El día en que me di cuenta de que no necesitaba a nadie
Así que cuando llegue el próximo sábado y no haya quedado con ningún hombre, no me importará. Sí que me gustaría tener a alguien -no soy de piedra y el romance y el sexo son cosas importantes para mí-, pero no necesito que nadie me diga lo que valgo.
Otra noche de sábado sin mi hija.
Antes, los fines de semana que pasaba sin ella eran una tortura.
A decir verdad, me sigue resultando duro que la casa esté en silencio después de dos años. ¿Y si entro en su habitación? Sigue pareciéndome injusto. ¿No ir a recogerla a clase de baile? Me siento como si estuviera siendo una madre desobediente. Debería estar ahí, es mi obligación, es mi trabajo.
Pero, desde el principio, durante los fines de semana que pasaba sin ella me sentía como si llevara un cartel en la frente que rezara "Es fin de semana otra vez y Laura sigue estando soltera tras el divorcio. Vuelve a ser sábado y Laura vuelve a no tener ninguna cita".
Después de que mi ex y yo decidiéramos separarnos, la agenda durante los fines de semana sin mi hija solía estar apretada, pero siempre estaba ahí la tensión que me producía hacerme la misma pregunta: "¿Tendré una cita con alguien este fin de semana o no?".
Creo que, cuando nos separamos, hice lo que hace la mayoría de la gente que se acaba de separar: quería conocer gente y tener citas para evitar estar sola. La soledad se me antojaba asfixiante. No había nada peor que eso. La mayor parte del tiempo me ha tocado aguantarme y en los últimos dos años he tenido citas, sí, pero tampoco muchas. Nadie se ha ganado un lugar especial en mi corazón; bueno, hubo un chico que se ganó un rincón en mi cerebro, pero nada más.
Me preguntaba por qué muchos de mis amigos divorciados estaban constante y frenéticamente empezando relaciones con gente nueva y yo no conocía a nadie interesante.
Debía de ser mi culpa.
Pero no lo era. En absoluto.
Hace un mes, un hombre que conocí por internet me dijo que se había separado de su mujer hacía unos meses. Me dijo: "No me gusta estar solo, pero lo estoy", y sus palabras me impactaron.
Yo ya no soy como él.
No quiero llenar mis fines de semana de citas.
Ya no aprieto los dientes cuando veo que se acerca la noche del sábado ni me pregunto por qué aún no he conocido a nadie que me haya gustado lo suficiente como para empezar algo con él.
No voy a empezar nada con nadie porque lo cierto es que ya no necesito a nadie.
Que mi ex pasara página delante de mis narices fue incómodo pero inevitable. Lo más duro es saber que ahora esa extraña con la que está también es parte de la vida de mi hija, pero yo también he pasado página, aunque esté soltera.
He dejado de necesitar ciertas cosas.
Antes, necesitaba sentirme querida. Necesitaba que alguien me dijera "eres especial, sexy, guapa e inteligente".
"Mereces la pena".
Ya no necesito oír frases ni discursos que me suban la autoestima. No necesito que nadie certifique mi valor como persona ni que haga especial mi existencia.
Cuando cumplí los treinta, la presión aumentaba a cada segundo: ¿es que no iba a casarme nunca? Necesitaba que alguien me quisiera para saber que valía algo.
Exclusiva: las cosas no funcionan así. Nunca.
Que alguien me dijera "sí quiero" no me hizo darme cuenta de mi valor como persona, porque eso es algo de lo que tenía que darme cuenta por mí misma.
Hizo falta que la persona que se suponía que me quería me rechazara como persona, me aislara, no me quisiera y no me tratara bien para que me diera cuenta de lo que valgo.
Nunca necesité que nadie me dijera lo que yo sabía que era cierto: soy una persona que merece la pena. Una persona con defectos, excéntrica y cariñosa que no necesita que nadie le diga "eres especial".
Glinda tenía razón cuando le decía a Dorothy que siempre había tenido lo que necesitaba para volver a casa. Yo tenía todo lo necesario para quererme a mí misma, pero no estaba haciendo lo que tenía que hacer. No estaba juntando los chapines de rubíes uno contra otro tres veces ni repitiendo para mí "Laura, tú vales más que esto". Me limitaba a vagar como un alma en pena por Oz, esperando a que alguien lo hiciera por mí. Esperando a que llegara alguien a mi vida que me hiciera estar bien cuando yo ya estaba bien. Estaba mejor que bien.
Y ese es el mejor regalo posible.
No tenía ninguna cita para el sábado por la noche y no me importaba, porque tenía amigos, familia, trabajo, recados que hacer, cosas que comprar y una vida que vivir. Estoy tan ocupada viviendo mi vida que no necesito que nadie me llene. No soy un depósito de gasolina y mi corazón tampoco. Mi corazón ya está lleno porque quiero mucho a mi familia y a mis amigos. Mi corazón ya está lleno porque por fin me he dado cuenta de que lo que tenía no era bueno, salí de ello e invertí en mí misma, en la persona que llevaba mucho tiempo esperando a que invirtieran en ella.
Puse interés en mí misma. En mi hija. En nuestra vida juntas.
Así que cuando llegue el próximo sábado y no haya quedado con ningún hombre, no me importará. Sí que me gustaría tener a alguien -no soy de piedra y el romance y el sexo son cosas importantes para mí-, pero no necesito que nadie me diga lo que valgo.
He invertido mucho en mí misma y en la persona que quiero ser y lo más probable es que, cuando aparezca el hombre adecuado, estará deseando invertir en mí también.
Porque yo lo valgo, y tú también.
Lo único que necesitas es apostarlo todo a quien más vale y a quien más se lo merece -es decir, a ti- y te prometo que el interés aumentará.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.