Ni el romano ni el mongol: la historia de amor que impidió a España tener el imperio más poderoso de la historia
Todo dependía de la descendencia de los monarcas.

En la historia de los grandes imperios, el español en su momento de mayor expansión tuvo la oportunidad de convertirse en el más poderoso y, de haber sido así, habría cambiado para siempre el curso del mundo. Sin embargo, no lo consiguió debido al romance entre Felipe II de España y María I Tudor de Inglaterra que no prosperó.
Entre 1554 y 1558 España e Inglaterra, dos naciones históricamente enfrentadas, estuvieron brevemente unidas bajo el mismo rey, Felipe II tras su matrimonio con María Tudor. Si esta unión hubiera perdurado a través de un heredero, la Corona española habría gobernado no solo sobre la península ibérica, Flandes, Borgoña y América, sino también sobre Inglaterra con un poderío naval y un dominio territorial sin precedentes.
Un matrimonio estratégico
El enlace entre Felipe y María no fue fruto del amor, sino de una estrategia política cuidadosamente calculada. Carlos V, padre de Felipe, vio en este matrimonio la posibilidad de reforzar el dominio de los Habsburgo y de consolidar el catolicismo en Inglaterra, donde se practicaba el protestantismo.
Sin embargo, desde el inicio, la unión estuvo rodeada de oposición. Francia temía el fortalecimiento de España, mientras que los nobles ingleses no veían bien que un monarca extranjero pudiera arrebatarles sus privilegios. Mientas, los protestantes, por su parte, veían en esta alianza un peligro mortal para su Iglesia.
A pesar de las dificultades, la boda se celebró en Winchester en 1554 y Felipe asumió el trono inglés. Sin embargo, su poder era limitado, ya que solo podría gobernar mientras María viviera y no tenía derecho a la sucesión, salvo que la pareja tuviera un hijo. Todo dependía de la descendencia.
La lucha por un heredero que nunca llegó
Sin embargo, ese heredero nunca llegó. María Tudor, que era católica, estaba obsesionada con la idea de restaurar su fe en Inglaterra y consolidar su reinado a través de un hijo que asegurara la continuidad de la alianza con España. Tanto deseaba un heredero que llegó a convencerse de que estaba embarazada. En 1555, anunció que esperaba un hijo y ordenó preparativos para el nacimiento. Pero cuando llegó en abril, el mes esperado, la desilusión fue total ya que no había embarazo, solo una enfermedad que comenzaba a consumirla.
Felipe, que había aceptado el matrimonio por razones políticas, se sintió engañado y frustrado. Sin un heredero, su interés en Inglaterra se desvaneció rápidamente. La guerra contra Francia le ofreció la excusa perfecta para marcharse a Flandes, dejando a su esposa sola y desesperada. María le escribió cartas llenas de súplica y amor, pero Felipe respondía con frialdad y distancia. Para él, el trono inglés ya estaba perdido.
La salud de la reina continuó deteriorándose y, en 1558, María de Tudor murió sola y sin haber recibido la visita de su esposo en su lecho de muerte. Con su fallecimiento, Felipe dejó de ser rey de Inglaterra de manera automática y la oportunidad de unir ambos reinos desapareció para siempre.
El último intento de Felipe
Felipe, aún con la esperanza de recuperar Inglaterra, intentó un último movimiento desesperado y propuso matrimonio a Isabel I, la nueva reina y hermanastra de María. Pero Isabel, consciente del peligro que representaba un vínculo con España, lo rechazó. Con este rechazo, quedó sellado el destino de ambos países.
Lo que pudo haber sido el imperio más poderoso de la historia, capaz de superar a Roma en extensión y duración, terminó siendo solo un sueño frustrado. La falta de un hijo cambió el rumbo del mundo y convirtió a España e Inglaterra en rivales en vez de aliados.