El secuestro de la educación
En México, gritar es la consigna e inconformarse es la acción. Como en las primeras etapas de la vida independiente, el país funciona entre planes, marchas y revueltas. Secuestrar es la forma de decir lo que se quiere para de esa forma, imponer la realidad de unos cuantos a la de muchos y viceversa.
En México, gritar es la consigna e inconformarse es la acción. Como en las primeras etapas de la vida independiente, el país funciona entre planes, marchas y revueltas. Secuestrar es la forma de decir lo que se quiere para de esa forma, imponer la realidad de unos cuantos a la de muchos y viceversa: aplastar la visión de pocos con la opinión de la mayoría.
El Poder Legislativo en México no es famoso por sus grandes dotes conciliadoras, pero en los días recientes ha marcado la pauta sobre lo que no se debe hacer: claudicar ante una minoría reaccionaria. Quinientos diputados federales y 128 senadores deberán reunirse en sedes alternas ya que sus edificios están sitiados por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, maestros que se oponen a ser evaluados y que lograron sin dar nada a cambio, que los diputados retiraran el dictamen sobre la Ley del Servicio Profesional Docente de la minuta de sesiones. Esta ley pretende que los profesores sean evaluados anualmente teniendo hasta tres oportunidades para acreditar su capacidad para enseñar.
Algunos actores políticos llaman al diálogo para consensuar las diferencias entre la Reforma Educativa y quienes no están de acuerdo con ella. Ello sería prudente en otros países, donde quienes difieren tienen la intención de llegar a un punto medio, pero los maestros disidentes carecen de esa capacidad: a una semana de iniciado el período escolar 2013-2014, hay zonas del país que carecen de maestros porque están luchando por sus derechos en la Ciudad de México. Quieren todo o nada y en el intermedio, los alumnos y las escuelas son de interés secundario.
Todo esto sólo perpetúa la imagen de anarquía política en el país: el grito, el sombrerazo, el amagar, pelear a consigna barata. Sólo así se hacen escuchar cuando el momento de la decisión apremia, el inconforme salta e impide mejorar al país. Así ha sido y por lo que se ve, seguirá, porque casi podemos apostar que las protestas y movilizaciones se presentarán en cualquier propuesta de reforma que no cumpla con los intereses de los reaccionarios, en su mayoría personajes en quienes alguna vez estuvo el poder de cambiar las cosas, pero que decidieron dejar crecer sus prebendas antes de ver el interés del país.
Si los legisladores siguen discutiendo las leyes secundarias sobre la Reforma Educativa, sucederá lo que tantas veces en el pasado mexicano: crearán una ley para todos que no cambia nada; pospondrán para tiempos menos candentes el cambio que necesita el país. Y por lo que se ve en las noticias, para allá van: negociar con el reaccionario, hacer feliz al violento para verse conciliadores, aunque el país termine en la ruina.
Ante esto, quedan mal los legisladores que se pliegan al griterío y venden el futuro del país para no perder votos para el partido. Mal el Gobierno federal que teme hacer frente a la crítica y usar la política para abrirle paso a sus reformas, amparándose en consejos, comisiones y presentaciones de oropel para explicar lo que en realidad es muy sencillo: el país está estancado y necesita de reformas verdaderas para volver a crecer, y las requiere ahora para ofrecer certidumbre sobre su propio futuro en todos los frentes.
En manos de los temerosos legisladores queda el futuro de la educación. Y eso, ya da mala espina.