Flechazos 3.0
El primer encuentro fue un desastre. Por un lado, el chico que me encontré era como el hermano feo del de las fotos. La segunda cita tampoco fue mejor. Terminamos acostándonos, pero entre medias me robaron el bolso y el abrigo en el bar donde quedamos.
Me apunté a Badoo coaccionada por mi madre, que para mi desgracia, se inscribió en un curso de internet para jubilados, y todo lo que aprendió fue a googelear "cómo encontrarle novio a mi hija". Decidió que las páginas de citas eran la mejor forma para buscar al amor de mi vida, y tras amenaza velada de retirarme la entrega semanal de tupperware, accedí a regañadientes a probarlas.
Lo primero que hay que hacer es crear un perfil, que he de decir que es lo más estresante que he vivido desde la selectividad. Defínete en 5 películas, en 5 libros, en 5 canciones. Elige quién quieres ser. Describe todo tu mundo en una frase. Luego están los interminables test sobre tu estilo de vida y tus hobbies (llegados a este punto, he de reconocer que mentí un poco y puse que hacía wakeboarding por hacerme la aventurera, aunque la verdad es que lo he practicado una vez en mi vida con resultados bastante lamentables).
Después llega el cuestionario sobre ÉL: el hombre que anhelas.
Con preguntas que van desde su mayor atractivo (es la única en la que no dudé, el culo), hasta la longitud idónea de su cabello, el color de los ojos (elegí gris, por conocer un tipo de iris que no he visto en mi vida), su dieta, sus salidas y hasta su profesión, todo con desplegables con cientos de opciones para elegir. Terminé poniendo que no buscaba alguien como yo, sino mundos diferentes que pusieran el mío del revés. Porque de verdad no sé lo que busco y de hecho, suelo dudar de la gente que lo sabe con certeza.
Y entonces empieza la diversión. Te empiezan a entrar cientos de flechazos y mensajes y tienes hasta una pestaña de "atracciones mutuas", que para entendernos, es el "estoy por ti" de toda la vida. Y entonces llega la prueba más dura, la definitiva; pasar del 3.0 al 1.0 sin saber siquiera cómo suena su voz.
El primer encuentro fue un desastre. Por un lado, el chico que me encontré era como el hermano feo del de las fotos (a punto estuve de pedirle el teléfono de su gemelo pero me contuve). Por otro, mi manera de impresionar con taconazos, minifalda de infarto y melena ondulada trabajada a golpe de moldeador, resultó no estar muy en consonancia con el concepto de cojines hippies de la tetería árabe a la que me llevó.
Ilusa de mí, pensé que era imposible superar el ridículo que estaba haciendo tumbada por el suelo vestida de Gucci, hasta que el amigo pidió una pipa de agua de tutti-frutti con ron, y yo, que en mi vida la había probado, me puse a aspirar como una loca. Sobra decir que me pillé un colocón que me dejó toda la noche mareada. Para rematar la velada, de camino al metro me puse a vomitar y él, muy caballeroso, insistió en ayudarme sujetándome la cabeza. No he pasado mayor vergüenza en mi vida, el incidente me ha dejado traumatizada, y sigo trabajándolo con mi psicoterapeuta.
La segunda cita tampoco fue mejor. Esta vez terminamos acostándonos, pero entre medias me robaron el bolso y el abrigo en el bar donde quedamos. El pobre me prestó su cazadora y aguantó estoicamente 2 horas en pleno enero en mangas de camisa, esperando a que llegara el de la grúa para recoger mi coche (sobra decir que aparqué en triple fila porque yo lo valgo).
Así que nos fuimos los 3 juntitos hacia mi casa, el gruísta, el de Badoo y la que escribe. Fue lo que comúnmente se conoce como un polvo por compasión, mientras fantaseas con la bañera de agua caliente en la que te vas a sumergir en el momento que salga por la puerta.
Cuando al día siguiente recibí un email de mi madre diciendo, "Li, me han llamado de una discoteca para decirme que tienen tu bolso, qué andarías haciendo...", decidí poner fin a la aventura de las citas por internet.
Lo que sí mantuve una temporada fueron las conversaciones con gente muy interesante que encontré, contradiciendo todos mis prejuicios. Conocí a Marlon Brando, un bombero poeta que nunca quiso enseñarme su rostro y que se despidió con un "quiero continuar esperándote". Te Busco era un romántico empedernido con el que arreglaba el mundo cada noche, y que me dio una lección de normalidad: "A mí lo que de verdad me da vergüenza es ir a un bar y acercarme a una chica de cuya vida no sé nada y que seguramente no quiere conocerme. Aquí si sé cuál es mi lugar y también sé que la gente me está buscando, o por lo menos, busca lo mismo que yo".
En definitiva, y para mi sorpresa, descubrí un mundo de gente normal lleno de soledades concurridas, donde las conversaciones virtuales llenaban una casa a la que nadie vuelve para cenar. Yo al final he seguido prefiriendo el cara a cara, pero aprendí que este tipo de chats son una forma tan válida como cualquier otra de conocer gente.