Querida Carme
Se nos ha muerto Carme, y escribirlo se me hace tan doloroso como absurdo. Porque absurdo y doloroso es escribir en pasado de una persona a la que hemos querido y respetado, con la que hemos compartido buenos y malos momentos y, como es mi caso, a la que siempre estaré profundamente agradecido.
Empecé a trabajar con Carme Chacón al poco tiempo de que ella entrara en el primer equipo de José Luis Rodríguez Zapatero, recién elegido secretario general del PSOE. Estoy seguro de que hoy los periódicos dirán de ella que era inteligente y trabajadora, y le harán justicia. También era una mujer decidida, valerosa, y con una enorme fuerza de voluntad. Con determinación y coraje afrontó sus diferentes responsabilidades, y también fue venciendo una timidez bastante poco conveniente para quien se dedica a la actividad política.
Era analítica y racional, pero también de una emotividad a flor de piel que no casaba muy bien, por ejemplo, con lo que se espera de una ministra de Defensa. Un cargo en el que no es habitual que alguien haga cosas que se tienen por normales en cualquier otro ámbito, como llorar junto a la madre de un soldado muerto por una mina. Sin embargo, su capacidad para la empatía nunca le impidió ejercer la autoridad con firmeza cuando fue necesario. Muchos de los que la esperaban provistos de un arsenal de tópicos y etiquetas tuvieron que cambiar de opinión. Otros no lo hicieron, claro, porque la estupidez y el machismo suelen ser contumaces.
Cuentan que cuando el médico de R.L. Stevenson se lamentó de la temprana enfermedad que devastaba a su paciente, el genial escritor le contestó: "Doctor, todos los hombres mueren demasiado jóvenes". No estoy muy seguro de que eso sea cierto, pero sí lo es en el caso de Carme. Se ha ido demasiado joven, demasiado llena de energía, con demasiados momentos felices por vivir. Dejándonos la sensación que dejan las injusticias y los disparates. Con cariño, con respeto, con gratitud: descansa en paz, querida Carme.