Ahora emprenden, pero antes se buscaban las habichuelas
¿Por qué hablar de las mujeres rurales sólo una vez al año, justo en el Día Mundial que le ha reconocido la ONU? ¿Acaso no están ahí los 365 días anuales? Rompamos esa norma no escrita y sigamos dando visibilidad a esa parte de población femenina que (sobre)vive en el medio rural.
Flor conocida como Nomeolvides pirenaico (Myosotis prienaica Lapeyr)/Macu Hervás
Ya sé que el Día oficial y con mayúsculas de las mujeres rurales fue hace unos días, concretamente el jueves día 15, desde que así lo decidió la ONU en 2007 mediante Asamblea General en su resolución 62/136.
Pero, como dice la sabiduría popular, ¿por qué acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena? O lo que es lo mismo respecto al tema que nos ocupa y que nos preocupa: ¿por qué hablar de las mujeres rurales sólo un día al año? ¿acaso no están ahí los 365 días anuales? Rompamos esa norma no escrita y sigamos dando visibilidad a esa parte de población femenina que (sobre)vive en el medio rural.
En el blog anterior os conté cómo son las mujeres de hoy en día que deciden apostar libremente por los pueblos como espacio para desarrollarse personal, profesional y familiarmente. Mujeres que se identifican con la Naturaleza -y con los valores que le acompañan- por encima de muchas otras cosas, pero que, a su vez, dominan las calles, los museos y los comercios de la ciudad como las primeras. Sencillamente, son mujeres que llevan ritmos distintos: "A la ciudad vamos a pasar el día y a intoxicarnos un poco", me confiesan en tono jocoso en la tertulia del café. "Y no se nos nota para nada que venimos del pueblo. Es más, mi hija con cinco años sube y baja las escaleras mecánicas de los centros comerciales como una más". Lo que prueba que, afortunadamente, la globalización también llegó a los lugares más recónditos de nuestra geografía y eliminó de un plumazo las fronteras intangibles pero palpables que separaban a la gente del campo de la de ciudad.
Aun sabiendo que hay mucho que contar de las mujeres rurales actuales, y que contaremos, en estas líneas quiero compartir contigo algunos rasgos de cómo eran las mujeres de antes y que me desvelaron y dieron a conocer directamente las protagonistas en las numerosas charlas del trabajo de campo de mi tesis doctoral.
Quizás en aquellos tiempos -me refiero a las décadas de los años 40, 50, 60 y casi 70- las mujeres de entonces (nuestras madres y abuelas) no conocieran el término emprender, pero poco importaba. Ellas, desde la cuna aprendieron que para sacar adelante una familia numerosa como las de antes (marido, hijos, abuelos y algún que otro hermano soltero) no quedaba otra opción que arremangarse desde temprana edad y buscarse las habichuelas fuera de casa para atender a todos los miembros. Y así lo hicieron.
Con algo de independencia y libertad, las mujeres rurales de antes hubieran hecho mucho más
Me contaron que si sus madres hubieran tenido algo de independencia y de libertad, hubieran hecho mucho más de lo que consiguieron hacer, que no fue poco. Y es que, cualquier idea -siempre que no se saliera del canon establecido-, era buena para ayudar las maltrechas economías rurales de entonces.
Ejemplos de cómo se las apañaban para multiplicarse por diez, me contaron unos cuantos, a cual más práctico y efectivo. La cuestión era hacer algo extra sin dejar de atender la casa (familiares, huertos, animales...). Emprender lo llamamos ahora.
Por ejemplo, antes, en los pueblos, cuando las personas cerraban las casas para irse a la ciudad, dejaban las llaves a las vecinas para que éstas se dieran una vuelta por la casa y la controlaran. "Pues bien, mi madre se hizo con varias llaves y, además de controlarlas, como todas las casas tenían cuadras, en cada corral se le ocurrió poner cerdas para criar, porque el macho también lo tenía ella; al final, llegó a tener hasta veinticinco cerdas de cría que luego vendía en los pueblos de alrededor y así se sacaba sus buenos duros (hoy euros) que iban muy bien para la economía familiar".
También las mujeres rurales de la postguerra, supieron sacar provecho de esa nueva y dura realidad. En el Pirineo aragonés, a la construcción de pantanos -con la consiguiente masiva despoblación que ello supuso-, le siguió la construcción de las centrales eléctricas, donde los peones (agricultores que habían visto anegados sus huertos) trabajaban mucho y cobraban poco. "Mi padre fue uno de ellos. Y mi madre, en vez de achantarse, vio que había que hacer algo y a los 17 años montó una carnicería que se abastecía del poco ganado que tenían. A esta carnicería acudían a comprar todas las familias de los ingenieros, militares y demás trabajadores de la central. De hecho, durante mucho tiempo, mi madre fue el pilar económico fundamental de la familia", escucho contar embelesada.
"En el rosario había ambiente"
Incluso nuestras predecesoras, de las que estoy convencida que estaban hechas de otra pasta, hacían de las jornadas de trabajo, jornadas de fiesta. Para ellas, la matacía era como otra gran fiesta, porque se reunían todos los del pueblo, grandes y chicos, (no llegaban al centenar de personas), se mataban tres y cuatro cerdos "y lo pasabas muy bien haciendo todos los embutidos -el mondongo- durante tres o cuatro días todas juntas", recordaba con cierta añoranza la madre de una de las emprendedoras. "Trabajábamos casi a destajo, de un lado para otro todo el día, porque lo que allí hacíamos era la despensa principal de una buena parte del año, pero lo pasábamos muy bien entre nosotras. Y los hombres, esos días, trabajar no trabajan mucho pero, ¡anda que no le daban al porrón! Se sentaban en la mesa el primer día y no se levantaban. ¡Creo que porque no podían!", me cuentan entre risas.
El descanso lo encontraban al finalizar el día en la iglesia o en el rosario, porque en esas jornadas diarias interminables de trabajo dentro y fuera de casa, también era de obligado cumplimiento el sacar "tiempo libre" para ir a misa y al rosario cada tarde. "Recuerdo que teníamos tiempo libre para ir a misa y al rosario. Y, aunque no fueras por el rosario, ibas porque allí te juntabas con todas las mujeres y podías estar un rato charrando; había ambiente". Lo que no deja de ser una curiosa asimilación del concepto tiempo libre.
En fin, como ya he comentado, las mujeres rurales de entonces, esas que nunca aparecieron en los libros, estaban hechas en otro molde.
Virgina Woolf dijo que a lo largo de la Historia "Anonim" fue una mujer. Empecemos a ponerles nombre y sigamos sacando del anonimato a las mujeres rurales con la fuerza de las palabras cualquier día del año, no sólo cada 15 de octubre.