Lo que descubrí cuando dejé de depilarme las piernas

Lo que descubrí cuando dejé de depilarme las piernas

Dejé de depilarme en un viaje a Ecuador. Al viajar por zonas rurales y aprender a apreciar las vidas tan duras y dignas que llevaban los indígenas, la depilación empezó a parecerme una pérdida de tiempo. Darme cuenta de que mi aspecto físico no me definía me hizo sentir más viva y más real.

La semana pasada, una amiga mía vino a una sala de educadores de integración tecnológica para hacer una presentación y habló de no depilarse las piernas.

Yo dejé de depilarme las piernas en 2002. Y al ayudar a mi amiga a preparar su presentación, me di cuenta de que no sabía cuál era la respuesta a la pregunta "¿y por qué no te depilas las piernas?". Aunque parezca mentira, la gente nunca me lo pregunta. Mi amiga Margaret dice que, después de pasar 20 años viendo cómo la gente se queda mirándole las piernas y notando cómo les produce vergüenza ajena, se siente capacitada para responder a esta pregunta que nadie ha formulado. Su valentía me inspiró a pensar en mi propia respuesta.

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Dejé de depilarme en un viaje a Ecuador. Al viajar por zonas rurales y aprender a apreciar las vidas tan duras y dignas que llevaban los indígenas, la depilación empezó a parecerme una pérdida de tiempo. Después de haber presenciado algo así, me di cuenta de que el hecho de que mis piernas estuvieran cubiertas de vello no era relevante para mi identidad, y eso me encantaba. Darme cuenta de que mi aspecto físico no me definía me hizo sentir más viva y más real.

La mayoría de las mujeres que conozco, incluso mi antiguo yo, afirmarán que se depilan las piernas porque les gusta la sensación de tener las piernas depiladas y que lo hacen por ellas mismas. Cuando volví a Estados Unidos, me di cuenta de que seguía llevando las piernas sin depilar y me sentí presionada para cambiar esa parte de mí y así ser socialmente aceptada. La gente me ponía malas caras y me hacían pensar que mis piernas estaban muy feas así. Lo que más me molestaba era haber perdido la libertad que había conseguido sentir al no depilarme en Ecuador. En un intento de no vivir como una autómata, quise saber, dejando la geografía aparte, cuál era mi yo más auténtico.

Decidí dejarme las piernas sin depilar hasta que me sintiera lo suficientemente cómoda como para no dejarme influir por mis preferencias personales. Llegué a la conclusión de que solo cuando no me sintiera juzgada, cuando dejara de sentirme presionada porque ya no me importara la opinión de nadie más y cuando pensara que se trataba de una decisión individual mía decidiría si depilarme era algo que me gustaba o no. Nunca me comprometí a tomar una decisión concreta ni a dejarme las piernas peludas para siempre. Simplemente, necesitaba un poco de espacio para poder decidir.

Y así han pasado los años.

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No depilarme me ha hecho darme cuenta de la absurda presión social que afecta a nuestras vidas, sobre todo en lo que respecta a nuestro cuerpo. Todo el mundo me mira cuando llevo bañador o falda. Los adolescentes cuchichean con desaprobación sobre mis piernas. Mucha gente me pregunta si voy a depilarme cuando me case. (No conozco a ninguna novia a la que le hayan preguntado si se va a dejar las piernas sin depilar para su boda).

No me daba cuenta antes, pero este proceso está alimentando algo muy poderoso en mi interior. Como mis piernas peludas eran objeto de todas las miradas, empecé a sentir que había quedado exenta de las demás expectativas físicas que normalmente se tienen en las mujeres. Quizá esto se debiera a que ya ni siquiera jugaba en la misma liga. Por lo tanto, dejar de llevar maquillaje tampoco pareció ser un problema. Dejé de comprar en tiendas de moda cuyas prácticas de negocio no apoyo. Empecé a aceptar diversos trabajos que me proporcionaran experiencias enriquecedoras, sin preocuparme por mi carrera profesional o por formar una familia.

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Llevaba todo este tiempo teniendo la llave de la libertad y me di cuenta de que la perdía al intentar depilarme a lo largo de los años. Cada vez que lo hacía, me sentía completamente expuesta, desnuda. Cuando mis piernas dejaron de llamar tanto la atención, volví a ser comparada con todos los estándares de belleza femeninos. Me sentí más juzgada; creo que es algo que forma parte del concepto estadounidense de feminidad. Ser juzgadas por nosotras mismas, por los hombres a los que queremos impresionar, por las que son más jóvenes que nosotras, por las que son mayores, por los estándares de belleza que dictan la prensa, el cine o la publicidad. En esos pocos días en los que me depilé las piernas, mi mente se trasladó a esos días en los que me parecía obvio que tenía que depilarme las cejas. Entonces, me volvía a parecer bien maquillarme un poco, secarme el pelo con secador y vestirme con prendas que resaltaran lo fantásticamente largas que tengo las piernas. Me topé con un lado de la feminidad del que me habían distanciado mis piernas peludas y ya no tenía fuerzas para volver sobre mis pasos para saber quién era yo realmente. Sentirme más fea que nunca empezó a resultarme demasiado esfuerzo.

Nunca pretendí hacer de mis piernas un estandarte, pero se han convertido en un pequeño mensaje privado contra los estándares de belleza. He descubierto que, mientras que el mundo está ocupado mirando la selva que crece en mis piernas, he ganado libertad para decidir cómo quiero que sea mi aspecto por mí misma y para explorar la autenticidad de mil maneras distintas. Y así es como me he acabado enamorando de mis piernas peludas; ellas me protegen y hacen que ya no me preocupe intentar dar la talla.

Margaret habló sobre las ocasiones en las que sus piernas sin depilar habían servido de inspiración para los demás, y no sé si a alguien le pasará con las mías, pero a mí me han cambiado la vida. Así que, decidas lo que decidas hacer con tus piernas: tres hurras por ti. Solo te pido que respetes las mías, sin depilar, como lo que son para mí: un recordatorio de que tengo que ser más auténtica. E, irónicamente, la autenticidad es la clave para la belleza.

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Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero

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