Septiembre blues
El año pasado, la inminencia de las elecciones generales despertaba expectativas de cambio. Rajoy volcaba sus esfuerzos en convencernos de que él sabría reconducir España, y prometía hacer exactamente lo contrario que luego se ha visto obligado a hacer: subir el IVA y recortar en sanidad. Hoy ya no creemos ni en brotes verdes ni en promesas electorales: sabemos que nos espera el año más duro en décadas.
Por primera vez desde hace cinco años, cuando comenzó la crisis, los ciudadanos afrontamos este mes de septiembre con la sensación de que no hay luz al final del túnel. El año pasado, la inminencia de las elecciones generales despertaba expectativas de cambio. Rajoy volcaba sus esfuerzos en convencernos de que él sabría reconducir España, y prometía hacer exactamente lo contrario que luego se ha visto obligado a hacer: subir el IVA y recortar en sanidad. Antes de 2011, el Gobierno de Zapatero se aplicaba en ver brotes verdes debajo de las piedras, y ofrecía esas briznas como promesa del futuro mejor. Hoy ya no creemos ni en brotes verdes ni en promesas electorales: sabemos que nos espera el año más duro en décadas. Pero eso no es lo peor: lo más angustioso de la situación actual es que no somos capaces de vislumbrar cuán larga será la travesía en el desierto.
Lo que sí sabemos es que los precios se han encarecido desde este pasado fin de semana, que en diciembre no habrá paga extra para los funcionarios -con el consiguiente golpe al consumo-, que en las aulas habrá más niños, y por tanto, recibirán menos atención; que muchos jubilados notan ya el zarpazo del copago y que la negación de la tarjeta sanitaria a los inmigrantes sin papeles nos ha colocado ante un dilema moral sin precedentes.
Cada día es más audible el cabreo, hasta ahora sordo, de autónomos, estudiantes, comerciantes, empresarios y funcionarios, ya sean bomberos, inspectores de hacienda, profesores o sanitarios. Como cada vez es menos sordo el desapego de los votantes, militantes y hasta dirigentes del PP, desconcertados cuando no ya abiertamente hostiles a Rajoy por su gestión de la crisis.
Resulta difícil confiar en el presidente del Gobierno cuando asegura, como este domingo en la entrevista conjunta concedida a ABC, Journal du Dimanche, Bild am Sonntag y Corriere della Sera, que no habrá más condiciones si el Banco Central Europeo finalmente interviene para comprar deuda pública española y calmar así la desconfianza de los mercados. Dado que en la misma entrevista afirma que es la realidad la que le impide cumplir su programa electoral, no es descabellado preguntarse si esa misma realidad, blandida por Merkel y Draghi, no le obligará a dejar en papel mojado sus buenas intenciones. El Financial Times publicaba este domingo un inquietante artículo en el que plantea, precisamente, la perplejidad que despierta Rajoy en Bruselas por su resistencia a admitir que sus peticiones al BCE traerán contrapartidas. Es cierto que su programa de reformas, tras la guinda de la última intervención financiera aprobada el pasado viernes, deja muy poco margen para seguir actuando. ¿Y qué queda por recortar? Las pensiones, por ejemplo. O algunas competencias cedidas por el Estado a las autonomías. En cualquier caso, cuestiones mayores cuyo abordaje podría tener costes inéditos incluso para un Gobierno con amplia mayoría absoluta.
Así las cosas, no se me ocurre otra cosa que un blues lento y doliente para acompañar este inicio de septiembre, y el otoño y el invierno que nos esperan agazapados.