País de desvergüenza: carta de la hermana de una mujer maltratada
La impotencia más grande de una madre maltratada se entremezcla con la desesperación más amarga al saber que tiene que entregarle a su agresor lo que más quiere en el mundo, su razón de ser, su fuerza para mantenerse fuerte y dar el paso de poner fin a tanta violencia y despropósito.
Justo hace unos días, los medios de comunicación y redes sociales se hacían eco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y resaltaban el apoyo a las mujeres maltratadas.
Yo, sin embargo, no puedo sino sentir la impotencia más dolorosa y angustiosa ante esta feroz lacra que nos asuela. No puedo dejar de mirar con asombro las campañas publicitarias en las que todo el peso y responsabilidad recaen sobre la víctima, con un "Sé valiente, denuncia la situación, no estás sola". No puedo dejar de pensar en todas y cada una de las mujeres víctimas de malos tratos que luchan con todas sus fuerzas para salir de situaciones dramáticas y aterradoras. No puedo sentir otra cosa que no sea fracaso ante el número de muertes por violencia machista en lo que llevamos de año.
No puedo dejar de pensar en mi hermana y en lo valiente que fue hace una semana cuando, tras una situación de maltrato continuado, decidió denunciar a su agresor. No puedo dejar de pensar en mi sobrina de 2 años, que vivió toda aquella pesadilla. No puedo dejar de pensar que ante todo el infierno vivido, y por el bien de ambas, decidiera dar el paso más importante, jugándose la vida y poniendo en manos de la justicia a tan despreciable individuo.
Pero no puedo ni quiero entender cómo esa justicia, la justicia que debe de velar por su integridad y seguridad, no solo no deje en libertad a un hombre, que con ésta ya son tres las denuncias por malos tratos que acumula, sino que se le conceda el privilegio de llevarse a la niña todo un fin de semana, ¿Qué tipo de justicia es la que deja en libertad a un individuo que es capaz de amenazar de muerte a su pareja y jactarse de ello?
La impotencia más grande de una madre maltratada se entremezcla con la desesperación más amarga al saber que tiene que entregarle a su agresor lo que más quiere en el mundo, su razón de ser, su fuerza para mantenerse fuerte y dar el paso de poner fin a tanta violencia y despropósito.
Su infierno no acabó en aquella comisaría de policía donde dio el gran paso para denunciarle. Su infierno más aterrador comienza ahora.
Como sociedad y como seres humanos no podemos dejar que sigan ocurriendo estas dramáticas situaciones, no podemos consentir la insensatez de una justicia obsoleta y tremendamente incompetente en estos temas. No podemos ni debemos tolerar ningún tipo de maltrato en ninguna situación, ni bajo ningún concepto. Estamos obligados a ello, se lo debemos a tantas y tantas mujeres que, como mi hermana, han demostrado una fuerza digna de admirar y apoyar. Ellas se merecen nuestro compromiso más tenaz para erradicar esta autentica atrocidad.
Somos demasiados contra esos pocos que solo se atreven a ser fuertes con los más débiles.