Jonathan Freedland: "Los judíos creían que empezaban una nueva vida en Auschwitz y por eso les daban mantas, cacerolas o juguetes para los niños"
El periodista británico publica 'El maestro de la fuga', la historia del hombre que escapó de Auschwitz para contar lo que allí pasaba e intentar frenar el genocidio nazi.
Rudolf Vrba y Alfred Wetzler tenían 19 y 25 años, respectivamente, cuando el 7 de abril de 1944 escaparon del campo de exterminio nazi de Auschwitz. La angustiosa y perfectamente planificada huida de los jóvenes eslovacos es el corazón de la novela El maestro de la fuga (Editorial Planeta) escrita por el periodista y analista histórico Jonathan Freedland. Aunque la aventura de escapar de ese monstruoso lugar en el que murieron más de un millón de judíos solo es el principio de esa historia, porque el plan era escapar para informar y eso llegó después.
"Estoy sorprendido por la respuesta que ha tenido mi libro, ha sido un bestseller en Reino Unido y estos días me he estado preguntando por qué", confiesa el columnista de The Guardian, al tiempo que asegura firmemente que la historia del Holocausto, el genocidio perpetrado por los nazis contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, se tiene que volver a contar a cada generación.
"Sabemos la historia, está siempre en nuestras mentes, pero de vez en cuando hay algo nuevo que lo devuelve a la actualidad. A mis veinte años, fue la película La lista de Schindler la que devolvió el interés", explica el autor del libro que, casi 80 años después, ha descubierto cosas nuevas de Auschwitz a través de la vida de su protagonista, Rudolf Vrba. "El libro cuenta cosas que la gente no sabía de este campo de concentración: había personal judío permanente, había 200-300 prisioneros judíos que actuaban como administradores y tenían una vida ahí. Había un mercado negro, una economía, unos privilegios, dormían en una habitación separada… Vrba incluso tuvo un romance. Hay personas que me han dicho 'yo pensaba que sabía mucho sobre el Holocausto pero hay cosas que aún desconocía'. Contando la historia a través de sus ojos ha hecho que muchas personas tengan una nueva visión sobre ello".
Cuenta en el libro que la primera vez que oyó hablar de Rudolf Vrba —Walter Roseberg era su nombre de nacimiento— usted tenía 19 años. Fue en el cine, viendo Shoah, el documental dirigido por Claude Lanzmann sobre el Holocausto —dura 10 horas—. Entonces ya pensó que ese hombre, que había logrado fugarse de Auschwitz, con la misma edad que usted tenía en ese momento, merecía un lugar destacado en la historia. ¿Qué le llamo la atención de este hombre? ¿Su inteligencia, su valentía, su fortaleza?
Fue algo más superficial. Cuando vi la película —una película muy inusual porque son solo entrevistas— con 19 años, para mí fue una sucesión de hombres grises, rotos, y viejos; realmente, gente del pasado. Pero, de repente, aparecía esta persona, que explotaba en pantalla, muy carismática, hablaba inglés y no ruso ni polaco, estaba en Nueva York, era apuesto, tenía el pelo moreno y no gris, y parecía muy joven para ser superviviente del Holocausto. En una secuencia lleva como un abrigo de cuero y se parece un poco Al Pacino en Scarface. De repente, era de nuestro mundo, no del mundo del Holocausto. Y se menciona que había escapado, pero realmente no habla de ello. Lanzmann no le pregunta por su fuga. Su presentación es sorprendente: "Sé que te escapaste de Auschwitz, pero no vas a hablar de ello”. Y eso era increíble porque era la principal, la gran historia. Pero él quería hablar de que había estado en Auschwitz durante mucho tiempo y de que fue una especie de supertestigo porque para la mayoría de los judíos que estuvieron allí su esperanza de vida se medía en horas. Aquellos que fueron hechos prisioneros en dos o tres meses morían por enfermedad, por trabajos forzados o palizas. Él estuvo allí durante casi dos años, 21 meses, y eso es muy inusual. Por eso el director quiso que hablase en su documental, porque podía dar una visión de 360º de lo que había sido ese campo de concentración. Él vio todas las fases del proceso, hasta las puertas de la cámara de gas. Era un ponente muy atractivo en esta película y me quedó la curiosidad de por qué no habló de lo realmente increíble que es que había logrado escapar. Pensé, en algún momento tengo que volver y averiguar más de esta historia. No lo hice hasta muchos años después.
¿Y entonces cuándo habló Vrba por primera vez públicamente de su huida de Auschwitz?
Enseguida habló de su fuga en su círculo privado y a su familia. Pero en Checoslovaquia, después de la guerra, se dio cuenta de que no se podía hablar de la experiencia de ser judío en Auschwitz. La versión oficial bajo el yugo soviético comunista es que no había habido persecución de los judíos, que había sido una lucha entre fascismo y antifascismo. Sí habló de ello públicamente en Inglaterra, justo antes del juicio a Eichmann. Contó lo que había ocurrido y alguien le dijo que debería contarlo en un periódico. Entró en la redacción del Daily Herald y publicaron su historia en cinco días, como una serie. Después, en 1963, escribió un libro con un periodista. Lo que es increíble es que cuando habla de ello solo tenía 40 años, era joven, pero habían pasado veinte años del Holocausto y por primera vez estaba contando su historia.
