Pongamos que los restos sí son de Cervantes, ¿y ahora qué?
¿Va a llevar esto a una mejor comprensión de su obra? ¿Acarreará este descubrimiento la difusión entre el gran público de sus principales textos? ¿Resultará su sepultura un lugar de peregrinación o, al menos, un atractivo turístico añadido a nuestra capital? La recuperación de su restos, por muy importante que pueda ser a la noticia, sólo será verdadera si trae aparejada una recuperación de su memoria, de su pensamiento, de su literatura.
Cervantes es el escritor de nuestra literatura clásica que mejor perdura como icono cultural más allá de lo estrictamente literario. En esto le gana la mano a Quevedo, Góngora, Lope o Calderón, cuya difusión internacional es (pese a ser impresionante) menor a la del autor del Quijote.
¿Sabían ustedes que el principal festival cervantino del mundo no está en España, sino en México? En concreto, en Guanajuato, a la sazón, lugar de nacimiento de la revolución mexicana . Su figura sirve como representante de la Hispanidad hasta el punto de que da nombre al Instituto Cultural de la misma, su efigie está estampada en las monedas de céntimo de euro, el mayor premio de nuestras letras lleva su nombre. Como símbolo, es respetado por igual por todas las comunidades que conforman nuestra cultura. Es decir, Cervantes y su obra tienen valor como capital simbólico y este valor es negociado por un número indeterminado de instituciones y agentes culturales, políticos, académicos que pugnan por un pedacito de su memoria.
Quizás así podamos llegar a comprender el tremendo interés despertado en España y el extranjero por el equipo de investigación formado por Fernando de Prado, Francisco José Marín Perellón, el forense Francisco Etxebarria y la arqueóloga Almudena García-Rubio, entre otros, para desenterrar el cadáver del insigne autor del Quijote en el Convento de las Trinitarias. En el largo camino hasta este punto, tenemos algunos testimonios brutales de Pardo, quien estuvo años pergeñando el proyecto sin apenas apoyo institucional. Caso notable, al tratarse de un trabajo basado en los muy viejos trabajos de don Mariano Roca de Togores, Marqués de Molíns, y Luis Astrana Marín (no demasiado científicos, todo sea dicho) que indicaban que don Miguel de Cervantes fue enterrado allí, y que sus restos jamás salieron del convento, junto con otras pruebas más veraces.
Bien, pongamos que de verdad ya hemos encontrado su restos, ¿y ahora qué? ¿Va a llevar esto a una mejor comprensión de su obra? ¿Acarreará este descubrimiento la difusión entre el gran público de sus principales textos? ¿Resultará su sepultura un lugar de peregrinación o, al menos, un atractivo turístico añadido a nuestra capital? La recuperación de su restos, por muy importante que pueda ser a la noticia, sólo será verdadera si trae aparejada una recuperación de su memoria, de su pensamiento, de su literatura.
¿Qué podemos hacer individualmente? Este año se cumple el IV Centenario de la publicación de sus Ocho comedias y ocho entremeses y de la segunda parte de Don Quijote. Lean toda su obra, lean mucho, lean poco, lean algo sobre él, vayan a ver su teatro representado o su prosa y poesía escenificada, pero, les ruego encarecidamente que participen de esta celebración. Su obra, además, es más que disfrutable. Si no lo leemos, de poco habrá servido todo este esfuerzo.
¿Qué podemos hacer como sociedad? En mi opinión, lo único justo sería aprovechar esta expectación (junto con esta nueva edad de oro de descubrimiento de textos para la creación de un Centro Interdisciplinario de Estudios del Siglo de Oro que estuviera, al menos, en parte subsidiado por un porcentaje de las entradas que presumiblemente se cobrarán y que sirviera para el estudio, investigación y promoción del inmenso legado cultural de nuestros mejores autores. Si Cervantes es un autor capaz de convertir en literatura su propia muerte, como muestra su impresionante prólogo al Persiles, quizá sea esa la única manera de desenterrarlo de verdad: por medio de su obra.