Miguel Ríos: un afluente en la Universidad de Granada
Los mismos profesores que presumen de que la universidad es un "régimen feudal" en el que las relaciones se basan en la idea de "sumisión a cambio de protección", o que utilizan esa jerarquía anclada en el tiempo para mirar a otro lado cuando hay abusos y acoso en su universidad, se escandalizan cuando un rockero obtiene un reconocimiento que quizás ellos no logren nunca.
Foto: EFE
Conocí a Miguel Ríos en una pegatina cuando tenía cinco o seis años. Debió salir en algún producto de consumo infantil, porque junto a la suya había otras de cantantes de moda en aquellos finales de los 60. Pero por algún extraño motivo, mientras que las demás se rompieron y desaparecieron de la pared, la suya permaneció todo el tiempo en el alicatado de la cocina con una ligera sonrisa; tanto que al final fui yo quien se fue de la casa y ella quedó atrás.
Sus canciones la sustituyeron e hicieron de aquella pegatina algo perenne en mi vida. Después, el tiempo me dio la oportunidad de conocerlo cuando, un día de 2002, la Junta de Andalucía nos concedió la medalla de la Comunidad, pero tampoco ese día llegamos a vernos. Él no pudo acudir al acto de entrega por encontrarse de gira por América Latina, fue su hija Lua, que salió de la canción para ocupar su lugar y sus palabras, pero el encuentro tuvo que retrasarse un poco más. Luego, cuando por fin se produjo, nunca le conté la historia de la pegatina.
Ahora, tras su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada el pasado 20 de mayo, de alguna manera ha vuelto a las paredes de mi casa.
Cuando uno crece en un pueblo que se llama Olula del Río, los ríos adquieren un significado distinto. Siempre he pensado en ellos como afluentes. Aunque terminen en un mar, no creo que el río acabe en ningún lugar por muy amplio que sea el espacio del agua encontrada. Y siempre he entendido la cultura como la vía de superar las barreras de los prejuicios, las ideologías, las creencias... y de depositar la emoción junto a las ideas allí donde pueden germinar con el resto de sentimientos.
Vivimos una época en la que, como nos dice el poeta Luis García Montero, confundimos la cultura con el espectáculo, y creemos que basta con la intermitencia de los flashes para iluminar el camino de esa cultura que lleve a demostrar que hay algo más que constates vitales en las personas que los reciben. Y no es así.
No podemos confundir la creatividad con la invención. Podemos inventar un sacacorchos, pero no un poema, y la sociedad necesita tanto la poesía, la música, la pintura, la escultura... como la vacuna contra el SIDA o el tratamiento del cáncer. Sobrevivir no es vivir, ni la longevidad es plenitud. Una sociedad árida de cultura no es habitable para la humanidad, y la solución no es hacernos mas inhumanos, como muchos han decidido, sino tener más cultura.
La suma de todos los Yotube apenas formarán un pequeño fragmento de realidad. En cambio, un minuto de la obra de personas como Miguel Ríos es capaz de dar sentido a vidas enteras. Por eso sorprende que su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada haya levantado algunas críticas en una parte del profesorado, es cierto que mínima, pero sin duda significativa de lo que hablamos.
Los mismos profesores que presumen de que la universidad es un "régimen feudal" en el que las relaciones se basan en la idea de "sumisión a cambio de protección", o que utilizan esa jerarquía anclada en el tiempo para mirar a otro lado cuando hay abusos y acoso en su universidad, se escandalizan cuando un rockero obtiene un reconocimiento que quizás ellos no logren nunca. Y lo más triste es que intentan presentarlo como una dicotomía entre el conocimiento profundo y especializado que exigen los importantes problemas y retos que tenemos y la necesaria proximidad a la realidad social y a la cultura vital que nace en la calle, capaz de condicionar nuestras vidas con más inmediatez e intensidad que muchos de los grandes descubrimientos e inventos.
La universidad no puede estar lejos de esa realidad ni puede justificarse con reconocimientos puntuales, del mismo modo que no puede mirar a la sociedad como un laboratorio o como una experiencia piloto de la que obtener información y datos. Ese planteamiento puede ser necesario para algún proyecto, pero resulta insuficiente para la vida. La fragmentación del saber es entendible y se ha convertido en una necesidad dada su amplitud. El distanciamiento entre el saber académico y la realidad social, no.
Por eso no es casualidad que sean las disciplinas técnicas y experimentales las que más alejadas están de los problemas sociales, incluso hasta el punto de que su alumnado es el que menos identifica la violencia de género que llega hasta sus aulas, como demostró el estudio que se hizo sobre el tema desde el Ministerio de Igualdad.
Es necesario diluir los egos en esta sociedad líquida para que no llegue a ser gaseosa, y entender que ningún hallazgo será del todo exitoso ni válido si no se acompaña de una respuesta para cambiar las causas que lo hacen necesario. No se pueden buscar soluciones a las enfermedades si no cuidamos la salud, no se pueden levantar edificios antisísmicos si el terremoto está dentro del hogar en forma de violencia, no podemos ver a la ley como solución si no aprendemos a convivir, no podemos hablar de filosofía si antes no hablamos de vida y no seremos capaces de utilizar nada de forma correcta si no lo hacemos bajo el referente de los Derechos Humanos.
La vida no puede ser ciencia ficción ni tampoco sólo realismo. La creatividad nos lleva a entender mucho de lo que nos falta y la inventiva a encontrarlo. Sólo desde esa aproximación a través de las emociones y el conocimiento, podremos mejorar de manera justa la sociedad, y cambiar los problemas que hoy pretendemos resolver sólo con el bisturí de lo académico y lo técnico, como si todo estuviera de más y algunos de sobra, cuando en realidad aún nos faltan muchas referencias para esa convivencia en paz e igualdad. Si mejoramos lo académico y lo institucional, pero no la justicia social, la sociedad no mejorará; porque la sociedad es el todo y cada una de sus partes, no sólo el todo abstracto e impersonal.
Tener a Miguel Ríos como compañero en la Universidad de Granada nos dice que es posible. Él será agua fresca en el afluente que nos traiga lo que el rock y la cultura recogen con sus redes por las aceras, como ya ha hecho en alguna ocasión. No he visto ningún trabajo científico que describiera lo que él fue capaz de hacer en su Rocanrol Bumerang. Por eso su canción de los 80 aún se puede cantar sin cambiar una sola palabra.
Reconocer todo lo que nos puede aportar esa aproximación a la realidad social es un acierto, hacerlo sólo tras una vida nos dice de nuevo que se llega tarde. De ahí que tengamos que dar más pasos en ese sentido para adelantar al retraso.
Yo esperaré a encontrar de nuevo al Miguel Ríos de la pegatina fuera de la Universidad de Granada. Dentro, no podré hacerlo, los viejos rockeros nunca mueren y yo soy médico forense.
Como tú nos enseñaste a cantar, ¡bienvenido, Miguel!
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor