulsado por jóvenes, que, como en los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter, no toleren estupideces, muestren una implacable resistencia a las autoridades y no tengan ningún interés en ceder ante racistas y misóginos.
Para que no penséis que esto es un tocho (más) anti-Trump, atribuyo una segunda culpa al caos en el que está sumido actualmente el Partido Demócrata. Toda esta situación se podría haber evitado fácilmente. Los demócratas cometieron el error de menospreciar la candidatura de Bernie Sanders.
Soy latino, hijo de inmigrante, gay y padre de una niña de raíces afroamericanas. Empezar a desgranar todo lo que ha dicho Trump sobre varias facetas de nuestras vidas es recorrer una letanía diaria de burlas y rechazo. Y, cuando pienso en lo que ha prometido hacer si sale elegido presidente, me doy cuenta de que estamos en el centro de la diana.