La historia de Vrba es relevante por los motivos que argumenta para escapar. Él no quiere huir porque vea peligrar su vida o porque su situación sea insoportable…
Muy pocos judíos escaparon de Auschwitz. En términos de fugas exitosas, de supervivientes que llegaron a la libertad real, se pueden contar con los dedos de las manos. Y ellos quizá no fueron exactamente los primeros, pero sí fueron dos de los primeros —huyó junto a su compañero Wetzler—. Fue muy inusual que escaparan y eso hace más extraordinaria la historia. Cuando yo contaba esto, la gente me decía: "Bueno, cualquiera querría escapar de Auschwitz". Cualquier persona quería escapar, sí, pero en la situación en la que él se encontraba, relativamente seguro porque tenía un trabajo, estaba protegido por la resistencia y tenía mejores raciones de comida, hubiera sido plausible que pensara que la opción segura era quedarse y esperar a que terminase la guerra. Hubiera sido racional decidir eso. Pero él no pensaba en su propio interés sino que se empeñó en sacar la verdad al mundo, concretamente a los judíos europeos que necesitaban saber lo que estaba pasando allí. Él trabajaba como inscriptor y hablaba con los recién llegados al campo y todos tenían en común una cosa: no tenían ni idea de lo que era Auschwitz, estaban a ciegas sobre lo que significaba ese lugar. Él observaba y empezó a entender: creían que iban a empezar una nueva vida, que por eso tenían mantas, cacerolas, juguetes para los niños... Pensaban que comenzaban una nueva vida porque les habían dicho eso, se les había mentido durante todo el camino. Y eran mentiras muy elaboradas.
Bueno, pero la manera de detenerlos, el viaje en tren en condiciones infrahumanas, el hacinamiento, los golpes… podía anticipar algo de lo que iba a pasar.
Sí, se les forzó a punta de pistola, no tenían opción, viajaron en unas condiciones terribles en los trenes de hacinamiento, con sed y hambre, entre suciedad. Pero de hecho, esto aumentaba su disposición a cumplir en Auschwitz porque llegaban aliviados. Los nazis eran muy listos y al llegar el tren desde Eslovaquia decían: “Mira estas condiciones terribles de estos bárbaros eslovacos, ahora las cosas van a mejorar”. Y ellos lo creían. Los alemanes eran la nación de Goethe y Kant y les iban a tratar de manera civilizada. Vrban también sintió ese alivio al llegar: los edificios estaban hechos de ladrillo, había pavimiento en el suelo… Él había estado en otro campo, en Majdanek, con barro, suciedad, ‘camas’ de madera… y al llegar a Auschwitz pensó “bueno, este es un lugar con orden”. Y las otras víctimas que llegaban en los trenes se sentían de la misma manera y esto era algo deliberado.
¿Cree que si el resto del mundo hubiese sabido lo que pasaba en esos lugares la historia habría sido de otra manera?
Sí, comparto la opinión de Vrba. Él estaba convencido de que el comportamiento de la gente era resultado de que estuvieron totalmente a ciegas. Él estaba seguro de que si los prisioneros nazis hubiesen sabido, al bajar del tren, que iban a ser asesinados en unas horas, al menos habrían entrado en pánico. No pedía más que eso. No estaba pidiendo que una señora de 80 años de Bratislava se convirtiera en una guerrera de resistencia, pero sí que al menos hubiese empezado a chillar. Y estos chillidos llevarían al pánico a otras personas, y esto hubiera ralentizado el proceso de los nazis, que dependía de la calma y la eficiencia. En su opinión, la maquinaría de asesinatos pudo seguir operando fácilmente porque aquellos que servían de alimento a esta maquinaria no tenían ni idea, y creo que tenía razón. Con información y conocimiento, no te conviertes en un guerrero, pero si estás pensando que estás luchando por tu vida, al menos intentas salir corriendo. Y si doce personas salen corriendo, los nazis hubiesen tenido que disparar y se hubiera creado una situación de caos en ese momento, en el andén del ferrocarril. Ahí no tenían a tantas personas, a tantos soldados, como para frenarlo fácilmente.
Antes de empezar a trabajar en este libro, ya había leído o escuchado que se les decía a los judíos que se iban a dar una ducha y había cabezas de duchas falsas. Por un tiempo creí que era una broma enfermiza de los nazis. Ahora entiendo que era capital en su método: hasta el momento en el que las puertas de las cámaras de gas se cerraban, les mentían. Cada paso del camino les decían, por ejemplo, “quedaos con los zapatos, que estén en pares para no perderlos al salir”. No querían, tenían que evitar esa histeria, ese pánico. Esto es horrible, pero niños entrando en esas cámaras de gas... Si los niños hubiesen empezado a correr, hubiese sido imposible. El único momento en el que se daban cuenta de lo que ocurría era cuando entraba el gas en la cámara. Así que sí, el curso de la historia hubiese sido diferente.
