Avalanchas humanas en las montañas: ¡cuidadín!
No hemos de olvidar que salir al monte, ahora y siempre, conlleva ser plenamente conscientes de tres aspectos fundamentales: uno, que el medio natural es un medio cambiante; dos, que la naturaleza no es un parque temático con servicio cafetería y de socorro de 24h; y tres, que el riesgo cero no existe.
Dicen los montañeros, y también la sensatez, que una excursión no acaba hasta que no se llega al campo base, entendido éste como el refugio donde pernoctamos, nuestro propio hogar o el parking donde hemos dejado el coche antes de adentrarnos en la naturaleza.
Si bien es cierto que en los últimos años se está produciendo un proceso de democratización de la montaña por el que cada vez es más frecuente la práctica del montañismo, el alpinismo, el senderismo, la escalada o simplemente salir al campo, -Alberto Ayora dixit-, no es menos cierto que este primer y largo fin de semana de diciembre en el que coinciden dos fiestas nacionales, se inicia formalmente la llegada masiva de miles de esquiadores a las estaciones de esquí y el asalto a las montañas para realizar diversas actividades que pueden ir desde el esquí de travesía o paseos con raquetas, al esquí de fondo, pasando sencillamente por el divertido placer de deslizar el trasero por una ladera cualquiera apoyando éste en un plástico a modo de trineo. Las fotografías en los medios de comunicación de estas auténticas avalanchas humanas, así lo atestiguan.
Esquiadores en Llanos del Hospital (Benasque, Huesca)
Desde la experiencia personal puedo decir que, empujados por la necesidad de desestresarnos, excitados por el ansia de disfrutar plenamente de cuatro días y, además, con ganas de soltar adrenalina en este primer contacto con la nieve después de todo un año, quizás, quizás, quizás, estos tres factores más de una vez nos hayan hecho bajar la guardia en cuanto a las precauciones a tener en cuenta y no prever los riesgos que estamos asumiendo. Porque, no hemos de olvidar que salir al monte, ahora y siempre, conlleva ser plenamente conscientes de tres aspectos fundamentales: uno, que el medio natural es un medio cambiante; dos, que la naturaleza no es un parque temático con servicio cafetería y de socorro de 24h; y tres, que el riesgo cero no existe.
Asumida esta última frase como un mantra, a saber, "la naturaleza se mueve - no es un parque de atracciones - me puedo accidentar si no paro cuenta", hay que estimular a todo el mundo a salir al monte, a disfrutar, a compartir experiencias, a conocer gente, a pasear en silencio.... En definitiva, a aprovecharnos de forma racional del medio natural y hacerlo con unas ciertas condiciones de seguridad básicas.
A este respecto, el pasado fin de semana participé en la celebración de las I Jornadas Derecho y Montaña que se realizaron en la localidad pirenaica de Boltaña (Huesca), y regresé a casa con tres ideas claras: aprendí mucho; consecuencia de ello, llegué a la conclusión de que no sabía casi nada en materia de Derecho y poco de Montaña; y, por último, tomé conciencia de que queda mucho por hacer para que nuestras montañas sean seguras cuando nos adentramos en ellas para realizar cualquier tipo de actividad.
Y este "mucho por hacer", bien lo podemos asemejar a una gran mochila cuyos porteadores-responsables de llevarla a buen término para conseguir el objetivo cuasi-utópico de accidentes cero (o los mínimos impredecibles) son los montañeros, los profesionales de las empresas de turismo activo (o de aventura), las aseguradoras, los abogados, los juristas, las Administraciones (desde la local a la nacional), las Federaciones y clubs de montaña, y cómo no, los propios usuarios de la naturaleza. Mención aparte merecen los miembros del GREIM, Grupos de Rescate e Intervención en Montaña de la Guardia Civil y los del EMMOE, miembros de la Escuela Militar de Montaña y de Operaciones Especiales, quienes acuden siempre, raudos y veloces, a velar por nuestra seguridad e integridad tras sufrir un accidente.
Derecho y montaña forman una buena pareja.
Y en Boltaña fui consciente también de la importancia que tiene conocer, evaluar y saber gestionar los riesgos inherentes a la montaña. Porque los hay y porque es imposible evitarlos todos. Pero hay que intentarlo, y para ello, nada mejor que la formación y el conocimiento.
Soy consciente de que el tándem lingüístico Derecho-Montaña chirría en los oídos de algunos conocedores de la montaña, y amigos tengo (aunque son los menos) que ponen el grito en el cielo cuando ven juntas esas dos palabras, por lo que, a priori, les puede sugerir en cuanto a prohibiciones, deberes, accidentes, pagos, regulaciones... Imágenes todas ellas situadas en el extremo opuesto de lo que la montaña supone para ellos tras llevar más de medio siglo pateándola de oriente a poniente y de norte a sur. Pero acudir a foros y a jornadas similares a la de Boltaña les puede ayudar a ver la utilidad, necesidad y, sobre todo, practicidad de este tándem.
