María Esclapez, psicóloga: "El cerebro está diseñado para sobrevivir, no para ser felices"
La superventas regresa con 'Tu miedo es tu poder', en el que da claves para comprenderlo e, incluso, convertirlo en una fortaleza.

Sentir miedo es una de las sensaciones quizá más angustiosas, pero quizá no siempre estamos ante un peligro real, sino que tenemos al chihuahua interior desatado. Esa es la metáfora que utiliza la psicóloga María Esclapez para contar cómo funciona nuestro cerebro, concretamente la amígdala, ante ciertas situaciones.
Entender los mecanismos del miedo es fundamental para afrontarlo y así lo defiende en su último libro, Tu miedo es tu poder (Bruguera), que se suma a sus anteriores éxitos, Tú eres tu lugar seguro y Me quiero, te quiero.
Al pasar cerca de un acantilado muy peligroso o ante un animal que vemos fuera de sí, el miedo es la emoción inmediata y universal. También lo asociamos a fobias, pero no tanto a otras muchas situaciones del día a día. Sin embargo, como explica, el miedo tiene "muchísimos disfraces" y, por ejemplo, puede estar detrás del ruido mental y los bucles mentales, la culpa, la necesidad de control o las dificultades para conectar.
"Cuando algo nos remueve, el miedo nos acompaña", asegura en sus páginas. En ellas, da las claves para transformar el malestar que produce en seguridad.
El título, Tu miedo es tu poder, dice lo contrario a lo que igual todos pensamos, que el miedo es una debilidad. Entonces, ¿cómo puede ser el miedo nuestro poder?
Es verdad. Es que el miedo tiene muy mala fama, ¿eh? Lo entiendo, porque al final es una emoción superintensa y que genera una serie de síntomas muy desagradables. Pero también es verdad que el miedo es una emoción básica, que no hay que percibirla de manera negativa pese a todo lo que nos genera, porque tiene una utilidad, y vamos a partir de ahí: para entender por qué el miedo tiene que ser nuestro poder, tenemos que entender que tiene una utilidad. Y que el miedo no va a desaparecer precisamente por eso, porque es una emoción básica. Tú no te vas a levantar un día por la mañana y vas a decir ‘Ay, pues ya no tengo miedo a nada’, sino que está ahí y además está escondido muchas veces detrás de cosas del día a día, que no somos capaces de ver precisamente porque el miedo tiene muchísimos disfraces. Pero está ahí y es, como digo yo, una asignatura troncal de todas las materias de la vida.
Lo hemos percibido siempre de una manera negativa precisamente porque lo hemos asociado con fobias, con malestar, pero al final el miedo es una reacción que tiene nuestro cuerpo cuando el cerebro procesa que hay una amenaza real o imaginaria. Ante la real sabemos que la utilidad es clarísima: el miedo se activa y yo escapo de esa amenaza. Reacciono con esos dos tipos de respuesta, lucha o huida.
Pero ante la imaginaria, ojo, ¿qué hago? Bueno, pues vamos a darle la vuelta a esto y en lugar de dejar que el miedo se apodere de nosotros y domine nuestra vida, vamos a entender cómo funciona y a trabajar desde ese conocimiento. Vamos a ver qué tipos de distorsiones cognitivas aparecen, qué tipo de sesgos y fenómenos mentales para dominar nosotros el miedo y no al revés. Vamos a ver cómo está funcionando aquí el miedo y a partir de ahí vamos a hacer que caiga en nuestra trampa. Es la manera, comprendiéndolo.
¿Y detrás del estrés y la ansiedad hay un miedo o puede haberlo? ¿Qué relación hay entre los tres?
El miedo es una emoción básica. El estrés es la reacción fisiológica que se produce cuando aparece en el miedo o la ansiedad. Y la ansiedad se define por un conjunto de síntomas. No tiene un estímulo tan concreto como, por ejemplo, el miedo, que aparece ante X cosa. La ansiedad es más difusa y tiene una respuesta como más general. Además, puede aparecer de manera anticipatoria o retrospectiva. De todas formas, no podemos entender el estrés y la ansiedad sin hablar del miedo. Imposible. Además, son tres conceptos que están entre sí muy relacionados.
Y María, ¿qué es esto del chihuahua interior?
Es una metáfora que se me ocurrió hace ya unos años y la he ido contando en diferentes charlas. La gente se mea de risa y no sólo eso, sino que luego asocian esa metáfora en su día a día. Al final, el chihuahua es la amígdala activada. Es como una regla mnemotécnica guay, porque en el momento en el que tú estás superactivado, te imaginas que estás con el chihuahua a tope y como que rompe con ese dramatismo del momento.
¿Cómo es un chihuahua? Es un perro que está un poco loquito. Yo digo que es 50% ira, 50% temblor. Los chihuahuas ven una pierna random y ya procesan un peligro y se ponen a ladrar como si no hubiera un mañana. Pues es que la amígdala es un poco igual. No tiene muchos filtros, que digamos, y los que pueda tener a veces no los procesa bien. Es esa parte del cerebro que se activa cuando hay algo que entiende que puede ser una amenaza, lo sea realmente o no.
