Pensaba que era amor
Yassine y yo habíamos discutido desde siempre. Como todas las parejas, me decía a mí misma. Él me protegía y me cuidaba como nunca nadie lo había hecho. En ese momento no me daba cuenta de que era demasiado. Pensaba que me quería y que lo demostraba así. Pensaba que nadie me iba a querer así...
Yassine* y yo habíamos discutido desde siempre. "Como todas las parejas", me decía a mí misma. Aunque él me protegía y me cuidaba como nadie lo había hecho hasta entonces. En ese momento no me daba cuenta de que era demasiado. Pensaba que me quería y que lo demostraba así. Pensaba que nadie me iba a querer así...
Muchas cosas cambiaron cuando me quedé embarazada. Se volvió más exigente, se fijaba en los detalles. Por ejemplo, tenía que arreglármelas para que la yema de sus huevos fritos estuviera en el centro del huevo. Comprobaba a menudo si nuestro apartamento estaba limpio con un pañuelo blanco. Tenía que limpiar sus herramientas, lavar su coche...
Cuando las cosas no estaban como él quería, se volvía violento. Las palizas empezaban por cualquier cosa. El único pensamiento que tenía en mente era el de proteger a mi bebé. Me agachaba y esperaba a que se cansara de pegarme. Entre dar el pecho a mi hijo y el dolor de los golpes, dormía muy pocas horas. El miedo me paralizó. No entendía por qué se comportaba así, yo intentaba calmar las cosas, estaba petrificada por esta oleada de violencia.
En cuanto algo le molestaba, empezaba el ritual. Me avisaba del tiempo que me quedaba: "En dos horas, te voy a pegar". Nunca me pegó delante de nuestro hijo. Seguía marcando el tiempo. "Veinte minutos más"... Él estaba tranquilo, casi con actitud burlona. "Faltan diez minutos"...
Cuando llegaba el momento, cerraba las ventanas, cerraba la puerta con llave y se la guardaba en el bolsillo, ponía música para que los vecinos no oyeran nada y, entonces, empezaba.
Su juego favorito consistía en poner a prueba mis reflejos, como él mismo decía. Yo tenía que ponerme delante de él y él se dedicaba a "amagar" puñetazos. Lanzaba el puño y se paraba a un centímetro de mi cara, pero yo no podía parpadear. Si tuviera la desgracia de parpadear o de retroceder, se encolerizaba. Y empezaba la lluvia de puñetazos. De todas formas, siempre acababa habiendo puñetazos...
Me dolía el cuerpo entero constantemente. Cada centímetro de mi cabeza parecía estar en carne viva. Incluso peinarme me hacía gemir de dolor. No podía pensar cómo protegerme. Esperaba sobrevivir una noche más para ganar un poco más de tiempo. Pensé en suicidarme muchas veces, pero no quería dejar a mi hijo con él.
Me separó de mi familia y de mis amigos. Nadie sospechaba por lo que estaba pasando. No era capaz de ver ninguna salida porque, las pocas veces que intenté salir, me pilló y volvía al infierno. Para otras personas, él podía parecer una persona encantadora. Sabía cómo comportarse con cada uno. Incluso ahora, después de haber sido condenado a prisión, se las arregla para hacer creer a algunas personas que él es la víctima.
Le debo mi salvación a un amigo de la infancia a quien llevaba años sin ver. Se dio cuenta inmediatamente de lo que pasaba. También se la debo a una asociación.
Este amigo de la infancia me ayudó a ver con cierta claridad lo que estaba sucediendo. A ver que no era normal y que no "me lo había ganado". Gracias a la asociación participé en charlas de grupo y pude entender realmente que Yassine era un maltratador. La asociación me ha ayudado durante todos estos meses y años. No me abandonaron cuando retiré la primera denuncia, asustada ante las consecuencias, petrificada porque la policía me había hablado de un retraso de 3 semanas para citarle.
Me fui de casa un domingo. Ese día, comprendí que iba a matarme. Los golpes empezaron por la mañana, delante de nuestro hijo. Nada podía pararle. Aproveché un pequeño momento de soledad para llamar a la policía. Les dije que estaba dispuesta a llegar hasta el final. En la comparecencia inmediata, fue condenado a 18 meses (12 en la cárcel). Durante su arresto, insultó a los policías... Salió de prisión con una pulsera de monitorización electrónica, pero encontró la manera de informarse constantemente de lo que yo hacía. Me llamaba por teléfono y me decía: "¿Así que no estás durmiendo?", "Estás cogiendo el tren, ¿eso es que vas a París?". Cuando le quitaron la pulsera, el acoso pasó al siguiente nivel. Entró varias veces en mi casa mientras yo no estaba para esperarme. Y, un día, me volvió a pegar.
Tuve que irme y esconderme. La asociación Du côté des femmes [Del lado de las mujeres] me ha mantenido en un régimen de incomunicación, aislada con mi hijo. Pero él nos ha vuelto a encontrar. Todo ha empezado otra vez... He vuelto a denunciar, varias veces. La policía ni siquiera ha comprobado mis declaraciones.
He perdido todo. Menos la vida. Estoy lejos de mis amigos, no tengo trabajo, tengo miedo de enfrentarme a los demás... El único sitio en el que me sentía segura era mi apartamento. Hasta que Yassine empezó a merodear alrededor. Otra vez.
Me encuentro en una situación precaria, frágil ante una justicia que parece deshacerse de los archivos y que no se enfrenta a la realidad de los hechos. Intento recomponerme, intento encontrar una nueva vida, intento recuperar algo en lo que apoyarme. Quiero vivir. Quiero recuperar mi felicidad y la de mi hijo. Por una especie de reflejo de supervivencia, acepté participar en el programa del periodista Oliver Delacroix, en el canal francés France 2. Sentía que el silencio me estaba ahogando.
Cuando la editorial Editions XO me propuso contar mi historia en un libro (Il m'a volé ma vie, [Me ha robado la vida]), ni lo dudé. Mi única oportunidad de seguir adelante era hablar sobre ello. Mi libro me protege, me está cambiando la vida. Saco fuerzas del enorme apoyo de los lectores para recomponerme, para luchar por mí y por todas las mujeres -más de 200 000 cada año- que sufren violencia de género. Por fin, me siento comprendida y apoyada. Ya no tengo vergüenza.
Hoy, más que nunca, estoy convencida de que hay que hablar de esto. El silencio otorga a todos los maltratadores una sensación de omnipotencia, de poder. El silencio encierra. El silencio condena.
Esto es lo que quiero decir a las mujeres: ¡Hablad! Acudid a asociaciones, no os quedéis solas. El silencio mata...
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*Nombre ficticio.
Este post fue publicado originalmente en la edición francesa de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Irene de Andrés Armenteros