Como brasileña, siento que en carnaval vivo bajo un toque de queda
Cuando me quejé de que un hombre me había metido mano sin mi consentimiento, me respondieron: "¿Es que no sabes en qué consiste el carnaval?". Parece que hubiera una cabalgata de hombres misóginos paseándose por las calles y avenidas de todo Brasil.
"¿Es que las feministas no os cansáis nunca de hablar de la violencia?", me preguntó un conocido una vez.
"Sí, claro que nos cansamos", le respondí. "No me gusta nada hablar sobre la violencia, pero es peor sufrir en silencio. Me alegraré cuando llegue el momento en el que no necesitemos hablar más sobre ello. Y llegará cuando los hombres dejen de ejercer violencia sobre las mujeres", añadí sin ocultar mi enfado.
Me frustra ver campañas como la de #CarnavalSemAssédio (#CarnavalSinAcoso), fruto de la asociación de la revista AzMina ("chicas" en español), #AgoraÉQueSãoElas (#AhoraEsSuTurno) y Vamos Juntas?, entre otros colectivos feministas y de mujeres.
La campaña me recordó a la de Chega de Fiu Fiu (No más silbidos) organizada por Think Olga.
Muchas mujeres a las que respeto profundamente forman parte de estas dos campañas; ni siquiera necesito conocerlas personalmente para admirarlas.
Resulta prometedor ver cómo hay mujeres que se organizan para luchar por su derecho a llevar una vida libre de violencia, incluso en carnaval. Pero encuentro desalentador el hecho de tener que vestirme, maquillarme y salir de casa sabiendo que me enfrentaré a algún tipo de acoso y que muchas mujeres también lo sufrirán. La violencia que tienen que soportar las mujeres en Brasil durante el carnaval es tan común como las serpentinas o el confeti.
La campaña también me recordó un incidente que me sucedió el año pasado. Estaba en la cabalgata del Carnaval de São Paulo y llevaba una ropa apropiada para el tiempo que hacía y el ambiente festivo. Un hombre que estaba cerca del Teatro Municipal se me acercó, me miró y me dijo: "Puede que seas una puta, pero aun así te follaremos".
Fue uno de esos momentos que te sacan automáticamente de la alegría del carnaval y te llevan a la dura realidad del Miércoles de Ceniza. Sentí que en cualquier momento en el que estuviera caminando sola por el centro de la ciudad, uno de los miembros de este grupo secreto estaría al acecho, esperando para realizar esa promesa.
Siempre he pensado que estos piropos no tienen nada que ver con la seducción, sino con la reafirmación de la masculinidad. Jamás he oído a una mujer decir: "Me encanta que los hombres me piropeen mientras espero al autobús".
La mayoría de estas frases no son inocentes. No nos suelen decir: "¡Qué sonrisa tan bonita! Espero que siempre la tengas, ¡que tengas un buen día!". Más bien suele ser: "Me encanta tu coño", "quiero metértela por el culo" o "te voy a follar".
De verdad no creo que los hombres se esperen una respuesta como: "¡Claro! ¿Dónde quedamos? ¿Quieres que lleve yo el vino?". No les satisface obtener una respuesta de la mujer, les satisface reafirmar su masculinidad. Cuando gritan "tía buena" en medio de la calle, lo que está diciendo en realidad es: "Soy un hombre y todo el mundo tiene que saberlo".
El problema reside en que esta necesidad desesperada de reafirmar la masculinidad se combina con la sumisión de la mujer a una realidad en la que la autonomía solo es válida para aquellos que nacen con un cromosoma Y.
Esta variante del acoso sexual es una declaración de odio contra las mujeres. Lo que experimenté en la calle cerca del Teatro Municipal fue misoginia.
Sigue siendo acoso sexual aunque no se utilicen palabras tan vulgares. No eres amable si le susurras un chiste a una mujer que va sola por una calle vacía. Es como si le dijeras: "¿Es que no sabes cuáles son las normas? No puedes ir sola por la calle. Solo yo puedo hacerlo y puedo hacer lo que quiera contigo".
La ofensiva frase de "quiero lamerte todo el cuerpo" significa "eres una mujer y no puedes llevar la ropa que quieras".
El hecho de reafirmarse normalmente implica denigrar a otra persona. O, por lo menos, implica definir los límites en los que esa otra persona puede existir (incluidos el tiempo y el lugar) y la ropa que puede llevar.
No creo que exagere si digo que ser mujer en una ciudad grande es casi como vivir con un toque de queda permanente.
Durante el carnaval, el acoso adopta unas formas más creativas y poéticas. Eso me recuerda a otro incidente que me sucedió en esas fechas. Cuando me quejé de que un hombre me había metido mano sin mi consentimiento, me respondieron lo siguiente: "¿Es que no sabes en qué consiste el carnaval?".
Han pasado los años -y he disfrutado de otros carnavales-, pero soy incapaz de olvidarme de la amenaza de aquel hombre. Especialmente porque no me dijo "te voy a follar", me dijo "te vamos a follar". Parecía que era el portavoz de un grupo o de un colectivo. Puede que uno de sus miembros fuera ese otro hombre que me metió mano. Es como si hubiera una cabalgata de hombres misóginos paseándose por las calles y avenidas de todo Brasil.
Este post fue publicado originalmente en la edición brasileña de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.