Y cuando eso lo procesa, reacciona con toda la activación a su vez del sistema nervioso autónomo. Con una amígdala activada, es decir, el chihuahua ahí ladrando, es muy difícil procesar la información que está ocurriendo en nuestra parte más racional del cerebro. Por supuesto, es mucho más complejo, pero para que nos entendamos. El área cortical del cerebro es la que está más relacionada con el pensamiento racional, la lógica y la comunicación. En el momento en el que este chihuahua se activa, esa parte se desactiva. Y entonces manda el chihuahua: ahí aparecen comportamientos impulsivos, es más difícil empatizar con la persona que tenemos delante o incluso con nosotros mismos. Es como si actuáramos en base a acción-reacción; no pienso, no hay una lógica.
Dices en el libro que “nos cuesta más frenarnos que acelerarnos”. Ante esa mente que a veces se nos dispara, una clave que das es el "abúrrete". Pero esto nos cuesta muchísimo hacerlo. ¿Por qué?
El cerebro está diseñado para sobrevivir, no para ser felices. A veces me dicen: "Es que mi cerebro no para, es que está siempre tal". Si esto no dificulta tu vida, vamos a decir que es normal precisamente por esto, porque estamos diseñados, entre comillas, para esto. El cerebro está pensado para, con cualquier cosa que pase, identificar si es una amenaza. Si no lo es, continuamos. Si es una amenaza, reaccionamos.
En base a eso, claro, es muy difícil apagar todo el ruido mental. Especialmente cuando lo que hacemos en el día a día es retroalimentar ese ruido mental. Es, como digo yo, el pasar el escáner todo el rato. Pues de vez en cuando hay que parar, no pensar tanto en el futuro ni en el pasado, no alimentar los bucles que van apareciendo en nuestra cabeza y aprender a estar con nosotros mismos. Al final eso también forma parte de ese aburrimiento: es aprender a no hacer nada y estar tú con tus propios pensamientos.
Y precisamente esto es difícil porque hay gente que no se soporta. Porque han aprendido que su mente vaya siempre a mil por hora, entonces no se callan mentalmente hablando y necesitan estar todo el rato haciendo cosas para no escuchar ese ruido mental, para no escuchar a su cerebro intentando sortear todos y cada uno de los peligros que va procesando. Y hay que tener en cuenta que no podemos procesar tantísimas cosas a la vez, por eso muchas veces nos agobiamos, no podemos dormir, no conciliamos el sueño...
Entonces, vamos a ir desgranando un poquito qué es lo que está pasando para que tú aprendas a estar contigo mismo y puedas también incluso llegar a aburrirte. Esto también está relacionado con el aprender a mantenerse en el presente, el famoso mindfulness, que la gente se piensa que es relajarse y respirar, y no, esto va mucho más allá.
Además tenemos el automatismo de, en cuanto hay un blanco, coger el móvil para entretenernos o llenarlo.
Totalmente, y además pensemos que cada vez que cogemos el móvil se activa nuestro sistema de recompensas, que está muy relacionado con la dopamina. Esta sustancia que se genera cada vez que cogemos el móvil y empezamos a deslizar, y es como una anestesia, pero muy efímera, porque en el momento en el que tú apagas el móvil el ruido sigue estando ahí.
Lo ideal sería, ‘vamos a solucionar este problema que tienes’. Es decir, no hace falta que dejes de usar el móvil si no quieres, úsalo menos, porque estás todo el rato dependiendo del móvil para estar bien, pero vamos a controlarlo de manera sana: ¿para qué quieres las redes sociales, qué te están aportando? Pero más allá de todo esto, vamos a ver qué hay detrás y por qué estás huyendo todo el rato de tus propios pensamientos de tal manera que necesitas recurrir a ellas.
Otra idea que lanzas en el libro es la de la importancia de tolerar el malestar, que esto nos cuesta muchísimo, ¿cómo podemos hacerlo e integrarlo en nuestro día a día?
"Vamos a gestionar las emociones” es una frase que oigo mucho, yo también la digo, pero hay mucha gente que la entiende de tal manera que cree que gestionar emociones es hacer cosas con ellas hasta que estamos bien del todo, hasta que ya desaparecen y dices: "Bueno ya está, no tengo problemas en la vida, estoy perfectamente y puedo continuar". Esto no es así, tu vida tiene que continuar a pesar de tus emociones y para aprender a regularlas, por supuesto que hay que hacer cosas, como por ejemplo, comprenderlas, ver de dónde vienen y manejar lo que va asociado a ellas, pero a veces también hay que convivir con ellas. También hay que aprender a convivir con el miedo, con la ira, con la tristeza, con la ansiedad, con el estrés, porque a veces hay emociones que no se van cuando tú quieres que se vayan, se van cuando ellas quieren o creen que es conveniente.
