‘Los chicos de Baker-Miller’ o mamá, papá, lo confieso, soy hetero
Esta compañía, que tiene el nombre tan español de Mudanzas López, lleva tres en raya. Es decir, tres pequeños éxitos.
Con la frase que encabeza este artículo comienza Los chicos de Baker-Miller en Nave 73. Frase que en un futuro no muy lejano provoca un verdadero y desternillante terremoto familiar. Un humor que no se pierde al contar la historia de hoy en día de dos hombres jóvenes a los que les gusta la ropa coloreada, transparente, plisada, ponerse faldas, los realities, los concursos de talentos, Socialité, Sálvame, el Hola y el Lecturas. Y a los que, también, les atraen, sexualmente hablando, las mujeres.
Y es que a estos dos protagonistas que mantienen los nombres de los autores y actores masculinos de la obra, Álvaro de Álvaro Nogales y Adrián de Adrián Perea, por esa dicotomía que tanto cuesta aceptar, les pasa de todo. Pero, sobre todo, les pasa que no se comen un colín.
Un colín que en esta función interpreta Andrea M. Santos. Que encarna todos los arquetipos femeninos. Desde la madre, a la compañera de clase, a la amiga, al posible rollo en una fiesta, a la profesional. Intérprete que sabe darles las réplicas y facilitar el contexto para que lo que sucede en escena se entienda.
Las actitudes, la presencia y los gustos de esos dos personajes varones los señalan como gais, maricones, del colectivo LGTBIQ+. Los señalan ellos, ellas y, es de suponer, que elles. Ellas ni si quieran los ven como posibles parejas de una noche. Y, si la que se les pone a tiro no les gusta, y pasan, confirman todas las sospechas. A ellos, ellas y elles. Ya se sabe que los hombres siempre tienen el arma a punto ¿verdad?
Y es que faltan referentes en este sentido, si no fuera por Mario Vaquerizo, de derechas y negacionista. Ante esa falta, un subconsciente colectivo y heteropratiarcal siempre presente, reina en silencio. Impone su ley. Dicta cómo se tienen que comportar hombres y mujeres.
Esta situación permite hablar de lo que pasa y de lo que nos pasa. Lo que pasa es que hay una aspiración social mayoritaria a romper con los roles de hombre y de mujer. Con la dicotomía masculino y femenino. Algo que sucede a izquierdas y a derechas. No hay que dejarse confundir por aquella parte de la sociedad que no comparte esa aspiración, que también está a derechas y a izquierdas, y que hace mucho ruido, sobre todo a derechas, y pone palos en las ruedas a los avances, en la izquierda.
Entre los que se encuentran muy bien catalogados en esta obra como heteronazis. Una especie en expansión. Porque otra de las virtudes de esta propuesta es desarrollar y proveer una serie de términos que, a esa gran mayoría aspiracional, le dota de un lenguaje coloquial. Fácil de adquirir y aprehender, casi nada más oírlo, para participar de forma fluida, directa, casi de marketing, en el debate en el que la sociedad está enredada. Ya que no hay debate que no se encuentre en la red de Twitter.
Como se ha dicho, también habla de lo que nos pasa. De cómo en esa fluidez, en ese mundo líquido, las personas no saben nadar y guardar la ropa. Es decir, seguir relacionándose, sin seguir clasificándose o incluso clasificándose, pero sin necesidad de agruparse, de colectivizarse. Por lo que siempre acaban, por uno u otro motivo, mojadas y no mojando. Y, como les sucede a los protagonistas, bien mojados, compuestos y sin novias.
Para contar todo esto el equipo monta una pequeña historia llena de anécdotas. Se suceden escenas en las que se ejemplifica mucho de lo que se ha contado anteriormente. Lo hacen con simpatía, con buen humor, con buen rollo. Tirando de forma sutil del monólogo, de la stand up comedy, ante micrófono, que, sin embargo, no se nota.
Si hubiera que ponerle algún pero a esta propuesta, tal vez sea su contingencia. El de un debate que se plantea en términos muy actuales, contemporáneos. Más que nada porque el debate sobre el rol de los géneros siempre ha estado ahí. Solo hay que mirar a los clásicos del Siglo de Oro y a Shakespeare. Ya sea en su formato original y o en las versiones que de ellos hacen las compañías contemporáneas. Desde Ron Lalá y su spin-off Ay Teatro hasta Cheek by Jowl.
Y, también, su insistencia en el mismo chiste. Que de alguna manera va reduciendo la sorpresa inicial y las risas explosivas que conllevan, aunque sin perder la gracia. Algo de lo que el equipo artístico parece ser consciente por cómo lo retoman, reconducen y vuelven a hacer reír al personal. Que se lo agradece con un estallido de aplausos final.
Y es que esta compañía, que tiene el nombre tan español de Mudanzas López, lleva tres en raya. Es decir, tres pequeños éxitos. Una versión muy metateatral de Diálogos de perros de Cervantes llamada Ahora que nos dejan hablar, que se estrenó en el Festival de Almagro, ahí es nada. Otro clásico, que convirtieron en una sesión de Dj, Llanto de María Parda de Gil Vicente, que se estrenó en el Festival Iberoamericano del Siglo de Oro, Clásicos en Alcalá, con el apoyo de los Teatros del Canal, el Teatro de La Abadía y el Ayuntamiento de Alcalá.
Y este Los chicos de Baker-Miller, inspirado por el color rosa que lleva este nombre por los que investigaron sus efectos sobre ansiedad masculina. Comprobando que, aunque fuera fugazmente, reducía la agresividad de los presos, los calmaba, consiguiendo con esta idea que el rosa se extendiese por todo Estados Unidos y parte del extranjero. De esa influencia llega esta obra al contexto actual. Bienvenida sea.