La peligrosa consecuencia del ‘mal de los elogios’ que se transmite de abuelos a nietos
Cuando sean adultos repetirán ese patrón de abandono como progenitores.
Todos hemos oído o leído alguna vez la influencia que tiene la primera infancia, es decir, del nacimiento a los tres años, más o menos, para la formación de la personalidad y la conducta de un niño. Es porque durante los primeros años, e incluso meses, de vida, es cuando los seres humanos tenemos el sentido emocional a flor de piel, así que la mayoría de los pedagogos y psicólogos recomienda prestar especial atención a las emociones y atenciones que dedicamos a nuestros hijos durante esa etapa.
Esto no quiere decir que en los siguientes años no sufran cambios y evoluciones en su inteligencia y aprendizaje emocional, sino que las primeras bases que han recibido en su vida es lo que les van a afectar más. Y, según los psicólogos, en la mayor parte de los casos se ha observado que son determinantes para las actitudes y comportamientos que van a tener ante las cuestiones emocionales a lo largo del resto de su vida.
Así las cosas, nadie dice que sea fácil para unos padres dar el debido apoyo emocional a un hijo o una hija mientras a la vez lo educas, es decir, le tienes que regañar cuando haga algo que está mal, para que vaya aprendiendo comportamientos adecuados desde el principio de su vida y a distinguir lo que está bien y lo que está mal hacer. Por ejemplo, pegar a un hermano, no reaccionar a gritos ante algo que no se le da o no saber comportarse en público.
Pero, a la vez, ese apoyo emocional, aunque le regañemos, es lo que va a influir en cuestiones tremendamente relevantes como el sentirse querido, sentirse reconocido o tener seguridad en sí mismo. Por lo tanto, por eso, los psicólogos aconsejan que pensemos que la clave está siempre en el equilibrio. ¿Cómo se consigue?
Pues fácil no es, desde luego. Por un lado, explican los especialistas, se trata de que los padres estimulen a sus hijos, que estén atentos de sus logros, por pequeños que sean, y que les muestren entusiasmo por ellos. Eso hace a los niños sentirse aceptados, arrogados y seguros de lo que hacen está bien. Pero si crecen con carencias afectivas, sensación de abandono o desinterés por parte de sus padres o abuelos, esto, tal y como han demostrado numerosos estudios, les pasará factura, hasta el punto que reproducirán esos comportamientos en el futuro, cuando ellos mismos tengan hijos.
Otra cuestión que resaltan los expertos es que muchos adultos muestran esa dejadez o no le dan importancia a mostrar cariño y apoyo emocional a los hijos bien porque ellos no lo recibieron tampoco en la infancia o bien porque se ven sobrepasados por su situación, bien sea porque no saben cómo afrontar esas nuevas responsabilidades o bien por su propia mala situación laboral o socioeconómica. Es decir, por falta de tiempo en el día a día para pararse a pensar en estas cuestiones.
Las consecuencias son, detallan los psicólogos, cuestiones como la inseguridad, un concepto sobre sí mismos alterado, un mal control de las situaciones y problemas para adaptarse a los diferentes entornos en los que tendrán que desenvolverse en el futuro, empezando por el escolar a su futuro de relaciones personales y laboral.
Algunos especialistas aconsejan, aparte del equilibrio, entre el cariño y las reprimenda, cuando sea necesario, también que los padres tiendan idealmente a alabar los logros de los niños de forma indirecta, lo que ellos llaman con elogios “descriptivos” y no necesariamente diciéndolos lo bien que lo han hecho, es decir, con elogios “evaluativos” sobre el niño. Por ejemplo, en vez de decir “qué bien lo has hecho”, optar por comentarle “has ordenado tu cuarto, está mejor así, ¿verdad?”.
Como bien sabemos, es más fácil predicar que actuar, pero la cuestión de fondo consiste en que intentemos que no busquen un premio por hacer las cosas bien ni prometérselo para que las hagan. Es mejor, según estos expertos, que lo asuma como un logro propio sin esperar nada a cambio por ello y que aprenda así que eso es lo que tiene que hacer (como en el caso de recoger sus cosas, ordenar su cuarto, comerse toda la merienda, prestar sus juguetes cuando otro niño se los pide o incluso hacer los deberes por pocos que sean cuando son pequeños, como ponerse a dibujar o a escribir las letras, etcétera).
Es todo un reto, pero es parte de la educación familiar y no debemos olvidar que es por su bien porque vamos, con estas pequeñas pautas, a favorecer su independencia, autoestima y capacidad de reflexión y razonamiento.