La vigilancia antiterrorista en internet, ¿funciona realmente?
Se reflexiona algo sobre si esa vigilancia es ética. Pero curiosamente, nadie parece dedicarle ni un minuto a otro aspecto interesante de la cuestión: ética o no, legal o ilegal, ¿esa vigilancia es eficaz? El general Keith Alexander, director de la agencia federal que llevó a cabo el espionaje denunciado por Snowden, aseguraba ante el Congreso norteamericano que ese programa había permitido desarticular "docenas de ataques terroristas". Pocos se han molestado en comprobar sus datos.
A raíz del escándalo de la vigilancia de los servicios secretos norteamericanos y británicos en Internet, Barack Obama le dice al pueblo norteamericano que no tenemos más remedio que elegir entre seguridad o intimidad. Ha conseguido que el debate se plantee en esos términos. La cuestión de si esta clase de espionaje es siquiera legal parece que ya ha quedado aparcada. Si no es legal, se hará pronto que lo sea. Como mucho, se reflexiona algo sobre si esa vigilancia es ética. Pero curiosamente, nadie parece dedicarle ni un minuto a otro aspecto interesante de la cuestión: ética o no, legal o ilegal, ¿esa vigilancia es eficaz? ¿Funciona, siquiera?
John Patterson reflexionaba hace unos días en The Guardian sobre la manera en que, consciente o inconscientemente, Hollywood nos ha ido preparando para que aceptemos la vigilancia en nuestras vidas. Películas como Los fisgones (The Sneakers, 1992) o Enemigo público (Enemy of the State, 1998) nos han ido convenciendo a lo largo de los años de que la vigilancia estatal de nuestras vidas privadas es, a la vez, inevitable y perfecta. Esas técnicas pueden usarse para perjudicar a los ciudadanos, y de hecho ese es el argumento de esas películas, pero se trata de una anomalía; en buenas manos, viene a decir el subtexto, la vigilancia total puede proporcionar una seguridad total. ¿Es así en la realidad?
Ni mucho menos. Con toda su mitología, existen muy pocas pruebas de que programas como el destapado por Edward Snowden resulten útiles para luchar contra el terrorismo o justifiquen su coste económico.
El general Keith Alexander, director de la agencia federal que llevó a cabo el espionaje denunciado por Snowden, aseguraba no hace mucho ante el Congreso norteamericano que ese programa había permitido desarticular "docenas de ataques terroristas". Pocos se han molestado en comprobar sus datos. En todos los casos concretos que mencionó el éxito se logró principalmente gracias a métodos clásicos de investigación. Incluso en los dos ejemplos que parecían más claros al respecto, el caso de los hermanos Zazi en 2009 y el de un colaborador de los atentados de Bombay del 2008, la vigilancia en Internet resulta haber tenido un papel secundario y las detenciones (que en el segundo caso ni siquiera pudieron impedir el ataque) se lograron gracias a la vigilancia física convencional.
En total, ha habido 42 tramas terroristas en Estados Unidos desde el 11 de septiembre, de las que 33 fueron detectadas antes de tiempo. De ellas 29, al menos, se desbarataron gracias a métodos tradicionales, como la vigilancia física, y sobre todo el uso de delatores. Estos han sido la clave en la mitad de las desarticulaciones de tramas (ya decía Malraux que "la fuerza de la policía es la delación"). Y ojo, porque aquí se plantea otro problema que sólo mencionaremos de pasada: muchas de esas tramas terroristas eran en realidad sting operations (aguijones). Esta es una técnica muy discutible, nacida de la lucha contra el narcotráfico y que consiste en infiltrar a un agente en un grupo radical para animarles a llevar a cabo un atentado, que es cuando se les detiene. Se trata, en realidad, de una provocación de delito y cabe preguntarse si muchas de esas tramas habrían siquiera existido sin este impulso de los servicios secretos.
Pero, aún hay más: ¿Y si estos programas no sólo no fuesen eficaces sino que fuesen, de hecho, perjudiciales? Según un estudio de la Universidad de Ohio, la ratio de aciertos y fallos es de 1/10.000 con esta clase de vigilancia lo que, sumado a la enorme cantidad de información que es preciso revisar lleva a que muchos inocentes sean vigilados inútilmente mientras que los verdaderos sospechosos pasan desapercibidos. Esto es, aparentemente, lo que sucedió en al menos uno de los ejemplos que cita la seguridad norteamericana, el caso Headly, detenido gracias a una investigación convencional una vez que había logrado escapársele entre los dedos al programa PRISM.