Diez años después
De la destreza de la sociedad en general, y de nuestros políticos en particular, depende que abandonemos la recesión antes que después, y que la economía comience a recuperar el pulso que permita normalizar una situación de excepción. Pero los analistas coinciden en que el empleo tardará mucho más aún en recuperarse.
Hace diez años que se estrenó Los lunes al sol, la película de Fernando León de Aranoa que reflejaba la dolorosa situación de cinco amigos, extrabajadores de astilleros, en tránsito por un mundo que les había dado la espalda al perder su empleo, mientras luchaban por mantener su vida, su moral y sus principios. Se llevó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián y cinco Goyas; pero el mayor premio es que diez años después sigue tan vigente como entonces, gracias a la sutileza, el humor y la verdad que destilaban el guión, y a la interpretación de Javier Bardem, Luis Tosar, José Ángel Egido, Nieve de Medina o Celso Bugallo. La película fue un aldabonazo entonces para las conciencias, y hoy es ya un clásico.
En 2002, la tasa de paro era en nuestro país de 11,5%; hoy roza el 25%. Entonces, el PIB crecía un robusto 2,7% mientras que, una década después, la recesión se ha instalado con un PIB que en junio era del -1,3%. Sólo el Gobierno se muestra optimista para el próximo año, mientras que los organismos internacionales no detectan una mejoría importante para 2013. Cuando se estrenó Los lunes al sol, la inversión en construcción tiraba como una locomotora desbocada del resto de la economía -crecía al 6,2%-, mientras que ahora refleja una caída de dos dígitos: un -11,3%.
¿Cómo haría hoy León de Aranoa su película? El director responde hoy a esa pregunta en su blog de El Huffpost. En él, recuerda las asambleas de trabajadores de Naval Gijón en las que participó mientras escribía el guión de "Los lunes..." y la reflexión de uno de ellos que luego pondría en boca de Santos (Bardem) en una secuencia fundamental: no eran sólo sus puestos de trabajo los que defendían, sino los de sus hijos, porque era el futuro de los que vienen detrás el que estaba en juego.
Hace unos días, un conocido empresario (al que no le van especialmente mal las cosas) me comentaba cómo pesa en su ánimo la tenebrosa situación social y económica del país. "Ya no son sólo los padres los que me llaman para intentar colocar a sus hijos; empiezan a ser los hijos los que me suplican un trabajo para sus padres", me dijo. Los jóvenes no encuentran sitio en nuestra economía, pero los mayores de 50 que pierden su trabajo empiezan a barruntar que toda su capacidad y su experiencia puede resultar inútil para reengancharse laboralmente.
De la destreza de la sociedad en general, y de nuestros políticos en particular, depende que abandonemos la recesión antes que después, y que la economía comience a recuperar el pulso que permita normalizar una situación de excepción. Pero los analistas coinciden en que la ansiada recuperación no se reflejará en el empleo de una manera directa, así que el horizonte para volver a tasas de población activa similares a las que teníamos hace sólo diez años puede tardar aún mucho más.
Por eso la política es más necesaria que nunca; para articular la respuesta a las necesidades sociales que van a seguir siendo acuciantes. La desafección ciudadana hacia el Gobierno, las instituciones y los partidos políticos -tal y como reflejaba este domingo el sondeo de Metroscopia para El País- tiene que leerse como una enmienda no al sistema democrático, sino a sus insuficiencias para dar respuesta a los problemas.