"Todo el azúcar es malo", una técnica nutricionista desmonta los grandes mitos
La respuesta de nuestro organismo no es igual cuando lo tomamos intrínseco, el que tienen de forma natural los alimentos, que directa, el añadido a ellos
Nuestro paladar esta programado para que prefiramos alimentos de sabor dulce, es parte de la evolución. Obtenemos energía rápida a través de los “azúcares” y el sabor amargo nos alerta de un posible veneno, comienza por recordar la técnica en Nutrición y Dietética, Ana Luzón. Y añade, que en primer lugar, “conviene dejar claro que cuando hablamos de ‘azúcares’ nos referimos a carbohidratos o hidratos de carbono, su descomposición metabólica va a dar lugar a moléculas de glucosa, que es el sustrato energético preferido de nuestro organismo, a pesar de esté especializado en almacenar grasas”. La razón es, de nuevo, por una cuestión de supervivencia.
Pero, hoy en día, el contexto a cambiado radicalmente. “Hemos evolucionado en un entorno de escasez, para el que estamos mejor adaptados, y vivimos en época de abundancia. Si primero se demonizaron las grasas hoy se demonizan los carbohidratos, pero no todos los azúcares son iguales”, explica Luzón.
El azúcar se encuentra naturalmente en frutas y verduras, granos y cereales integrales, en frutos secos y en productos lácteos. “Así que primero debemos diferenciar entre el azúcar naturalmente presente en estos alimentos (intrínseco y con fibra, excepto en lácteos) del azúcar libre, sin fibra, generalmente añadidos en la industria alimentaria, pero también cuando exprimimos fruta”, resalta esta experta en nutrición.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda un consumo de azúcar de 25 gramos al día, para los adultos, y 15-17 gramos al día, para niños. Traducido a terrones de azúcar, para que todos lo entendamos, esas cantidades “equivalen a 4,16 terrones de azúcar para los adultos y 2,8 para niños”, calcula Luzón. Y pone un ejemplo ilustrativo y realista: “Si sumamos un batido de chocolate de cualquier marca comercial (que aporta nada más y nada menos que el equivalente a 3,5 terrones de azúcar), a un postre lácteo azucarado, el “cacao” de la leche del desayuno y los cereales de desayuno, está claro que nos hemos pasado con creces de lo recomendable”.
Los efectos de un consumo excesivo de azúcar, según Ana Luzón, van desde, “problemas bucodentales, retinopatía diabética, glaucoma, ceguera, hígado graso no alcohólico, aumento de grasa visceral, acné, y problemas cutáneos, fallo renal y, lo que no menos importante, la alteración de la percepción de sabores”. Por ejemplo, podemos imaginar la diferencia que va a percibir un niño que ha crecido comiendo yogures de fresas el día que prueba una fresa de verdad. Nada que ver.
Además, “la respuesta del azúcar en sangre no es igual”, lo que es importantísimo tener en cuenta, según esta experta. Y explica claramente la diferencia: “Cuando viene en forma libre (es decir, directa) nos produce picos de energía y cansancio, sensación de hambre y una insoportable necesidad de comer continuamente. En cambio, cuando viene de forma intrínseca (incluida en toda clase de alimentos) nos aporta energía estable a lo largo del día”. Al otro lado de la ecuación, cabe recordar la poca actividad que actualmente tiene gran parte de la población. Por eso tenemos que pensar muy bien el azúcar que tomamos y damos a nuestros hijos y el que realmente necesita nuestro organismo de acuerdo a cada circunstancia personal.