Hay una fuerza misteriosa en el buen trato capaz de abrir puertas y modular cambios que a priori parecen imposibles. Y lo mejor de todo, hay una erótica profunda y extensa muchísimo más compleja y fértil que las basadas en la conveniencia, el poder, los usos y costumbres o el desierto de la obligación.
Es muy habitual que, después de una discusión, la líbido de una mujer se esfume, incluso que tarde en volver. Porque para poder tener relaciones, dentro del marco de una pareja, necesitamos una seguridad afectiva, un estado receptivo que desaparece cuando discutimos.
"Y tú, ¿cuantas veces lo haces al mes?", se preguntaban entre risas unos amigos este fin de semana. Os pongo en situación. Pareja heterosexual de treinta y tantos, con hijos pequeños, en la que ambos trabajan fuera de casa. Seguro que te suena, ¿verdad? Se quejaban de la poca frecuencia sexual que tenían últimamente.
Conozco muchas mujeres a las que no les gusta el porno. No solo no les gusta; es que les repele, les echa para atrás. No quieren ni verlo. A veces mando como parte de la terapia sexual ver imágenes de alguna película porno. Pero ya me cuido de recomendar porno que no sea del común, del mundano, del que tú y yo sabemos. ¿Por qué? Porque no lo van a ver. No lo van ni a intentar.
Sí, señores y señoras. Los hombres no tienen por qué decir siempre que sí. A veces no tienen ganas. A veces también están cansados para el sexo. A veces pueden tener a su pareja perfectamente dispuesta y decir que no. El problema es que cuando la falta de deseo es del hombre, las mujeres nos lo tomamos de una manera personal.
Nuestro deseo siempre es más o menos que otro: el masculino. No nos dejan tener el que sea. Siempre comparándonos y estando a expensas de un modelo masculino de sexualidad que no nos representa. Donde el coito es el imperativo, donde los orgasmos no son para nosotras, sino para que el otro se sienta capaz y competente. Donde estamos enfermas o eso nos hacen creer. Y donde es urgente que nos mediquemos.
Se tiene que haber amado mucho, o al menos haber vivido consciente y libremente ese amor, para entender, comprender y representar esta obra encima de un escenario. Y, también, para disfrutarla desde la butaca. En caso contrario, hay que olvidarse de entenderla, y asistir al bello fenómeno cultural de un Lorca producido por el Teatro de la Abadía y el Teatre Nacional de Catalunya.
Es mi culpa. No soy como Anastasia, una chica inocente que se enamora accidentalmente de un hombre dominante. No, yo no soy así. Tengo más de 50 años. Sabía exactamente en lo que me estaba metiendo desde el momento en que conocí a Shihan, el hombre que me Domina.