Deepti Kapoor: “A India le pasó lo que a España: una transición social y económica abrupta, rápida”

Deepti Kapoor: “A India le pasó lo que a España: una transición social y económica abrupta, rápida”

Entrevista a la autora de 'La Edad del Vicio', un fenómeno editorial que mezcla amor, corrupción, desigualdad y suspense: "Tu casta decide tu vida".

La escritora Deepti Kapoor, autora de 'La Edad del Vicio'.Matthew Parker

Hasta hace poco, la escritora Deepti Kapoor (Uttar Pradesh, India, 1980) no tenía página de Wikipedia con su nombre. En los últimos meses, en cambio, las veinte productoras más importantes del mundo “se han dado casi de tortas” por los derechos audiovisuales de su última novela, La Edad del Vicio (Alfaguara), y al final FX los ha conseguido.

La escritura de Kapoor ha sido comparada con la de Shakespeare, con El Padrino, con Los Soprano, y ella sólo puede sentirse “muy rara” cuando escucha esto. “Soy pesimista por naturaleza, pero de momento todo va bien”, comenta, con modestia y sorpresa.

Kapoor ha pasado los últimos años entre Lisboa, donde vive actualmente, y la India, donde ha estado viajando, grabadora en mano, para “captar el ruido de los trenes, de las montañas, de las calles, de los vendedores, de los perros ladrando, de los monasterios”, e incorporarlos de una u otra manera la La Edad del Vicio. La novela es visual y es sonora: cuenta la historia entrelazada de tres personajes –un millonario ‘hijo de’ enriquecido gracias a la corrupción, un chico de la casta más baja que se dedica a servirle, y una periodista con dudas éticas enamorada del primero– ambientada en la India contemporánea. Una mezcla que ha resultado ser de éxito.

¿Qué tiene La Edad del Vicio para ser catalogado de “fenómeno editorial del año”, para que se rifen los derechos audiovisuales y ya tenga una serie en marcha?

Uf, no lo sé. Es una pregunta difícil. Lo que creo que tiene es que ofrece una visión de la India moderna contemporánea, pero viene montada en el andamio de un thriller. Creo que el motivo por el que ha gustado tanto, sobre todo en Occidente, es por el personaje de Ajay [el criado]. Su historia llama mucho la atención al lector desde el principio, le invita a entrar a conocer este mundo. También es una historia muy visual, muy sensorial, tiene los sonidos del país, tiene las imágenes, me lo dicen mucho. Cuando estábamos negociando los derechos para televisión, nos decían: es que está escrito casi como un guión.

La gente también dice que es muy adictivo, que a pesar de que es largo se lee muy rápido, es de estos libros que cuesta dejar de leer. Supongo que es por todo esto, y por el hecho de que es como un massala, una mezcla de especias que tenemos en India con un poco de todo: drama, intriga, historia de amor, misterio, hasta un poquitín de humor. Supongo que la mezcla tiene efecto.

Pensé escribir sobre los superricos de Delhi. Pero en India, cuando escribes de esto, enseguida caes en el tema de la corrupción, del abuso del poder, la desigualdad

¿Cómo se gestó la historia, cómo surgió la idea del libro?

Cuando tenía veintitantos, trabajaba en Delhi como periodista. En esa época iba mucho en coche por la ciudad, simplemente recorriendo la ciudad y escuchando historias. Recuerdo hablar con gente como tú, como yo, hablaba con autores y era reportera de asuntos de actualidad; en India hubo un cambio muy grande, cambió el sistema económico de socialismo a capitalismo, así que se abrieron muchas oportunidades de empleo. Esto estaba sucediendo en esa época y yo lo iba registrando, no sólo como periodista sino también en la mente.

Por otro lado, por la noche salía mucho de fiesta. Tenía amigos que vivían muy bien, eran ricos y vivían en mansiones, celebraban fiestas extraordinarias. Al terminar mi primera novela, me quedé pensando sobre qué podía escribir entonces. Mi agente me dijo: tú siempre estás contando todas estas historias locas de tus amigos ricos de Delhi, ¿por qué no escribes algo así? Al principio, pensé escribir una historia tipo Gatsby, con los superricos de Delhi. Pero en India, cuando empiezas a escribir sobre los ricos, enseguida caes en el tema de la corrupción, del abuso del poder, la desigualdad, la complicidad de las autoridades.

Cuando conocí al personaje que inspira a Ajay fue durante un viaje a las montañas. Me encontré a un chico que vivía allí solo porque su familia lo había mandado ahí; su historia convivía con la de los jóvenes que trabajaban en las grandes mansiones de mis amigos ricos, chicos invisibles pero que siempre están ahí, siempre están pendientes, sirviéndote… antes de que sepas lo que quieres, ya están ahí ofreciéndotelo. Se me ocurrió la idea de combinar esas vidas, y así es como nació la novela.

