Cataluña, Escocia, Quebec: el ADN del nacionalismo
España, el Reino Unido o Canadá tienen que permitir que la gente elija el orden de su fidelidad. Yo no tengo derecho a decirle a un quebequense que tiene que amar a Canadá más que lo que ama a Quebec; eso lo decide cada uno, no se le puede imponer a nadie. Así es como sobrevive nuestra sociedad, permitiendo la libertad de la pertenencia, la libertad del apego. Esa es la justificación más importante de una sociedad multinacional, multilingüe, multiétnica, esa es la razón por la que lucho.
Permítanme hablar un poquito del nacionalismo. Quiero contarles una historia. Hace un mes, dos políticos de Inglaterra, que están ahora mismo luchando del lado de los unionistas en el referéndum de Escocia, me pidieron consejo. Estos dos políticos británicos me dijeron que habían intentado atemorizar a los escoceses diciéndoles: "Si os marcháis del Reino Unido no vais a poder estar en Europa". Y que eso no funcionó. Y luego intentaron atemorizarles diciéndoles: "Si os independizáis no os vamos a dejar que utilicéis la libra". Pero que eso tampoco funcionó. Por lo tanto, me preguntaron: "¿Y ahora qué les podemos decir? ¿Con qué les podemos atemorizar?"
Me lo preguntaron porque yo soy canadiense y querían saber qué es lo que había funcionado en 1995, cuando se celebró un referéndum en mi país. Celebramos un referéndum sobre si Quebec quería permanecer en la federación canadiense o no y por un exiguo número de votos -por cincuenta mil votos de un total de cinco millones de votos emitidos- se rechazó la independencia y Canadá ganó por los pelos. Mis amigos británicos me preguntaron qué argumentos habían funcionado en Canadá. Me preguntaron, sobre todo, si apelar al corazón funcionó. Y yo les dije que mucha gente fue desde el resto de Canadá a Montreal a decirles a los quebequenses: "Os queremos, queremos que permanezcáis con nosotros". Aunque creo que eso no marcó ninguna diferencia.
Creo que lo que sucedió realmente fue que Quebec, los québécoises, decidieron que la mejor solución era que las dos naciones compartieran el mismo Estado. Porque los canadienses ingleses nunca se han opuesto a que los quebequenses tengan una identidad diferenciada ni han rechazado que la fidelidad principal de los quebequenses está con Francia y no con el Reino Unido. Quebec tiene ahora una legitimidad constitucional para hacer lo que quiera, pero permanece dentro de un mercado único, que es el mercado canadiense, y acepta las políticas económicas y la política exterior de Canadá. No es una relación de amor, pero funciona.
Por eso a mis amigos británicos les dije: "Tenéis que encontrar alguna fórmula en la que quizá no haya amor, pero que permita que haya un entendimiento, que la cosa funcione". No me quedé tampoco muy contento con la respuesta que les di, porque, de hecho, yo tengo un sentimiento muy profundo sobre lo que ocurre en Quebec y porque para mí los problemas del Reino Unido y de España son muy importantes, porque son estados multinacionales, multiétnicos y multilingüísticos y quiero que sobrevivan. Así es cómo pienso.
Mi sentimiento respecto a Quebec es muy personal, porque, como veis por mi nombre, tengo origen ruso. Emigrados, exiliados, que lo perdieron todo en la revolución rusa y fueron a Montreal con una mano delante y otra atrás. Y Quebec les dio un hogar, Canadá les dio un hogar, porque hablaban francés y hablaban inglés. Y están enterrados en Quebec, y si Quebec se separase me sentiría como si alguien me cortara el brazo, porque mi padre está enterrado en Quebec. Por esa razón todo esto para mí es tan emotivo.
Yo no me opongo al nacionalismo. Comprendo el sentimiento nacionalista, comprendo la pasión de sentirse en casa cuando estás en tu país, hablas tu propio idioma, puedes educar a tus hijos en tu idioma, sientes -como dice Isaiah Berlin- que estás con gente que sabe no solamente lo que dices sino también lo que quieres decir. Y ese sentimiento solo lo tienes cuando estás en casa con tu gente. Esa parte del nacionalismo me parece bien. Lo que no me gusta es la secesión. Lo que no me gusta son aquéllos que quieren que todas las naciones tengan su propio estado y que quieren dividir los estados-nación que son multilingües, multiétnicos y plurales. Mi objeción no es que los sentimientos de estos nacionalistas no sean auténticos -aunque a veces no son tan auténticos- lo que me preocupa es que a veces el nacionalismo es un proyecto político de una élite que quiere ser un pez gordo en un lago pequeño, que no actúa de buena fe, que utiliza el nacionalismo para servir a sus propios intereses mezquinos.
