Y Asimov conoció a Marty McFly

Y Asimov conoció a Marty McFly

En cierta ocasión el científico Stephen Hawking indicó que "limitar nuestra atención a cuestiones terrestres sería limitar el espíritu humano". El cine ha sabido aplicar este axioma fehacientemente, adelantándose a la ciencia tantas veces que, bajo cierto punto de vista, no hay nada más científico que el arte cinematográfico.

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En cierta ocasión el científico Stephen Hawking indicó que "limitar nuestra atención a cuestiones terrestres sería limitar el espíritu humano". El cine ha sabido aplicar este axioma fehacientemente, adelantándose a la ciencia tantas veces que, bajo cierto punto de vista, no hay nada más científico que el arte cinematográfico.

Hagamos memoria. George Méliès, ilusionista, mago y por supuesto cineasta, viajó a la luna mucho antes de que el ser humano pisara el satélite y, aunque Le Voyage dans la Lune tuvo como basamento a Julio Verne y a H. G. Welles, no hay nada más cinematográfico que aquel pequeño paso para el hombre y gran paso para la humanidad.

Otro autor como Robert Zemeckis, menos célebre pero también visionario, revolucionó el mundo del transporte en Regreso al Futuro II (1989), presentando un patinete que levitaba a propulsión y hacía que el personaje de Michael J. Fox, Marty McFly, se transportase sin ser interrumpido por viandantes, atascos, mascotas o persecutores. Este monopatín, que en manos de Franky Zapata ha sido bautizado como "Flyboard Air", parece estar en circulación, al menos en grado de tentativa, existiendo vídeos que atestiguan que la ciencia, aunque a la zaga de la ficción, puede hacer realidad lo que el cine ha propuesto décadas atrás.

La máquina ha analizado durante un año y medio las obras del artista barroco, descubriendo sus patrones, sus elementos definitorios, sus rasgos autorales

Estas innovaciones formales, que no dejan de ser gadgets en un mundo electrónico hasta el hartazgo, tan solo muestran el denuedo por convertir nuestro entorno en un universo a imagen y semejanza de un smartphone, donde todo lo que nos rodea parece más inteligente que nosotros mismos. Si no, sería inexplicable que surjan proyectos como The next Rembrandt, en el que una inteligencia artificial ha sido capaz de crear una obra del modo en que, virtualmente, lo habría hecho el autor del siglo XVII.

El proceso ha sido intrincado, como no podría ser de otra forma. Ayudada por una impresora 3D, la máquina ha analizado durante un año y medio las obras del artista barroco, descubriendo sus patrones, sus elementos definitorios, sus rasgos autorales. El resultado ha sido un hombre caucásico, de entre treinta y cuarenta años, con ropa sombría y fondo neutro. Qué paradójico, tanto talento y tanto arte para que bosquejen la obra de un maestro de la pintura en apenas cuatro trazos.

Nunca un título había sido más acertado, sin duda una despedida al cine del modo en que lo conocemos

Sin embargo, todavía quedaba un sueño por cumplir en esta escalada imparable hacia la virtualidad, una escalada protagonizada nuevamente por el cine. En toda la historia del séptimo arte, en la que se han creado y recreado entornos simulados de un futuro más distópico que halagüeño, nunca se había experimentado con la propia invención como elemento creativo. Los robots de Isaac Asimov y las leyes que los regulaban desde Runaround en 1942, todavía resultaban más ficción que ciencia. Pero ya están aquí. Japón se ha adelantado al propio futuro rodando Sayonara, la primera película de la historia coprotagonizada por un androide. Dirigida por el cineasta Koji Fukada, en su génesis están el autor teatral de la pieza en la que se basa (Oriza Hirata) y un célebre ingeniero de telecomunicaciones (Hiroshi Ishiguro), acostumbrado a crear autómatas en su famoso laboratorio. Nunca un título había sido más acertado, sin duda una despedida al cine del modo en que lo conocemos.

Aunque la película narra cómo influye en la vida de una mujer enferma la aparición de una humanoide, y cuáles son los beneficios de ese intercambio de seres con cualidades ontológicas tan distintas, no podemos dejar de pensar en Isaac Asimov y en sus leyes, sobre todo la primera, la cual enuncia que un "robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño". Si los robots, los androides, los autómatas y las distintas inteligencias artificiales fueran realmente independientes, es decir, sin la participación humana en su constitución, puede que esta ley se cumpliera a rajatabla.

Quizá es lo que nos toca, hacer uso de nuestra inteligencia y adaptarnos a lo que está a punto de comenzar

Sin embargo, resulta naif pensar que una invención humana, cualquiera, no vaya a tener un resultado pernicioso para nuestros congéneres, teniendo en cuenta que la generalidad de lo creado por nuestra especie, en esencia todo, ha tenido una utilización nociva para la propia humanidad.

No obstante, este proceso es irrefrenable, la evolución y su progreso parecen indicar que la robótica, en todas sus vertientes, es lo que nos espera en el futuro para bien o para mal. El propio Stephen Hawking, retomando su argumentación, remarcó que la inteligencia es la habilidad de adaptarse a los cambios. Quizá es lo que nos toca, hacer uso de nuestra inteligencia y adaptarnos a lo que está a punto de comenzar.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.