Así, al inicio de temporadas de nieve como la actual, con miles de aficionados acudiendo a las estaciones y pistas de esquí, unos por primera vez y otros como parte de una tradición anual, hay que extremar los cuidados para evitar males mayores, y ser conscientes de las implicaciones que existen entre ambos. Es importante que se active la economía del turismo en general y del de la nieve en particular, ¡sí al turismo en la naturaleza!, pero cuidado con las avalanchas humanas en las montañas, en cualquier época del año. Tenemos muchos derechos, pero no olvidemos las obligaciones.
Tenemos derecho a acudir a ellas, sí, pero también deberes. Tenemos derecho a ser rescatados con garantías de profesionalidad, pero también la obligación de prevenir los accidentes, o lo que es lo mismo, tener ciertos conocimientos sobre la gestión y prevención del riesgo en montaña. Tenemos derecho a tener asistencia médica gratuita en el Pico más alto o el barranco más profundo, sí, pero no a abusar de este servicio. Tenemos derecho a adentrarnos en la naturaleza, sí, pero el deber de ir siempre acompañados por un experto o profesional de la montaña acreditado. A este respecto, una breve reflexión: si para saber conducir o aprender nuestra profesión (médicos, abogados, arquitectos, informáticos, periodistas, etc.), acudimos a las universidades y centros reglados y homologados, ¿por qué al organizar una excursión o contratar un curso de una actividad no nos informamos bien en manos de quién estamos poniendo nuestras vidas o la de nuestros hijos? Como vemos, derechos los tenemos todos, pero también algunas obligaciones.
Rescate de un accidentado en montaña.
"Tenía más de dominguera que de montañera. ¡Qué disgusto!"
Pero volviendo a las interesantes I Jornadas Derecho y Montaña organizadas por el Colegio de Abogados de Huesca, a las que acudí en calidad de responsable del Gabinete de Comunicación, cuál fue mi sorpresa al darme cuenta el primer día de que, a pesar de estar saliendo al monte desde hace mucho tiempo, en el fondo-fondo, tenía más de "dominguera" que de montañera. ¡Qué disgusto!
Lo comprendí enseguida cuando leí lo que había que llevar siempre en la mochila cuando vas de excursión a la montaña en plan ejercicio-físico-paseo (no hablo de escalar, ni de ascender picos de tres mil metros ni de bajar barrancos) y pensé en lo que yo llevaba. Intenté mitigar esta zozobra y justificarme a mí misma amparándome en la afortunada experiencia adquirida de que nunca jamás he sufrido el más mínimo percance en la misma habiendo hecho tresmiles, descendido algún que otro barranco y recorrido alguna que otra cueva frontal en cabeza.
Supe que lo que tiene que haber en una mínima mochila es: una navaja buena (ya sea Suiza o made in Spain de Albacete), un mechero, medicamentos básicos (analgésicos, tiritas, yodo, repelente, jabón neutro para lavar heridas), protector solar (invierno y verano), una brújula, un teléfono móvil cargado (y una batería de repuesto si nos dedicamos a hacer fotos y filmar todo lo que nos encontramos), y algo de ropa extra. Además, y como imprescindible si la actividad la vamos a hacer en una montaña con nieve, un ARVA, cuyo nombre proviene del francés Appareil de Recherche de Victimes d'Avalanches, o lo que es lo mismo, un dispositivo de búsqueda de víctimas de avalanchas. Y, sin embrago, lo que yo llevaba hasta entonces era: una navaja de propaganda que no cortaba ni el agua, pañuelos de papel de colores, lamines varios (kit-kat, Huesitos, Conguitos...), un jersey y guantes extra porque soy friolera. En fin, un desastre de mochila.
En definitiva, y en aras a la temporada de turismo blanco que acaba de empezar, no debemos olvidar que, por mucho que conozcamos las laderas por donde nos vamos a deslizar, hay que tener muy presente que la nieve -y sobre todo la nieve fuera de pistas en la que no nos debemos adentrar- es un falso suelo en constante proceso de cambio. Un cambio permanente debido, entre otros factores, y en palabras de Ángel Gurría, secretario General de la OCDE, a que "estamos en rumbo de colisión con la naturaleza" debido al deterioro medioambiental de la misma provocado por la mala praxis humana.
Así que, cuidado con las avalanchas humanas y en esta temporada blanca con las no humanas. A disfrutar de la Naturaleza y a regresar, siempre siempre, al campo base.