No hay entonces una exageración de la desigualdad en el libro…

Para nada es una exageración. Ahí está y es patente. La economía india está creciendo, vale, pero la mayor parte del crecimiento está generando millonarios y milmillonarios. Es decir, los ricos cada vez se hacen más ricos y los pobres, cada vez más pobres. La desigualdad es cada vez mayor y los beneficios nunca llegan a toda la población. Toda esta riqueza se construye sobre unos cimientos de desigualdad extrema, quería hablar de esos temas.

India es un lugar de extremos, de contradicciones radicales. Es un lugar bello y violento, la moralidad y la inmoralidad coexisten

Durante un tiempo me planteé hacer un voluntariado en India (algo que al final no hice) y, antes de eso, nos dieron una especie de formación en la que nos advertían que veríamos cosas que nunca habíamos visto: la muerte conviviendo con la vida de las formas más extremas, la vida como algo circunstancial, muchas veces sin valor. ¿Dirías que era certera esa advertencia?

Sí, sí, es muy cierto lo que te dijeron. India es un lugar de extremos, de contradicciones radicales. Delhi es un lugar increíblemente bello, pero al mismo tiempo muy violento, y en ocasiones también físicamente feo. Es un sitio donde siempre piensas que te van a engañar, y sin embargo a veces te encuentras con una bondad que te parte el alma. Tienes los extremos de la vida frente a tus ojos. Puede ser abrumador, sobre todo si no vives allí y no estás acostumbrado, y más si vienes del mundo occidental, puede ser sobrecogedor. Lo de ir con la mentalidad abierta me parece un buen consejo.

Por otro lado, Delhi es un poco raro, porque es un lugar muy religioso, pero también hay mucha inmoralidad. La moralidad y la inmoralidad coexisten y parece que siempre están luchando y acompañándose.

¿Cómo fue tu infancia en Moradabad?

Nací en Moradabad, pero la niñez la pasé en Firozabad, que tampoco está tan lejos, y está a una hora de Agra, donde está el Taj Mahal. Firozabad no es un sitio bonito, eso lo puedo decir. Mi abuela era ginecóloga y había montado una clínica debajo de donde vivíamos. Toda la planta baja era una unidad de ginecología y obstetricia. Los sonidos de mi niñez eran madres pariendo, llorando, gritando y bebés recién nacidos llorando. Había mucho ruido, y mucho polvo. Ese es el paisaje sonoro de mi niñez.

Los sonidos de mi niñez eran madres pariendo, llorando, gritando y bebés recién nacidos llorando

¿Te identificas con algún personaje de la novela?

Sí, con Neda, la periodista. Digamos que ella ‘heredó’ mi vida profesional, esa curiosidad que yo tenía de salir por la noche a conducir por la ciudad, y en parte esa pasividad que también tenía. Por otro lado, le di unos padres mucho más cool que los míos, y una dirección distinta a la mía. Ella vive en una zona muy pija, yo vivía en una zona que no era para nada guay.

También heredó esos amigos que yo tenía. La sociedad india es muy feudal; los hijos de los políticos son políticos, los de los empresarios son empresarios, los hijos de los actores son actores, aunque no seas bueno. Fue muy interesante observar a estos chicos, que luego se convierten en hombres de grandes privilegios, y ver cómo continúan el negocio familiar. Entender esa transmisión de padres a hijos, si el hijo es igual de corrupto que el padre, si el padre se ha construido una fortuna a base de negocios raros.

Tu casta decide tu vida; es muy difícil superar la casta con la que has nacido

De algún modo, el sistema de castas sigue funcionando entonces.

Totalmente. Sobre todo en Uttar Pradesh, el estado de donde soy, tu casta decide tu vida: con quién te casas, qué amigos tienes, e incluso el trabajo que tienes. Para la gente que viene de lugares pequeños, es muy difícil superar la casta con la que has nacido. Esto no es válido para toda la India; hay grandes ciudades donde puedes olvidar tu identidad pasada y liberarte de ese lastre del pasado familiar. Pero para un personaje como Ajay es muy, muy difícil. Es el paradigma del oprimido: a pesar de la modernidad en la que está inmersa India, hay barreras que todavía no se pueden cruzar. La movilidad social no es tan sencilla. La gente como Neda, o Sunny, tienen todas las ventajas. Yo, que vengo de una familia de clase media, sé que también tengo ventajas, y que me he beneficiado de estos cambios del sistema, pero sobre todo quería hablar de la complicidad de las autoridades y la disyuntiva entre la moral y la comodidad.

A veces los turistas no ven que India es un país profundamente desigual, con un sistema injusto, violento. Están ahí para su propio viaje personal

En algún momento del libro ironizas con cómo los turistas que viajan a India romantizan la pobreza. ¿Ha hecho mucho daño esa idea de ir a la India a reencontrarse con uno mismo?

