¿Qué has hecho, Orlando Bloom?
Un cuerpo desnudo, un escándalo. Ya habrán sabido, porque nadie puede abstraerse de la vorágine gossip que inunda los medios, que durante sus vacaciones en Cerdeña el actor Orlando Bloom decidió hacer paddle surf del modo más natural que existe, es decir, tal como fue traído al mundo.
Orlando Bloom.
Un cuerpo desnudo, un escándalo. Ya habrán sabido, porque nadie puede abstraerse de la vorágine gossip que inunda los medios, que durante sus vacaciones en Cerdeña el actor Orlando Bloom decidió hacer paddle surf del modo más natural que existe, es decir, tal como fue traído al mundo, en román paladino. Resulta pasmoso que un único desnudo haya conmocionado tanto a la opinión pública, que haya generado un sinfín de memes y de otros tantos comentarios, tanto en tono crítico como satírico (siempre desmesurado) de lo visto u oído. ¿Qué has hecho, Orlando Bloom?
Es absurdo que un solo desnudo haya podido causar un revuelo semejante, máxime teniendo en cuenta que convivimos con un ente soberano y omnipresente como Internet en el que la desnudez, de la más mundana a la más sórdida, está presente en casi todos los rincones y navegaciones. Porque sí, Internet está plagada de desnudos, por lo general encontrados por quienes no los buscamos y los consideramos de muy mal gusto. Sin embargo, la diferencia entre estos y el de Bloom es tremendamente elocuente y también simple, ya que se basa en un matiz fundamental: el cuerpo en cuestión es masculino.
En efecto, se habrán percatado de que la generalidad de vergüenzas y desvergüenzas mediáticas son netamente femeninas; algunas son robadas, otras ilusorias, y todas, en conjunto, prescindibles. En las imágenes se observan cuerpos de mujeres adelgazados o engrosados, cuando no fraccionados o descontextualizados. Solo tienen una cosa en común, y es que son femeninos.
Pero en esta ocasión, para asombro de todos, un desnudo masculino irrumpe en nuestra vida y, en cierto sentido, la conmociona. Pese a su naturalidad, no es extraño que esto suceda, a nadie puede sorprenderle que cause semejante batahola, ya que el cine nos ha acostumbrado a que en cualquier ocasión en que se muestre un desnudo, siempre sea femenino. Exigencias del guion, dicen, aunque la verdad es que en rara ocasión lo son.
Hace años pude ver Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films (2014), un interesante documental escrito y dirigido por Mark Hartley en el que se hacía un examen pormenorizado de las cintas de la productora Cannon Films. Capitaneada por Menahem Golan, este visionario del desnudo gratuito abandonó su Israel natal para abrirse camino en la industria cinematográfica de Hollywood. En Tel Aviv ya había puesto en marcha un nuevo género cinematográfico de éxito basado en dar al público lo que no esperaba: desnudos sin restricción. Junto con su primo Yoram Globus creó Noah Films, productora con la que dirigió Lemon Popsicle (1978), un triunfo inusitado que le sirvió de base para adentrarse en Los Ángeles y cambiarla desde los cimientos. A partir de Menahem, el cine no volvió a ser el mismo.
Cualquiera que haya sido niño a finales de los 80 o durante los 90 recordará que el cine por aquel entonces era un desafío constante para el espectador. A cualquier hora del día, en cualquier canal, las películas mostraban un paulatino empobrecimiento de las tramas, en la medida en que comenzaban a surgir de entre sus líneas de texto desnudos al por mayor. No había justificación ni tampoco motivo, resultaban totalmente caprichosos y arbitrarios. Su apología abarcaba todo tipo de situaciones y circunstancias, y eran protagonizados por chicas jóvenes al límite de la ingenuidad que se despojaban de su indumentaria en un gimnasio, en un vestuario, en un fotomatón, en un lugar cualquiera.
Eran objeto de observación (evoquemos aquí a Laura Mulvey con un sollozo) a través de quicios, ventanas, prismáticos y cualquier otro medio o utensilio. Este cine, sorprendente para cualquier hijo de vecino, fue promovido en gran medida por Menahem Golan, quien impuso a golpe de talonario un cine de serie B que, no solo coqueteó exitosamente con el género de acción (a él debemos varios títulos de Charles Bronson o Chuck Norris), sino que incluso produjo películas de más calado como El tren del infierno (1986) de Andréi Konchalovski o El rey Lear(1987) de Jean-Luc Godard.
Durante toda mi vida he observado aquellas películas pensando que tenía que haber algo más, que las mujeres debían ofrecer más talento y menos simpleza, y trabajar con menos desnudos y más dignidad. También Mark Hartley, director de la cinta, muestra el testimonio de todos cuantos veían aquel cine (desde directores a productores, además de distribuidores y actores) y se preguntaban por qué Menahem mostraba este gusto por lo descomedido, por ese exotismo insolente. Sea como fuere, todos ellos obtuvieron grandes beneficios de esta propensión, siendo Golan pionero de lo que luego otros muchos han replicado con mayor o menor acierto.
Por ello ahora, cuando Orlando Bloom protagoniza hashtags en medio mundo y las redes exhiben un despliegue inconmensurable de creatividad a los mandos de editores fotográficos, no puedo dejar de pensar cuán diferente es la concepción de un desnudo masculino o femenino; de lo púdico y lo impúdico; de lo íntimo y de lo que puede ser revelado. Ya se lo he dicho, un simple y llano desnudo que genera todo un escándalo. ¿Qué has hecho, Orlando Bloom?