16.000 kilómetros con Juanes

16.000 kilómetros con Juanes

Penélope Sierra es malagueña. Su acento andaluz la delata. Donde quiera que el artista colombiano se encuentre ella estará siguiendo sus pasos para intentar convertir sus emociones en fotografías. De eso se trata su trabajo. Capturar los momentos que nadie puede ver.

PENÉLOPE SIERRA

"¿Visitar treinta ciudades en dos meses? Qué paliza de gira, pero qué satisfacción tan grande ser parte del equipo de trabajo de un artista como Juanes".

Penélope Sierra es malagueña. Su acento andaluz la delata. Donde quiera que el artista colombiano se encuentre ella estará siguiendo sus pasos para intentar convertir sus emociones en fotografías. Está de regreso en Italia con miles de imágenes tras una gira por treinta ciudades de norteamérica. El recorrido la llevó a viajar junto a Juanes y su banda por toda la costa oeste de Estados Unidos. Recorrer gran parte de la frontera con México e inclusive desviarse hacia el norte hasta Montreal luego bajar a New York para después terminar en Miami.

Se movilizaron en cuatro autobuses con recorridos de siete horas diarias en promedio. Dos de los gigantes coches fueron necesarios para movilizar el equipo técnico, un tercero para Juanes y su familia. El cuarto en la caravana para la banda y por primera vez una fotógrafa. Todos a bordo son artistas.

Durante los primeros días no fue fácil dominar el vaivén de las ruedas en la carretera. Parecía que todo se movía a su alrededor aún cuando se encontraba caminando por alguna ciudad. Ni un solo ronquido interrumpió sus noches. Quizás no los sintió por el sueño profundo que acompañaba el cansancio o porque definitivamente todos hicieron un gran esfuerzo por cuidar su reputación a la hora del descanso (el manual de convivencia incluía no dormir en el sofá de todos y subir la tapa del inodoro para evitar quejas femeninas).

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Ya en tierra firme antes de entrar al escenario todo es un ritual. Penélope guarda silencio y no para de hacer fotografías. De eso se trata su trabajo. Capturar los momentos que nadie puede ver. Unen las manos con sus brazos extendidos hacia arriba y no hay vuelta atrás. Se encienden las luces y el público grita. Empieza el camino hacia el éxito de esa noche. A diferencia de sus compañeros su entrada al escenario es imperceptible. Aparece. Nadie debe posar. Todo es natural. Detrás del batería, Waldo Madera, se encuentra cómoda con 360 grados de ángulo para hacer imágenes. Junto a la trompeta, el cubano Orlando Batanga Barrera, el saxo, Rafael Sandoval y el trombón Edilberto Edy Liévano lucha por mantener el pulso alterado por las vibraciones de los metales mientras oprime el obturador de su cámara. Luego intenta contacto visual con Emmanuel Briceño quien le da consentimiento para acercarse al piano y los teclados y desde allí logra fotografiar el público. Los percusionistas también ceden espacio y Penélope se acerca sigilosamente ante las miradas cómplices de Felipe Pipe Alzate y Richard Bravo para lograr otra imagen de Juanes, quien no se entera desde qué ángulo lo toma su fotógrafa de cabecera. El recorrido continúa y se atreve a entonar en voz baja la canción de turno mientras Michael Mejía y Raquel Sofía, profesionales de la voz, lo dan todo en los coros. Una línea imaginaria la separa de algunos miembros del grupo que por su posición en el escenario no la pueden ver. Son límites que establece y sabe que no puede cruzar aunque le gustaría. No puede irrumpir e incomodar con su presencia. A Felipe Navia, el bajo, Juan Pablo Daza, la guitarra y Toby, Fernando Tobón también guitarrista y compañero de Juanes desde sus inicios sólo puede verles la espalda. Algunas fotos de perfil también se cuelan. Por encima de sus hombros se da el lujo de observar como nadie las reacciones del público. Un privilegio sin duda. Mientras tanto su objetivo principal se entrega en cada canción. Salta una y otra vez. Se mueve de un lado a otro con absoluta confianza. Dueño de su espacio. De repente suelta su guitarra y se entrega a la ola de brazos que lo recibe y moviliza por algunos minutos, pero que se encarga de ponerlo sano y salvo otra vez en el escenario. Es una coreografía espontánea. En ese momento la cámara no se detiene. Son momentos únicos e irrepetibles. Luego escogerá entre miles la mejor fotografía.

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Sólo una situación la dejó sin aliento durante la gira. Todo marchaba sin contratiempos hasta llegar a New York. Por cuestiones de seguridad y con el ánimo de proteger la intimidad del Radio Music Hall, hacer fotografías requiere de un protocolo que jamás se imaginaron. Juanes y Penélope, quienes nunca habían pisado el teatro neoyorquino, no se darían por vencidos tan fácilmente. Hicieron falta algunas reuniones, correos electrónicos, y varias conversaciones para llegar a un acuerdo que hubo que explicar por radioteléfono a cada uno de los guardias que cuidan y rodean el mítico escenario. Hasta el último momento no llegó la autorización. No hay fotos del ensayo ni de los primeros 40 minutos de concierto tampoco. Pero finalmente lo logró. Todos triunfaron. El ídolo y sus músicos. La voz. La guitarra. Penélope con su cámara. Diferentes perspectivas. Fue una noche histórica para Juanes. También para Penélope, quién ahora descansa en su casa de La Toscana, mientras nada en un mar de treinta y cinco mil imágenes y vuelve la acción. Está lista para la siguiente aventura.

Fotos cortesía de Penélope Sierra.