Un vestuario de cine
Los Óscar son la alfombra roja más grandiosa, famosa, petarda e influyente del mundo mundial. Lo malo o lo bueno de trapichear con ropa es que llega este tipo de premios y muchas veces tienes amigos que compiten entre sí, y te impiden ser objetivo. Sandy Powell es mi amiga, maestra y musa; con Paco Delgado hemos compartido tantas cosas... y escuchar a Jenny Beavan mientras cenamos en Madrid es escuchar la historia del cine en carne viva.
Montse Domínguez me pide, en una de nuestras cenas de chicas, unas líneas sobre los candidatos al Óscar al mejor diseño de vestuario: Montse, amor mío, no sé ni cómo ni cuándo voy a poder escribirlas... Esta semana me toca pasar unos días en Berlín, precisamente porque allí estoy diseñando un vestuario para la compañía de ballet que dirige nuestro formidable Nacho Duato, y por si fuera poco justo antes o justo después debo entregar otro para las Naves del Matadero. Es la ropa y los complementos que lucirán los cinco protagonistas de un cuento delicioso y mágico firmado por el maestro Alonso de Santos, En el Oscuro Corazón del Bosque.
Como soy un inconsciente y a Montse no se le puede decir que no, digo que sí mientras le robo los barquitos de pan que navegan sobre la salsa al curry de los mejillones. Estamos en Gastromaquia, en la calle Pelayo, rodeados de chicos guapísimos y en la calle hace frío y está a punto de nevar... Que sí, Montse, que sí te escribo algo, pero ¡déjame devorar la tarta de queso tranquilo, por favor!
Y así hasta hoy, pocas horas antes de la alfombra roja más grandiosa, famosa, petarda e influyente del mundo mundial. Es probable que cuando ustedes, sufridos lectores del Huffington Post, lean esto ya sepan los resultados: probablemente, porque no sé muy bien cómo ni cuándo escribiré este texto y mucho menos cómo ni cuándo se lo haré llegar a nuestra querida editora. Yo, que soy alérgico a las nuevas tecnologías y todavía envío postales y voy a comprar sellos al estanco: precisamente los últimos que compré eran para una larguísima carta dirigida a Sandy Powell, una de los cuatro profesionales candidatos al premio de este año.
Sí, cuatro, digo bien: no es una errata. Cinco películas y cuatro candidatos, porque Sandy, como ya ocurrió hace mas o menos quince años, tiene doble candidatura (Carol y La Cenicienta). Es un monstruo, lo sé, no me lo digan a mí, que he sido su ayudante... Pero no nos adelantemos.
Lo malo o lo bueno de trapichear con ropa es que llega este tipo de premios y muchas veces tienes amigos que compiten entre sí y te impiden ser objetivo. Este año, de los cuatro en competición, a la única que no conozco es a Jacqueline West, autora de todos esos abrigos de oso que trabajosamente soporta el insoportable Renacido (se nota que no soy objetivo, y no me importa). No la conozco personalmente, pero sí su trabajo: la West tiene fama de intelectual, siempre firma películas más o menos comprometidas, lejos de la estética espectacular y romanticona que permite que los figurinistas nos luzcamos con crinolinas, encajes, joyas, pelucas y sombreros... Y hablo de Argo o La Red Social, por poner dos ejemplos: creo que ella, ni en sus peores sueños, hubiese imaginado que se convertiría en una experta en los Panawe, la tribu de Piel Rojas que acoge a un sucio y desesperado Di Caprio. Y creo que por eso se llevará el Óscar, porque como dice Sandy, cuanto más feos salen los actores y más espantosas las actrices más papeletas tienen para llevarse la estatuilla. Hagan memoria, ya verán como tiene toda la razón.
