Zombis
¿Podemos hacer algo desde las clases? En las tutorías intentamos mover conciencias adolescentes. Aprovechamos hechos actuales para mostrarles la suerte que tienen de vivir al otro lado de la guerra, del machismo, de la pobreza, de la opresión, de la falta de libertad... Mostramos, pero, normalmente, no conseguimos la empatía.
La imagen se clava en mi retina, y sin poderlo evitar, llega a mi cabeza una vieja melodía. REM me dice que todo el mundo sufre a veces, que todos nos sentimos solos, incomprendidos, agobiados. La canción no llega a explicar por qué unos lo hacen más que otros, por qué se acepta que existan tantas diferencias marcadas sólo por el lugar en el que hayas nacido.
Al mensaje de los estadounidenses le acompaña Phill Collins, denunciando en uno de sus éxitos cómo los privilegiados de la rueda de la fortuna pasamos un día más en el paraíso y, en muchas ocasiones, disimulamos, fingimos no escuchar las voces de los desfavorecidos mientras nos llaman. Solemos tener prisa.
¿De verdad no hay nada que alguien pueda hacer, a nivel global, para lograr cierta igualdad, para limar el abismo que separa, no ya al primer mundo del tercero (cada vez más grande), sino incluso las situaciones de destrucción, opresión, violencia, machismo, muerte, separación y pobreza que asuelan también al resto del mundo?
Hace cuatro años viví una de mis mejores experiencias como docente trabajando una unidad didáctica sobre la Primavera Árabe. Día a día seguíamos la información que los medios de comunicación proporcionaban sobre los hechos que ocurrían en los países implicados. Los alumnos supieron por los periódicos y la televisión de la caída de Mubarak o de la muerte de Gadafi, por ejemplo. Recuerdo que en el último trimestre, implicados como estaban en los acontecimientos, quisieron investigar sobre las primeras noticias que se estaban produciendo en Siria. Comenzamos, aun a sabiendas de que la situación tensa, cercana ya entonces a la guerra, venía de muy lejos y era harto complicada. Tengo la sensación de que no llegamos a conocer a fondo los motivos de los viejos enfrentamientos. Nos perdimos por el camino. Luego llegó junio y con él, el fin de nuestro trabajo. Pero para los sirios no ha habido tregua. Siguen inmersos en un caos de destrucción y muerte que aniquila cualquier esperanza de futuro o cambio. ¿Y qué se ha hecho en todo este tiempo? ¿Por qué, como ya nos preguntábamos en clase, la comunidad internacional decidió desde el principio girar la cara a este grave problema? ¿Por qué, en cambio, se dieron más prisa en el caso de Libia? ¿Debería pensar mal e incluir al petróleo en la lista de intereses?
Al igual que en Zombie de The Cranberries, en la cabeza de los miles de emigrantes estaban los tanques, las bombas, las pistolas, la violencia; y hemos sido nosotros los que nos hemos comportado como zombis, obviándolos, olvidándolos hasta hace unos días. Parece que, por fin, hemos sido conscientes en el resto del planeta. En barco, a pie, en furgonetas... nos han llegado las imágenes del éxodo. "Puedes verlo en su cara, probablemente la han echado de todos lados", sigue denunciando Phill Collins en su canción. Llevamos meses recibiendo noticias de esta zona, pero somos tan hipócritas que hemos tenido que esperar a que la foto del niño en la playa fuera un hecho para sentirnos involucrados.¿Cuántos más se habrán quedado en el camino? A veces decimos ante un peligro: "Hasta que no pase algo malo, no lo arreglarán". ¿Qué estábamos esperando que ocurriera? Del rechazo y las vallas vergonzosas hemos pasado a la comprensión y al acuerdo político. Cruzo los dedos para que dure y para que no se nos olviden como tantas otras crisis humanitarias de las que ya nadie habla (Haití, ébola, guerras tribales, Boko Haram, Nepal, etc.)
¿Podemos hacer algo desde las clases? En las tutorías intentamos mover conciencias adolescentes. Aprovechamos hechos actuales para mostrarles la suerte que tienen de vivir al otro lado de la guerra, del machismo, de la pobreza, de la opresión, de la falta de libertad... Mostramos, pero, normalmente, no conseguimos la empatía. Todo se les queda demasiado lejos. Han olvidado que sus propios familiares también sufrieron y vivieron una guerra asesina. Muchos también huyeron. De nuevo los libros no sirven para transmitirles una enseñanza. ¿Algún currículo incluye el contacto real con los desfavorecidos? ¿Alguna solución para que esos jóvenes no se conviertan en zombis?