La noche que fuimos Snowden
Ni con la visa nos dejaban salir. Nadie se atrevía a abrirnos la puerta; llamaban y llamaban a los jefes y a los jefes de los jefes. Una vez fuera, cruzamos la ciudad igual que dos fugitivos; las puertas de trenes y metro se cerraban a nuestra espalda, los pantalones crujían de tanto correr.