Incubar los hijos del patriarcado no nos hará libres
Este pasado fin de semana se daba a conocer en la prensa que la más que polémica feria de vientres de alquiler, Surrofair, se quedaba sin lugar donde albergar su evento. El hotel que en un principio iba a prestar su espacio para ello cancelaba la reserva, alegando que no había habido una confirmación formal por parte de la organización.
Paralelamente a ello, toda una red ciudadana y de asociaciones se ha aliado para pronunciarse y luchar contra la promoción de los vientres de alquiler. Así surgía por un lado una red conformada por más de cincuenta asociaciones civiles que incluye sobre todo organizaciones feministas y LGTBI.
La reacción por parte de la directiva de Surrofair no se ha hecho esperar mucho y alegan que el hotel ha cedido ante las presiones y amenazas de los colectivos feministas.
Esta afirmación me lleva a reflexionar.
Sí, realmente las feministas somos uno de los sectores más duros en contra de este tipo de negocio, y sí, somos una punta de lanza a la hora de enfrentar de cara y poner impedimentos a que se organice este tipo de eventos donde se busca potenciar una práctica explotadora.
Somos las mujeres las primeras que nos vemos afectadas por el negocio de los vientres de alquiler, sin embargo no somos ni de lejos las que tienen el poder sobre la gestión del mismo. Al contrario, somos la mercancía que se explota dentro de este comercio de personas.
El mercado de los vientres de alquiler se articula de manera que se aísla la capacidad reproductiva de las mujeres y se reduce a un órgano productor. El sistema reproductivo femenino se convierte en un medio de producción que genera una mercancía, el bebé.
Por lo tanto, la compra es doble, no sólo hablamos de comprar un producto nuevo sino que también estaríamos hablando de pagar a lo que llaman "la gestante" por incubar y parir esta mercancía. Pagas el medio de producción puesto que de él depende que el producto nazca en buen estado y con todas las condiciones contratadas.
El lenguaje de base que se emplea en este tipo de mercado es totalmente violento y a la vez pretende dar la impresión contraria: en lugar de usar "vientres de alquiler" dicen "gestación surrogada", en vez de hablar de mujeres hablan de gestantes, y se utilizan un sin fin de términos económicos que no hacen más que evidenciar, a la fuerza y sin remedio, el componente primigenio y natural de este tipo de práctica: el capitalismo más radical.
Un capitalismo radical que, como cualquier otro, no hace más que contribuir y perpetuar bajo una falsa apariencia liberadora, la pobreza femenina y la permanencia de la mujer dentro de un papel social reproductivo y sexualizado.
Bajo la premisa de la remuneración a la mujer a la que se alquila, se justifica cualquier tipo de discriminación que pueda llevar intrínseco este negocio. El alquiler de vientres se encuentra profundamente marcado por una cuestión de género, de clase y también de raza.
A través de una pequeña reinversión del capital por parte de las clases adineradas y blancas, que en su mayoría configuran el perfil de los compradores habituales, se trata de dar una salida laboral a mujeres jóvenes y pobres.
Una limosna en comparación al valor real de lo que simbólicamente se está vendiendo y comprando. El patriarcado lo ha vuelto a hacer una vez más, como lo ha hecho con la prostitución, lograr hacer parecer al comercio humano una ventaja que va a ayudar a las mujeres a progresar económicamente a través de su capacidades corporales.
Porque ¿qué más que la noción patrística de la consanguinidad alimenta la necesidad de los vientres de alquiler? Las premisas más empleadas para la defensa de los vientres de alquiler por parte de los pagadores y contratantes son que hay parejas que no pueden tener hijos, o bien que no quieren adoptar, que quieren hijos propios, que buscan dejar su legado y herencia en el mundo... Y bien, ¿desde cuándo un menor ha de ser considerado una pertenencia?, ¿qué hace diferente un humano adoptado de un humano consanguíneo? Nada, salvo las nociones patriarcales y capitalistas que postergan la idea de que la familia es aquel grupo familiar que conserva y comparte genética, y que los hijos son algo susceptible de ser comprado y vendido.
Es curioso, y a la vez terrible, ver cómo una sociedad que entiende que está mal comprar animales y es mejor adoptarlos, piensa que sí está bien hacerlo con un ser humano. La sociedad ha sido capaz de asimilarlo con una especie distinta a la nuestra pero no es capaz de generar esa misma empatía con su especie propia.
India es uno de los centros más importantes para el negocio de los vientres de alquiler, cada año nacen miles de bebés que compran familias sobre todo occidentales. Allí es mucho más fácil y barato conseguir una madre de alquiler. He aquí la alianza de los tres factores anteriormente mencionados y condicionantes de esta práctica: la pobreza, el género y la raza.
India es el ejemplo de la industrialización del alquiler de vientres a gran escala, donde las mujeres viven en granjas con una gerencia que controla desde lo que ingieren, hasta lo que hacen y cuántas horas duermen. Hacinadas en minúsculas habitaciones donde conviven grupos enteros de mujeres.
Es la cara real de lo que ocurre cuando se legitima este negocio. Aunque aquí quieran hacer ver que el alquiler de vientres tiene una cara amable y provechosa para las mujeres y los pagadores de vientres, la verdad se manifiesta en los ejemplos extremos como el de India.
Al igual que cuando hablamos de prostitución y decimos que la legalización tan sólo va a abrir de par en par las puertas a los proxenetas y traficantes, legalizar los vientres de alquiler abre las puertas a otro tipo de explotación reproductiva y sexual de las mujeres a lo largo de todo el mundo. Buscando promover de una forma moderna su esclavitud dentro de un sistema patriarcal y capitalista que destruye cualquier avance en su liberación.