Jenny Beavan, la otra gran favorita, ya se ha llevado el Bafta y el premio del Sindicato de Figurinistas, el tan prestigioso como desconocido CDG Award. De Jenny recuerdo las comilonas, mejor dicho las cenonas, que nos damos cuando viene a Madrid a trabajar y a rebuscar en los almacenes de la sastrería Cornejo, una de las empresas de alquiler de vestuario cinematográfico más importantes del mundo: sí, como lo leen, nuestro Cornejo de toda la vida. Me llama María Ortega Cornejo, me dice "está por aquí la Beavan", y ya estoy reservando en algún restaurante typical spanish y me las llevo a cenar y a ponernos morados de morcillas, chistorras y huevos fritos... Y a escuchar a Jenny, que es historia del cine en carne viva, sobre todo cuando se pone a rememorar sus colaboraciones con James Ivory, que ya le dio un Óscar con Una Habitación con Vistas.
Nada más opuesto a su impecable trabajo de este año: ese Mad Max retropostfuturista lleno de arneses, cueros, tatuajes, drapeados imposibles, metales oxidados y criaturas tan repugnantes como dolorosamente reconocibles: toda una lección de profesionalidad y versatilidad de esta decana del figurinismo que pasa del encorsetamiento victoriano a la estética jevimetal como pito por su casa... Todo ello regado con un buen Rioja, faltaría más, y si no que se lo pregunten a los dueños de El Puchero, en la calle Larra.
A Paco Delgado le conocí hace muchos años, tantos tantos que no los voy a dejar por escrito y mucho menos en este Huffpost... Fue en el Plisados que había en la Travesía de Arenal, uno de esos maravillosos artesanos que hacen brillar nuestro oficio y que poco a poco desaparecen aplastados por la globalización y los mercados y todas esas cosillas...
Paco estaba de ayudante de Gerardo Vera para aquella Celestina con Penélope Cruz, y yo con uno de mis primeros encargos como modista en Madrid, un traje de novia inspirado en las cobijadas de Vejer de la Frontera: pues bien, hubo química a la primera y desde entonces hemos compartido nuestras cosas y vivido nuestras carreras casi casi en paralelo, y no es de extrañar porque a Paco, canarión-canarión, se le quiere desde el primer momento. Cuando dio el gran salto internacional con Los Miserables, por la que ya fue candidato al Óscar, todos sus amigos supimos que ya no habría vuelta atrás. La Chica Danesa lo confirma, pues nadie como él habría sabido vestir mejor y con esa sensibilidad al primer transexual de la historia. Y a su esposa, esa deliciosa Alicia que gracias a esta película se esta convirtiendo en toda una referencia de modas y estilo. Paco, ya verás que si no te lo llevas a la tercera será la vencida, y la tercera será muy muy pronto, no tengo ninguna duda... Sé lo que digo: mis gargantas profundas de Hollywood me soplan que el Óscar no será ni para Carol ni para La Chica Danesa porque son historias gays. Así como lo oyen.
Y acabo con Sandy, claro, con mi SuperSandy: así empiezo los mails que regularmente le escribo, a pesar de mi alergia a las nuevas tecnologías. A Sandy la conocí hace años, en una fiesta muy glamurosa en Capri, con motivo del nosecuántos aniversario de la sastrería Tirelli, otra de las grandes casas de vestuario. Acababa de publicarse un libro sobre grandes maestros del vestuario y como yo lo llevaba bajo el brazo, no me pregunten por qué, me acerco a ella y entre canapé y canapé le pido que me firme el capítulo dedicado a ella: le debía parecer tal friki que así hasta hoy. Montse, no me da el espacio para enrollarme sobre mi SuperSandy, amiga, maestra, musa, y muchas mas cosas... Solo puedo decir que en momentos muy duros de mi vida ha estado a mi lado, y que esa grandeza se intuye en sus películas, esa generosidad se traduce en metros de tela, más de 200 para el traje de baile de Cenicienta, esa brillantez que se refleja en sus colores, vibrantes rojos y verdes en Carol: sobre todo el verde, ese verde que yo llamo el verde Sandy, un verde con el punto justo de amarillo que me volvió loco cuando tuve que ser su ayudante en el madrileño Teatro Real para el Rigoletto del 2009. Pero esa es otra historia: Montse, tendrás que invitarme a mejillones con salsa de curry otra vez...