La gran lista de cosas que no puedo hacer porque solo tengo hijas
Cuando jugamos con juguetes para niños, mis hijas se lo pasan extrañamente bien, como si no tuvieran ni idea de que esos juguetes supuestamente no están hechos para ellas. Como si no les importara que hubieran determinado que los coches eran para niños y los ponis para niñas.
Es sorprendente lo poco que necesito para salirme por la tangente y ponerme a escribir una Lista de cosas que no puedo hacer porque solo tengo hijas. En este caso, el detonante ocurrió hace poco tiempo, cuando estaba en la cola de McDonald's con mis hijas y nos preguntaron si queríamos el juguete de niño o de niña con el Happy Meal.
"De niño", le contesté a la cajera, que me miró sorprendida al ver que eran dos niñas las que me acompañaban, con su pelo largo y sus vestidos. Y, sin embargo, yo había pedido el juguete para niños. "Para las dos, por favor", añadí para evitar una mayor confusión.
El juguete de niños en cuestión era una ardilla en una tabla de surf, y mis hijas la querían. No creo ni que se fijaran en el juguete de niñas, pues la ardilla les había llamado mucho la atención. La mirada de sorpresa que me llevé al pedir el juguete de niños me hizo pensar, y cuando me pongo a pensar, el resultado rara vez se traduce en menos de 300 palabras.
En los meses siguientes, me di cuenta de que a mi mujer y a mí nos preguntaban a menudo por qué no nos planteábamos tener más hijos. "Seguro que también os gustaría tener un niño", era el comentario que acompañaba a esa pregunta.
"No, las niñas son perfectas. Estamos satisfechos con las dos y no queremos más hijos".
Más de una vez me vi metido en conversaciones de este tipo (no era algo diario, pero al menos me ocurrió una decena de veces), así que llegué a la conclusión de que debía crear una lista de experiencias que me estoy perdiendo porque solo tengo hijas y ver si realmente había algo que echara en falta.
Y aquí está la famosa lista:
1. Que un pene te haga pipí al cambiar un pañal.
2. Decir: "Hola, hijo, ¿qué tal has dormido?" sin crear confusión.
La lista iba muy bien. Ya tenía dos buenos ejemplos y yo seguía pensando en cómo un hijo podría cambiarme la vida. Pero la cosa se quedó ahí. El resto de la lista era algo así:
3. Jugar al béisbol. YA PUEDO HACERLO.
4. Jugar al hockey. TAMBIÉN LO PUEDO HACER.
5. Ver dibujos de Spider Man en el sofá. LO HE HECHO COMO OCHO VECES.
6. Llevar ropa azul. AZUL ES NUESTRO COLOR FAVORITO.
7. Estar más feliz que en toda mi vida. ESTO YA ESTÁ PASANDO AHORA.
8. Comprar juguetes de la sección azul de la juguetería. SOMOS UNOS FURTIVOS.
9. Jugar con coches de juguete. ¡CON AVIONES TAMBIÉN!
10. Criar a alguien que pueda considerar mi amigo y con quien me pueda tomar una caña algún día. ESTOY DESEANDO QUE LLEGUE EL MOMENTO.
Con esta lista he deducido que, por increíble que parezca, soy feliz y que, además, me encanta la vida que puedo llevar con mis dos hijas. También me he dado cuenta de que soy capaz de renunciar a los dos primeros puntos de la lista y participar de todos los demás.
Tiene gracia, pero, cuando jugamos con juguetes para niños, mis hijas se lo pasan extrañamente bien, como si no tuvieran ni idea de que esos juguetes supuestamente no están hechos para ellas. Como si no les importara que algunos adultos en algún momento de la historia hubieran determinado que los coches eran para niños y los ponis para niñas. ¡Qué cosas!
Lo más seguro es que al final nuestras decisiones como padres nos pasen factura. Llegará un día en que nuestras hijas querrán llevar vaqueros en público en vez de ponerse un vestido por culpa de un juguete de las Tortugas Ninja, o nos dejarán plantados en un restaurante porque le han cogido gusto a ver los partidos de hockey.
Pero, ante todo, serán tan felices como parecen serlo hoy en día.
Traducción de Marina Velasco Serrano