Ser sencillo es mejor que ser especial
Es un gran paso para la mente no querer ser especial, ni tratar de ser mejor que otros. Es mucho más beneficioso colaborar. Uno debe aprender a conocerse, descubrir cómo es, cuáles son sus problemas y cómo resolverlos, qué cualidades y capacidades tiene, qué puede ofrecer...
La sencillez de la belleza. Foto: JJ/MI.
Es un gran paso para la mente no querer ser especial, ni tratar de ser mejor que otros. Es mucho más beneficioso colaborar. Uno debe aprender a conocerse, descubrir cómo es, cuáles son sus problemas y cómo resolverlos, qué cualidades y capacidades tiene, qué puede ofrecer a los demás..., pero esto nada tiene que ver con el deseo de ser especial.
Querer ser especial tiene mucho que ver con intentar sentirse fuerte, con buscar la valoración de los demás o, incluso, con buscar sentirse superior. Todo ello no es más que una búsqueda infructuosa de seguridad, una reacción al temor, consciente o inconsciente, a sentirse inferior frente a otros.
Buscar ser especial surge de un temor
Todos somos valiosos, nadie es inferior. Si se comprende que tratar de destacar surge del miedo a ser menos, y que el miedo se puede aprender a resolver, entonces se puede acabar también con la comparación, la envidia, el sentirse menos que los demás, el tratar de sentirse superior, el orgullo..., procesos todos ellos que generan mucho sufrimiento y embotan la mente.
La sencillez es inteligencia
De modo que, cuando la búsqueda por ser especial se acaba, sobreviene una gran serenidad, la mente se torna tranquila y sencilla. Y la sencillez y la inteligencia, que van de la mano, que son una misma cosa, nos ayudan a resolver el afán de competir, de luchar, con uno mismo y con los demás. Y cuanto menos se compite, más se aclaran las ideas, y más profundamente se comprenden la vida y la realidad. Se aprende a colaborar y a buscar el bien común, lo que supone aunar el beneficio propio y el de los demás.
Ser sencillo no es ser triste, ni privarse de cosas, ni experiencias, ni ser austero..., es vivir aprendiendo con gran intensidad, vivir con inteligencia, donde la motivación es cada vez más correcta y nos reporta bienestar y profundidad.
Una mente en constante aprendizaje
Para alcanzar este estado de la mente, en continuo aprendizaje, debemos resolver el conformismo, la ira, la lucha, el odio, la competición, la resignación. No debemos tratar de tener razón, sino poner todo nuestro interés en comprender. No debemos rendirnos ante las dificultades, externas e internas, por el contrario, cualquier dificultad debe ser explorada, investigada con el fin de comprender aquello que aún no entendemos, y descubrir soluciones eficaces e inteligentes. Cuando uno hace esto, la sencillez, la empatía, la honestidad, el sentido de colaboración, el afecto, la alegría, la bondad y la inteligencia surgen como una misma cosa inseparable. Y la vida cobra un sentido por completo diferente.