Sí, ya lo creo. Existe una cosa llamada el síndrome de la India, y es que la gente se vuelve loca cuando llega allí. Tengo una amiga a la que le pasó. Una chica de California de origen mexicano. Yo dirigía una revista y ella quería trabajar en la parte de diseño y maquetación, pero yo justo me estaba yendo. Así que ella se quedó seis meses o un año buscando trabajo, y recuerdo que se cogió un viaje en tren por el país, conoció a un chico, estuvo a punto de casarse con él, y creo que hasta su madre tuvo que ir a por ella a la India para sacarla de ahí (risas). Ahora la chica está bien, es una chica perfectamente normal, pero el tiempo que estuvo en India fue una cosa como de perder la razón.

Sobre el tópico… no sé si ha hecho mucho daño, pero sí existe esa idea de ‘oh, qué país tan espiritual’, con el yoga y demás. Y sí, lo es, y hay lugares donde realmente sientes esa sensación mística, a mí también me pasa, sobre todo en las montañas, en el Himalaya. Hay sitios que son incomparables, pero al mismo tiempo hablamos de un país profundamente desigual, con un sistema injusto, con una violencia endémica. Y creo que a veces los turistas no ven eso, o deciden no verlo. Porque están ahí para su propio viaje personal.

Me imagino que a mí me pasaría lo mismo si voy a un sitio exótico. La gente viene a la India porque es exótico, raro, distinto. No sé, creo que hasta ahora no he ido a un lugar que considere exótico. Cada vez que digo que un sitio es exótico, como México, por ejemplo, me dicen: ¡como India! Recuerdo cuando fui a Uganda con mi marido y una ONG nos advirtió de que tuviéramos cuidado al coger un taxi a la salida del aeropuerto. ¡Vamos a ver, Uganda se queda en pañales al lado de India! (risas)

Llevas cuatro años viviendo en Lisboa. ¿Has notado mucho choque cultural? ¿Qué estereotipos sobre India te has encontrado en Occidente?

Antes viví en Goa, que fue una colonia portuguesa. Así que pensaba que Lisboa se parecería a Goa, sobre todo la comida. Y me di cuenta de que no. El comercio de especias portugués ha sido muy famoso, pero ellos no se las quedaron. Personalmente, para mí ese fue el gran choque cultural. La diferencia es que ahora cocino mucho más en casa, porque lo que me gusta comer no lo encuentro ahí. Sí que hay muchos restaurantes nepalíes y vamos mucho, pero la comida india la cocino yo, o mi marido.

Por lo demás, siempre me ha resultado un poco extraño cuando la gente me mira como algo exótico. Yo no me considero exótica: soy como soy. Es curioso, porque cada vez que voy a una clase de yoga en Lisboa, a la profesora le encanta tenerme ahí. Tratan de impresionarme, y yo me quedo igual. O me saludan con un “namasté” al entrar… y yo: “¡Hola!, ¿qué tal?”. Es divertido. Es el precio a pagar por ser india e ir a clases de yoga. Otra cuestión es que los portugueses son tan amables, siempre están dispuestos a hablar, y a hablar en inglés. Así que todavía no he tenido oportunidad de aprender portugués.

'Crematorio', de Rafael Chirbes, es una obra maestra, un libro que todos deberíamos leer

Me pareció muy curioso leer que viste tu historia muy reflejada en la de Crematorio, de Rafael Chirbes. Esto demuestra hasta qué punto son universales vuestros temas, ¿no?

Sí, fue impresionante. Mi marido y yo estamos suscritos al New York Review Books, y leímos una crítica sobre Crematorio. Lo iba leyendo y decía: esos cambios de una economía centrada en la agricultura a pasar a una economía del turismo, ese crecimiento exponencial, el impacto psíquico y psicológico que produce eso en las personas, me resultaba muy familiar. Esas experiencias son muy universales; es lo mismo que le pasó a India: una transición abrupta, muy rápida, social y económica. Siempre es interesante ver cómo esos cambios afectan a diferentes sectores de la población.

La semana pasada hice un podcast con unos periodistas estadounidenses y me preguntaron qué estaba leyendo. Respondí: ¡Crematorio! Es una obra maestra, un libro que todos deberíamos leer.

La vida humana es destructiva y violenta, pero creo que siempre hay esperanza

¿Qué significa vivir en la Edad del vicio, de la perdición, de la Kali Yuga? ¿Es vivir en un sistema de capitalismo salvaje?

Creo que sí. ‘Kali Yuga’ significa corrupción, miseria. Según el calendario astrológico indio, estamos viviendo en Kali Yuga, que significa literalmente ‘la era del vicio’. Lo curioso es que es una era que dura 36.000 años, y sólo estamos en los primeros 5.000. Creo que estas eras eran una manera de explicar la vida humana, que siempre iba a ser destructiva y violenta. Sin embargo, creo que siempre hay esperanza; en cada individuo hay esperanza, hay bondad. Es también la esperanza que tengo para mis personajes, de que a pesar de todo el horror que los rodea, al final acabarán haciendo lo correcto, al menos algunos de ellos, no creo que todos. Los seres humanos no podemos vivir sin esperanza; la esperanza tiene que sobreponerse a la desesperación.    

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es