No digo que todos los nacionalismos estén basados en la mala fe, de hecho, muchos de ellos tienen una raigambre muy profunda. Cataluña tiene su propio idioma e instituciones que se remontan al siglo XVI, una historia, una cultura política distinta a la de España, y para mí estas no son cosas malas, al contrario, son cosas muy buenas. A lo que me opongo es al concepto de identidad, a la suposición de que o bien eres español o catalán, o eres quebequense o canadiense. Por ejemplo, ¿qué podemos decir de mí? Soy un canadiense inglés que hablo francés y el hecho de que hable francés forma parte de quién soy, no es solamente una competencia lingüística, es parte de mi identidad social, de mi identidad política. Y mi familia está enterrada en Quebec. Y en el debate entre Cataluña y España, ¿qué vamos a decir de las personas que tienen padre español y madre catalana o madre española y padre catalán?, ¿qué pasa con las personas que viven en Barcelona pero tienen sus antepasados en Galicia? Es decir, el proyecto nacional muchas veces te obliga a elegir. Los escoceses te dicen: "O escocés o británico" Pero hay cientos de miles de personas que son ambas cosas.
Por lo tanto, el proyecto secesionista comienza con una suposición sobre la identidad humana que es totalmente falsa. Si el proyecto secesionista prevaleciera y Cataluña se separara después de un referéndum, de una declaración unilateral o como sea la independencia, dejarían a muchos seres humanos partidos en dos, desgarrados, con una parte de su identidad en un estado llamado Cataluña y la otra parte de su alma en España. A mí no me gusta que esto ocurra en Canadá, en España, ni en el Reino Unido. Porque me parece que todo se puede politizar, pero que la sabiduría y la política muchas veces no casan bien y a las personas no se las debe obligar a tomar decisiones existenciales contra su propia voluntad. Por lo tanto, creo que la secesión no es un error, es un pecado, porque impone una elección política a unas personas que no tienen voluntad de tomar esta decisión. La razón por la que la secesión de Quebec no funcionó -y nunca va a conseguirse- es que los quebequenses lo comprendieron que eso era así. Saben que viven en una sociedad en la que, por ejemplo, hay una persona que se llama Patrick Ryan, un hombre irlandés católico, pero que es francófono, que solamente habla francés. Y habrá gente cuyos nombres sean enteramente franceses de origen y que solo hablen inglés. Ese es mi país y así es vuestro país también. Esta es la razón por la que estas cuestiones tocan tanto las emociones.
Pero esto significa que un estado multinacional como España tiene el deber de asegurar que los que son catalanes se sientan en casa en Cataluña y en el resto de España. Mi posición no es contraria a la reforma constitucional. Yo ahí no sabría qué hacer, quizá el profesor Carreras sí lo sepa, pero creo que sería un error político que las élites españolas y la sociedad de Madrid, cerraran la puerta a una consulta constitucional. Creo que hay que esforzarse para que los catalanes vean que pueden sentirse en casa en Cataluña y en España y, de esa forma, se evitará la amenaza de la secesión. Ese es un debate que tenéis que realizar de forma abierta con vuestros hermanos y hermanas catalanes, y ellos tienen que sentir que son parte del debate, tienen también que hacer oír sus voces. Estoy seguro de que si el ejemplo de Quebec sirve para algo, vais a tener éxito.
Yo estuve cinco años y medio en la política. En la Cámara de los Comunes de Canadá estaba sentado muy cerca, tan cerca como lo estoy del profesor Carreras, de un hombre que fue elegido al parlamento de Canadá y que quería dividir el país, representaba a Quebec y quería secesionarse, se sentaba en la Cámara de los Comunes y quería disolver los lazos constitucionales que defiende el parlamento. Y no nos parecía algo extraño, nos parecía que esa era la forma de trabajar. Lo que quiero decir es que ese hombre era mi adversario, pero no era mi enemigo. No estábamos de acuerdo en una cuestión fundamental respecto a nuestra identidad constitucional, pero era mi adversario, no mi enemigo. Era tan demócrata como yo, tan buen diputado como yo, ganaba el mismo salario que yo y también ahora gana la misma pensión que yo. Y así es como funciona la democracia. No puede haber enemigos en la casa de todos los españoles. Y esto lo sabéis, habéis tenido una guerra civil, sabéis lo que es tener enemigos, lo destructivo, lo violento, lo terrible que es todo eso. Tenéis que tener una política en la cual haya adversarios que se tratan con respeto y resuelvan estas cosas de forma democrática y estoy seguro de que se puede conseguir.
Porque España, el Reino Unido, Canadá, tienen que permitir que la gente elija el orden de su fidelidad. Yo no tengo derecho a decirle a un quebequense que tiene que amar a Canadá más que lo que ama a Quebec, si quiere puede querer más a Quebec y luego a Canadá o al revés, eso lo decide cada uno, no se le puede imponer a nadie. Así es como sobrevive nuestra sociedad, así es como prospera, permitiendo la libertad de la pertenencia, la libertad del apego. Esa es la justificación más importante de una sociedad multinacional, multilingüe, multiétnica, esa es la razón por la que lucho, es la razón por la que quiero que España sobreviva, que Canadá sobreviva y que el Reino Unido sobreviva.
Gracias por escucharme.