Una Celestina picassiana y hebrea visita la Comedia: el triunfo del primer teatro clásico (II)
Curioso resulta el acercamiento que ofrece José Luis Gómez al clásico de Fernando de Rojas, la Celestina. Si la de Nao de amores es una celebración del eros en este triunfo del primer teatro clásico (véase post anterior), la de Gómez está constantemente teñida por el Thánatos, la muerte, la sombra y la nada.
Más allá de las discusiones sobre si La Celestina es teatro o prosa, es indudable que tiene una riquísima vida escénica, magníficamente estudiada por María Bastianes en una tesis doctoral que, si puedo decirlo, tuve el honor de codirigir.
Curioso resulta el acercamiento que ofrece José Luis Gómez al clásico de Fernando de Rojas, La Celestina. Si la de Nao de amores es una celebración del eros en este triunfo del primer teatro clásico (véase post anterior), la de Gómez está constantemente teñida por el Thánatos, la muerte, la sombra y la nada.
Gómez parte de una visión de la Celestina deudora de las tesis de Américo Castro, que veían el umbral del renacimiento como una sociedad en conflicto. Para Gómez, el tiempo de Celestina está dominado por una suerte de "absolutismo confesional" y por la expulsión de los judíos.
Foto: CNTC/Teatro de la Abadía
La iconografía hebrea sobrevuela toda la puesta en escena, llegando a su culmen en el planto de Pleberio, que aparece marcado por la presencia de una Menorá de Janucá hebrea. Dudo mucho de esta elección. El Janucá, que yo sepa, es una luminosa conmemoración de la independencia de los Macabeos sobre los griegos y la posterior purificación del Templo de Jerusalén por medio del milagro de encenderse el candelabro durante ocho días consecutivos con una exigua cantidad de aceite, que alcanzaba sólo para uno. Es, pues, una celebración vital que casa mal con uno de los plantos más dolorosos de la historia de la literatura; y la muerte, recordemos, es el leit motif de la producción. Escénicamente Gómez ha tomado la decisión de no mostrar el sayo y manto de la discordia. De esta manera, se rompe la equivalencia simbólica entre la soga del ahorcado, la cadena de oro, el hilado serpentino y el cordón de Melibea, que estructura la obra. Tampoco utiliza simbólicamente la imagen del "amor fuego", fundamental para el texto. Compensa estas resoluciones un poco dudosas la magnífica caracterización de Gómez en el papel de Celestina (muy deudora del cuadro Celestina de Picasso).
Cuadro: Celestina, de Pablo Picasso
El actor, grande como siempre, establece continuos guiños a la sabias ancianas del mediterráneo, a ratos divertidas, a ratos terribles. La dramaturgia y la adaptación sigue al original, aunque alteran el orden de las muertes y se abre y cierra con Pleberio y Alisa. Se podrían echar en falta varios monólogos significativos, primordialmente, la tirada misógina de Sempronio, la pulla a los orígenes de Calisto y la famosa "sinfonía de la puta vieja" de Pármeno, gag cómico muy divertido. Más allá de Gómez, el resto de los actores, con la excepción de Chete Lera (Pleberio) son algo planos y la obra necesita algo más de rodaje todavía.
Con todo, es una producción limpia y entretenida de un clásico muy difícil de poner en escena. Un personaje importante que tiene un magnífico actor que lo representa.