La 'traición' de los vascos
Hoy, los vascos se centran en una defensa a ultranza de los derechos forales, algo que Jordi Pujol consideraba que era un instrumento medieval y que rechazó para Cataluña en aquellos lejanos momentos de la transición aunque Carlos Garaikoetxea se lo pidió por activa y por pasiva.
Foto: EFE
La cada vez más preocupante dinámica de tensión que se vive en el contencioso Cataluña/España da para mucho.
Da para tanto que una conocida política de izquierda independentista como Pilar Rahola ha salido del habitual ámbito dialéctico inter nos, y se ha fijado en el exterior, en la actual postura de los vascos.
Rahola les acusa poco menos que de traición, de dejarles solos a los catalanes, se supone que a los independentistas, en una jornada tan vital como la de su viaje hacia un nuevo estatus, en medio de una zozobra general que no se sabe muy bien hacia donde lleva.
"¿Dónde están los vascos?", se preguntaba hace algunos días en su columna del periódico La Vanguardia. Y es un buena pregunta. Como decía Albert Einstein es necesario plantear la pregunta correcta para resolver el problema. Pero, a pesar de tratarse de una buena pregunta, quizá no sirva para resolver el problema en este caso, o ¿quizá sí?
"Catalunya mueve pieza soberana -después de intentarlo todo- y en lugar de llegar la política, llega la marabunta: estallan las portadas de la prensa irredenta, suenan ruidos de suspensiones autonómicas, juzgan a presidentes por poner urnas de cartón, y en los desayunos de todo Madrid algunos mentan a los tanques. Y ellos, callados. Sinceramente, ¿no tienen nada que decir? ¿Nada de nada de nada?", decía Rahola en su columna.
Con "ellos", se refiere a los vascos. Esos que dieron tantas portadas de prensa, tantos informativos de televisión, durante los últimos años y, desde que callaron las pistolas, parecen haberse sumido en tiempos de reflexión y diálogo encerrados en silenciosos monasterios como el de Aranzazu, dedicados a una especie de catarsis vital después de tantos años de horror. Eso es, al menos lo que debe parecerle a Rahola. Están todos en algún sacrosanto lugar, apartados del bullicio político al que no llega la perentoria solicitud de ayuda de los hermanos catalanes.
Como mucho, una pitada común con motivo de la última final de la Copa del Rey. Entonces, los aficionados del Barça y los del Athletic de Bilbao unieron sus voces en un estruendoso coro contra el himno y el rey, que ahora, al albur de las circunstancias actuales, se antoja un susurro. No es, efectivamente, más que un susurro en medio de la algarabía general en la que los vascos hoy no se dejan oír.
"¿No tienen nada que decir?", se pregunta Rahola. Y con "nada" me refiero a palabras que resuenen en el ágora pública y no a susurros de amigos. Que todo el mundo hable de Catalunya (en general, para dejarnos a caldo) y que en el País Vasco todo el mundo calle, intelectuales, políticos, nombres propios..., ¿nadie?¿Responde el silencio a algún tipo de pacto fuera de taquígrafos? Sea lo que sea, qué soledad, la catalana!".
Que tristeza y soledad evidencian estas palabras. Pero así es la política.
Hoy, los vascos se centran en una defensa a ultranza de los derechos forales, algo que Jordi Pujol consideraba que era un instrumento medieval y que rechazó para Cataluña en aquellos lejanos momentos de la transición aunque Carlos Garaikoetxea se lo pidió por activa y por pasiva.
En cambio, los vascos dejan a un lado sus discrepancias políticas para unirse en defensa del Concierto. Y ahí saca pecho el lehendakari: "Nos corresponde defender nuestro Concierto Económico, que es un régimen fiscal y financiero singular; un derecho histórico con continuidad hasta nuestros días, pactado y amparado por la Constitución y reconocido por el Tribunal Europeo de Luxemburgo".
Y el propio Urkullu, en una deriva clara con respecto al nacionalismo catalán, incluso a la planteada años atrás con el llamado Plan Ibarretxe, marca la línea que seguir en este próximo futuro: "El frentismo con el único propósito de la confrontación" no es "la dirección correcta, ante una realidad política que está pidiendo acercamiento y diálogo". Lo acaba de confirmar esta misma semana.
Acercamiento y diálogo. Precisamente lo contrario de lo que esta ocurriendo en el contencioso Cataluña/España.
Pues sí, hay que extraer la conclusión de que los vascos parece que sí tienen algo que decir, pero ese algo es sustancialmente diferente a lo que la ex de ERC exige. No va a haber apoyo cerrado a la iniciativa catalana, y no va a haberlo porque el camino emprendido es diferente y porque, visto lo que cada día está ocurriendo en Cataluña, Urkullu se reafirma en su posición pactista y dialogante.
Es un camino en el que tiene posibilidades de avanzar. Lo otro, la vía catalana, sería ponerse a trabajar codo con codo con la izquierda abertzale. Cierto que entre ambos superan holgadamente en votos el 50%, pero cierto también, que el PNV nunca se ha sentido cómodo en ese tipo de relación.
De hecho, este mismo año, el líder de la izquierda abertzale, Hasier Arraiz ya pidió en el Parlamento Vasco a Urkullu que retomara el plan Ibarretxe, el mismo que fue rechazado en 2005 por el Congreso de los Diputados. "Hay una hoja de ruta y hoy lo que hay que hacer es seguirla", le contestó Urkullu. "El primer paso es lograr un acuerdo entre vascos, entre vascos con diferentes sentimientos de pertenencia». Es una apuesta por la transversalidad.
También el hoy sujeto a dura investigación Jordi Pujol fue un hombre de Estado, de Estado español claro, el del Pacto del Majestic con Aznar. Apoyó sin ambages a Felipe González y a José María Aznar, a tirios y troyanos, con la vista puesta en lograr réditos para Cataluña.
El PNV prefiere más el conocido camino del acuerdo entre diferentes, el pacto con el Estado, la dinámica del toma y daca, siempre que permita obtener resultados. Una línea que difiere de la elegida ahora por Artur Mas.
¿Es una traición? No, es más bien una elección. En el PNV encuentran acomodo diferentes sensibilidades respecto a los conceptos de soberanía. Desde tiempos lejanos, años 20 del siglo pasado, existen dos corrientes conocidas como Aberri y Comunión, la primera tiende hacia la independencia, la segunda hacia el acuerdo y la autonomía.
En estos tiempos de zozobra política la segunda opción se presenta como más adecuada que la primera. Ya lo dijo un ilustre vasco, Ignacio de Loyola: "En tiempo de desolación, nunca hacer mudanza".