El cerebro a veces funciona de una manera superautónoma, entonces mientras ellas se van, haz algo con tu vida, y para eso es importante entender el concepto de aceptación: como no aceptes que el miedo va a convivir contigo, por ejemplo, de aquí a un año —es un ejemplo —, es que no lo vas a superar, porque al final estás pendiente de que se vaya y esto activa otro fenómeno más, que es el refuerzo negativo, y es que solamente estás bien cuando todo desaparece. Es un poco paradójico, porque, como explico en la parte de hackear el cerebro, siento miedo y cuanto más miedo siento más quiero que se vaya, pero cuanto más quiero que se vaya, más miedo siento.
Entonces, cariño, ¿qué hacemos? Tenemos que aceptar que de vez en cuando vas a tener que convivir con la ansiedad y vas a tener que hacer cosas con la ansiedad. Hace un tiempo yo en redes sociales publiqué una historia que decía: "Hoy tengo ansiedad y aun así estoy feliz". Hubo gente, pero muchísima, que me escribió diciendo: "¿Eso cómo se hace? ¿Cuál es el secreto?". No hay ningún secreto, tienes que aprender a tolerar también ese malestar, pero lógicamente, no puedes estar en una crisis de pánico y decir: "¡Pero soy feliz!". Hasta cierto punto, una ansiedad que te deje seguir con tu día a día hay que ignorarla también un poquito de vez en cuando, porque si no la refuerzas.
Das esta idea de rendirse al miedo, ¿no da más miedo todavía?
Claro, porque es como dejar de controlarlo todo, ¿cómo me voy a rendir yo ante esto? "Si yo lo que quiero es que se vaya", es lo que me dicen siempre en consulta. Ya, pero si tú te rindes al miedo, de alguna manera es como si aceptaras eso que te está ocurriendo, y por ende esa paradoja no se activa. Mira, esto la gente lo entiende superbien cuando hablamos del sueño, porque a todo el mundo le ha pasado que te vas a dormir sabiendo que al día siguiente tienes que madrugar y dices ‘venga, voy a dormirme, porque tengo que madrugar’, y de repente no puedes y cuanto más quieres dormir menos puedes. Si tú pruebas a decir 'Mira, ¿sabes qué te digo? Que no voy a dormir, esta noche me propongo no dormir' ahí se activa la paradoja. El cerebro antes procesaba que había una amenaza y cuando tú le dices 'pues no voy a dormir', el cerebro dice '¡ah, que no hay problema, que ya no me tengo que activar!'. Esa es la amígdala, el chihuahua: ya no me tengo que activar, porque resulta que ya no hay un peligro. Entonces desactiva el sistema nervioso autónomo, y te duermes al final. Pues con el miedo y la ansiedad podemos aplicarlo de la misma manera.
Dedicas una parte del libro también a las relaciones, que también en ellas aparecen muchos miedos, y señalas que nos relacionamos a veces desde el individualismo y que eso hace que, en cuanto vemos que podemos sufrir, huimos. ¿A qué te refieres con esto?
Esto está también relacionado con el miedo, porque al final detrás de esta huida, de 'aquí creo que me pueden hacer daño', 'esto no me mola, me voy', ahí hay miedo, evidentemente. Miedo a que me abandonen, que me traicionen. Si entendemos que dos de las respuestas cuando se activa el miedo son la lucha o la huida, pues hay quien elige huir. Hay gente que decide luchar y dice: "No, voy aquí a pelearme con mi pareja hasta el final". Bueno, pues ni una ni la otra.
Al final, la idea es mostrar esa vulnerabilidad, ¿no?. 'Oye, mira, me está pasando esto, estoy pensando esto, quiero hablarlo contigo', y al final el miedo se apaga. Cuando estamos eligiendo un camino individualista, 'yo voy a mirar por mí y aun queriendo tener pareja, a la mínima de cambio, cojo y me voy', al final no tengo pareja. Entonces, entro en un bucle de no tengo pareja, pero quiero tener pareja.
La idea es salir de este individualismo y aprender a convivir en la interdependencia, no en la dependencia. Hablo de los dos extremos: la dependencia emocional es una cosa y lo contrario no es una relación sana, es una independencia emocional. La idea es ni una ni otra, es intentar ser interdependientes.
Precisamente había un estudio de Fundación BBVA al respecto que decía que los jóvenes de ahora sabemos perfectamente qué es una relación sana y qué no lo es, pero no sabemos tener una relación sana. ¿Por qué? Yo creo, esto ya es mi opinión, que la respuesta es esta, porque hemos aprendido muchísimo estos últimos años sobre relaciones sanas, relaciones tóxicas, nosequé nosecuántos, que a la mínima mi miedo se activa, entonces huyo, porque yo no quiero esto, esto es tóxico, esto no, tal. Pero, a ver, una relación tóxica no se define por una sola red flag, al final estamos hablando de muchas más cosas, es un fenómeno mucho más complejo, entonces esto se puede trabajar, vamos a ver el conjunto de la relación.