El sur de todos los nortes
Fotograma de la película Iris, de Rosa Vergés.
Hace años, más de una década, tuve la inmensa suerte de conocer a la corresponsal de guerra Carmen Sarmiento. Aquella mujer rigurosa y amable, poseía la mirada perspicaz de quien ha visto y oído de todo. Ante sus relatos resultaba inexplicable entender cómo era posible que hubiera sobrevivido a tanto horror y error humanos. Narraba de manera tan peliaguda y espeluznante cómo era la vida de la mujer en todos los rincones de la tierra que, al escuchar sus palabras, solo se podía evocar la inmensa injusticia de un mundo desalmado. "La mujer es el sur de todos los nortes", decía rotunda, clavando aquella expresión como un canon en mi memoria. Siempre la evoco, siempre la repito: La mujer es el sur de todos los nortes.
Muchos otros reporteros como Gervasio Sánchez, Ramón Lobo o Maruja Torres me revelaron otra realidad igualmente triste y turbadora, esta es, que el cuerpo de la mujer siempre ha constituido un botín de guerra. Testimonios periodísticos de reporteros en Vietnam, Ruanda, Bosnia o Sierra Leona conformaron una semana de aprendizaje sin retorno. Con maestros semejantes extraño sería que no hubiera aprendido nada; y sí, efectivamente lo hice, y la lección fue inexcusable: Quien ansía minar la moral del adversario, elimina de la ecuación la dignidad de las mujeres.
Pese a lo reiterado de este abuso, no deja de sorprenderme que nada se haga por evitarlo, desplegando protocolos específicos de protección o intentantando frenar la barbarie de regresar, incesantemente, a la edad de piedra. Se está bien dentro de la cueva, sostenía Platón, es más cómodo que vivir con la luz y la razón que brillan allí afuera.
Existe en nuestra filmografía una película que incide, precisamente, en la situación de la mujer durante el conflicto armado. Se trata de Iris(2004) de la cineasta Rosa Vergés. Protagonizada por Silke, la cinta nos adentra en la vida de una joven fotógrafa que debe hacer frente a los espantos de nuestra guerra civil con toda su valentía. Superado un difícil descenso a los infiernos, Iris decidirá armarse con su cámara para retratar "cómo la guerra está afectando la vida de la gente". Acompañada por su fiel amiga Magdalena (Ana Torrent), ambas lucharán a su manera desde las trincheras de la incomprensión, una plasmando la cotidianeidad de las personas, otra salvando vidas en un hospital como enfermera. Lo más emocionante de este desconocido título, además de todo el planteamiento ético que construye el guion de Vergés y Jordi Barrachina, es su escueta y conmovedora dedicatoria, concebida como un homenaje "a las víctimas vivas de todas las guerras".
Se trata de una cinta exquisita, delicada y, en algunos aspectos, necesariamente desapacible, que retrata el bautismo de fuego de una persona inocente que se ve empujada al abismo. Lo redentor del enfoque de Iris es que su directora no se ha decantado por la dinámica habitual, por esos planos pintorescos en los que el espectador sabe exactamente lo que va a pasar y, lejos de retorcerse en su asiento, parece solazarse con la situación dado su planteamiento casi erótico. En Iris la violencia es violencia, sin justificaciones ni miramientos.
Si saco ahora a colación esta película es porque en la actualidad se expone en nuestro país una muestra fotográfica llamada El Derecho de Voz(s) que retrata los rostros de víctimas de violencia sexual en el conflicto armado de Colombia. Después de un largo recorrido de exhibición en países como Alemania, esta muestra realizada por el director de Squire Magazine Colombia, Ricardo Pinzón Hidalgo, recala ahora en España para mostrar la faz más valerosa y menos victimizadora de una situación de violencia. Con un itinerario movible en nuestro país (les recomiendo acudir a su web para acceder a la información acerca de su calendario), la exposición El Derecho de Voz(s) es solo una mínima parte de la labor de apoyo psicosocial llevada a cabo por la Fundación Círculo de Estudios Culturales y Políticos (Círculo de Estudios), centrada en la defensa de los derechos humanos y "la observancia del Derecho Internacional Humanitario". Aunque en la exposición fotográfica solo se contempla el rostro de dieciséis mujeres, detrás de ellas está la voz silenciada de otras mil cuatrocientas, aquellas que han necesitado del apoyo y sostén del Círculo de Estudios. Una cifra abrumadora que hace sentirse infinitamente pequeño a cualquier espectador.
En una sociedad "anestesiada por la violencia", como indica el comisario de la muestra Hernando C. Gómez Prada, es necesario tomar conciencia del mundo en el que vivimos con iniciativas como esta. Porque si algo he aprendido a lo largo de los años es que, en según qué aspectos, las coordenadas geográficas son completamente indiferentes. La violencia se traslada con facilidad de un huso horario a otro, no se vayan a creer que estamos libres de pecado, hace tiempo que la cantera humana está atestada de piedras.
Por eso es perentorio que más iniciativas como esta hagan patente un problema que, aunque lo creamos lejano, nos afecta a todos. Solo así podremos cambiar el canon que martillea nuestras conciencias y que la mujer, al fin, deje de ser el sur de todos los nortes.