Requisitos para hacer cine normal
Ahora es tiempo de balance. Y no solo de la propia ceremonia, una gala cumplida, con excelente organización y personal, pero con tajaduras de dudosa precisión en los discursos. Tampoco analizaremos el protagonismo de los propios galardones, en los que se ha echado en falta mayores premios a 'Nadie quiere la noche' y más a 'La Novia'; tampoco es momento de discutir las cinco estatuillas de 'Truman'.
Ahora que los Goya han terminado, cuando los operarios se afanan en quitar todo vestigio de la fiesta del cine español, cuando la pulsera de prensa todavía pende en mi muñeca y los protagonistas se van retirando, es cuando más clara y más intensamente se puede hacer balance de lo qué es y ha significado la trigésima gala de los Premios Goya. Atrás quedan los nervios, el carmín puesto rápidamente ante el espejo, la agotadora alfombra roja, Lucía Etxebarría intentando escabullirse por entre la cartelería o las apuestas de la sala de prensa. Ahora es tiempo de balance. Y no solo de la propia ceremonia, una gala cumplida, con excelente
organización y personal, pero con tajaduras de dudosa precisión en los discursos.
Tampoco analizaremos el protagonismo de los propios galardones, en los que se ha echado en falta mayores premios a Nadie quiere la noche y más a La Novia; tampoco es momento de discutir las cinco estatuillas de Truman (Mejor Película,
Mejor Director, Mejor Guion original, Mejor Actor protagonista y Mejor Actor de reparto) ni de decir quién dijo qué y por qué. Ahora es tiempo de hacer balance en profundidad. Son treinta años de los Premios Goya, nos merecemos ir más allá.
Hace casi cuarenta años, una magnífica cineasta llamada Cecilia Bartolomé, firmaba una de las películas más curiosas y olvidadas de nuestra cinematografía: Margarita y el lobo. En ella se mencionaba una frase que, en 2016, tiene máxima vigencia: "En este mundo, ¿qué es ser normal?"". Treinta y siete años han pasado y el cine español parece seguir intentando descifrar este enigma, como si la rémora de infravalorarnos tuviera que mantener su pervivencia. El cine español es extraño, como aquel viaje de Fernando Fernán Gómez que estrenó unos Premios Goya que han alcanzado su treinta aniversario. Desde entonces, todos nuestros cineastas, con Leticia Dolera a la cabeza, siguen planteándose cuáles son los requisitos para hacer un cine normal. Quizá estos requerimientos no incluyen las lágrimas emocionadas de Miguel Herrán agradeciéndole a Daniel Guzmán haberle dado "una vida nueva", ni las noventa y seis películas de honor de Mariano Ozores; ni Marta Nieto descalza por la alfombra roja cansada de sus vertiginosos tacones, ni Óscar Jaenada con sombrero de El Zorro. Tampoco lo es Antonia Guzmán, de noventa y tres años, llorando por el Goya de su nieto, ni lo es Nerea Barros gritando "¡Tim Robbins!" cuando de repente se percató de su presencia. No lo es Cesc Gay asumiendo que "nunca gana", tan solo cuatro horas antes de hacerse con los máximos galardones.
Nuestro cine son esas películas "que tú detestas y que me chiflan a mí" como puntea Serrat. También son las prisas por los pasillos, las ciento cuarenta y tres películas que rodamos al año y un Presidente, Antonio Resines, que habla rápido y va en muletas. Nuestro cine es Manuel Burque y no Michael Fassbender. Es Luisa Gavasa como mejor Actriz de Reparto y un brillante Lucas Vidal como consolidado compositor.
El nuestro es un cine diferente, a todas luces único y también excepcional, un cine que aloja en sus entrañas a Isabel Coixet, a Penélope Cruz, a Luis Tosar, a Javier Bardem, a Marisa Paredes, a Verónica Echegui a Eusebio Poncela o al necesario y nunca contingente, José Luis Cuerda. Con todo, hay todavía quien se queja porque a su juicio, nuestro cine no es normal. Y yo me pregunto: quién puede querer un cine normal, teniendo un cine extraordinario.