Tras escapar de Auschwitz en 1944, Vrba y Wetzler elaboraron un pormenorizado informe cuyo objetivo era avisar a sus hermanos judíos de lo que ocurría en ese campo de exterminio. ¿Qué significó el Informe Vrba-Wetzler en lo que ocurrió después?
Lo más importante es que fue el primer relato detallado de Auschwitz. Muchos de los detalles de la vida allí, no se habían contado al mundo hasta ese informe. Un ejemplo, el tatuaje en el brazo —que les despojaba de su identidad y les convertía en un número—.
Por otro lado, abrió un debate del que aún participan historiadores en Londres y en Washington: ¿deberíamos haber bombardeado las líneas de ferrocarril? Al final no se decidió destruir las vías, pero el informe abrió esta discusión cuando los líderes judíos en Jerusalén lo mandaron a Londres, a distintos líderes aliados.
Y el tercer elemento que explica su importancia es que ese informe tuvo como consecuencia determinados movimientos diplomáticos que salvaron la vida de 200.000 judíos. Oskar Schindler salvó unas 1.200 vidas; el trabajo de Vrba y Wetzler consiguió salvar 200.000. Por esos sus nombres merecen estar entre aquellos que con su historia determinaron esa época.
En toda esta labor de documentación para reconstruir la vida de Rudolf Vrba, ¿qué descubrimiento le ha conmovido más?
Encontré a su primera mujer en Londres. Nos sentamos juntos, en el verano de 2020, en plena pandemia, y en la última sesión que tuvimos me dijo: “Está mi nieto aquí y hay algo que quiere darte”. Su nieto traía una maleta llena de cartas. “Estas son las cartas de Rudi, quiero que las tengas”, me dijo. En ese momento, como periodista supe que yo estaba predestinado a escribir esta historia. Esas cartas marcaron la diferencia con respecto al libro. Hasta entonces tenía entrevistas, sus testimonios en juicios y lo que me había contado su familia. Pero estas eran sus cartas a sus hijas, era él como padre, como exmarido… Y leyéndolas coloreé su imagen. Era una persona difícil, exigente, a menudo enfadado, pero también muy cariñoso. Era un hombre muy dañado, como dijo su mujer. ¿Y cómo no podría estar muy dañado?
Vrba fue un experto en fugarse, pero de todos los lados, ¿no?
Totalmente, de ahí el título. Era un escapista en serie. Escapó dos veces antes de llegar a Auschwitz, del campamento de tránsito y también del campamento de deportación y, más adelante, de la Checoslovaquia comunista, del matrimonio, de su nombre… Lo más terrible de su vida ocurrió 40 años después de Auschwitz, en 1982, con su hija. Él dice que eso fue lo más terrible que le ha pasado jamás. Hay unas cartas a sus hijas que están llenas de desesperanza. Durante su vida no había tenido ni fe ni religión y, aunque era judío, no creía en Dios. Esta creencia fue desafiada por lo que ocurrió, por la desesperación y empezó a pensar en un ente superior que organiza nuestras vidas.
Antes has preguntado qué tiene este libro que no tienen otros y creo que, algo diferente que no tienen los demás, es que es un libro sobre el Holocausto, pero también un libro sobre después del Holocausto. Esto evento impactó su vida, pero también impactó a los que le rodeaban y a sus descendientes.
La huida no fue cosa de Vrba solo. Él escapó con Wetzler. ¿Él también tiene que tener ese papel destacado en la historia?
Sí, el informe fue conjunto, ellos escaparon juntos. Hay un debate sobre quién inició la fuga, quién jugó un papel más importante en la huida. Yo no entro en eso porque para mí escaparon juntos y el informe lo elaboraron juntos. Solo añadiría dos comentarios. Uno: Vrba tenía una memoria excepcionalmente buena. También pensé en llamar a este libro El hombre de la memoria. Memorizó cada tren, cada fecha, el número de coches y personas, el punto de origen… El nivel de detalle en ese informe, donde nombran tren tras tren, tras tren, tras tren... creo que fue más cosa de Vrba que de Wetzler. Pero el informe es trabajo de los dos y los dos merecen el mismo reconocimiento.
La otra diferencia es que Vrba vivía en occidente y pudo hablar libre y plenamente, y sabemos mucho más de su vida. Toda su vida está disponible en entrevistas, testimonios en juicios o en el libro que escribió. Nada de esto pudo hacerlo Wetzler. Sí que escribió un libro, pero tuvo que esconderlo como si fuera una novela y, por eso, no se puede considerar un documento histórico. Por estas razones, espero que un escritor eslovaco, algún día, escriba sobre Wetzler. De momento la historia de Vrba me ha permitido a mí describir una vida completa.